PRÓLOGO

862 55 14
                                    

Por los amigos ausentes, los amores perdidos, los viejos dioses y la estación de niebla; y que cada uno de nosotros dé al diablo su merecido.

THE SANDMAN


Fiesta de la Cosecha, 06:10 de la tarde. Oscurecía rápidamente, el clima era tibio, había hecho un agradable sol durante toda la mañana y con la noche regresaba ese delicioso viento frío tan propio de otoño; Kal y Craig caminaban sobre la antigua calzada de un viejo pueblo ya olvidado, comido por completo por la maleza, el polvo y los insectos; discutían amenamente si debían encender ya la lámpara de petróleo que llevaban consigo o tal vez sería mejor esperar un poco más hasta que las penumbras fueran casi completas.

Faltaban casi cinco millas hasta Hilltop.

Si se daban prisa podrían llegar al encendido de la hoguera, comer, beber y bailar un rato con el resto de la gente; ese día, como cada año, se tenía que haber hecho un copioso desayuno entre todos los colonos y por la noche se ofrecería un banquete.

La recolecta de todo lo que habían sembrado y cultivado había comenzado más de quince días atrás, desde luego, y por fin aquel día se daba por terminada la labor de recolecta. Y como era costumbre, Hilltop lo celebraría con una fiesta en la mismísima noche de Samhain.

Kal y Craig habían tenido que ir a entregar la carga de calabazas que El Reino les había pedido y a cambio El Rey mandaría a Hilltop en no más de cinco días los cerdos en salmuera para las provisiones de invierno que ya todo el mundo se disponía a preparar. Originalmente, los dos hombres se habían ido con un par de mulas de carga, mismas que habían dejado en El Reino para que descansaran y ellos poder regresar más rápido con la esperanza de llegar a la celebración.

El Rey les ofreció se llevaran una carreta, pero eso les habría obligado a seguir por el camino principal, y ambos sabían que sería más rápido incluso que una carreta el poder atravesar aquél pueblo y así salvarían más de doce kilómetros en apenas veinte minutos.

Así que allá fueron, caminando, platicando, silbando y saboreándose en sus mentes la comida que les esperaría al llegar. La tarde se hacía noche rápido.

En eso estaban cuando sonó un trueno a la distancia y de pronto empezó a llover.

No una demencial tormenta con truenos y relámpagos, una lluvia ligera tan propia de otoño, con todo, el rebenque del agua les hizo apretar el paso, dejaron de conversar y se limitaron a caminar preguntándose si acaso habían hecho mal al no aceptar la carreta.

-Suficiente, ya no se ve nada, hay que prender esa porquería -dijo Craig deteniéndose en algún punto al resguardo de lo que quedaba de una vieja covacha, sacó de su morral la linterna, la llenó de aceite y encendió fuego a la mecha con ayuda de un mechero. La llama titiló por culpa del viento y Kal se puso al frente para evitar que la candela se apagara antes de que el fuego acabara de prender.

-Eh, Craig... Caminantes.

Craig miró a Kal un instante antes de comprender sus palabras, notó que su acompañante miraba al frente por el camino al que pretendían dirigirse, y echando un vistazo sobre su hombro derecho los vio, calculó a ojo de cubero que debían ser (como menos) treinta de ellos, todos caminando arrastrando los pies y haciendo su característico sonido; demasiados Caminantes para ellos dos. Intercambiaron una mirada que bastó para decidir que debían esconderse y esperar a que pasara la manada.

Se pegaron a la pared del tabuco y contuvieron la respiración, a ocho metros de ellos comenzaron a pasar los Caminantes sin siquiera notarlos, ni siquiera la pequeña flama de su candil pareció llamarles la atención.

"Un poco más", pensó Craig cubriéndose la boca. Se quedó mirando a la horda deslizarse sin importarles el mal clima, y entonces, cuando sentía que ya estaba pasando lo peor, ocurrió eso que le causaría pesadillas el resto de su vida, de pronto, sin sentido alguno, uno de los Caminantes levantó la vista, giró la cabeza y miró directo hacia los colonos y su quinqué.

-Pueden vernos -murmuró Kal, aterrado.

-No, no pueden -trató de convencerse a sí mismo Craig.

-Están... hablando.

Craig miró, era verdad, o por lo menos eso parecía.

Un Caminante susurraba a otro que caminaba a su lado y éste, a su vez, pareció hablar con un tercero, un cuarto, un quinto, un sexto, un séptimo, un octavo... Dos de los Caminantes que susurraban abandonaron el grupo y se encaminaron hacia donde los dos colonos estaban.

Eso fue demasiado para Craig, que soltó un alarido, un grito y, sin más, dejó caer la lámpara y echó a correr. Kal lo siguió de cerca y, por supuesto, el grito y el movimiento llamó la atención de la manada, que se volvió hacia ellos y fueron detrás, gruñendo, gimiendo.

-¡Mierda, mierda! -chillaron los dos hombres.

La lluvia les golpeaba ahora en las caras y corrían de regreso por donde habían pasado unos momentos atrás. Kal cayó resbalando con el camino que se había convertido en cuestión de minutos en un lodazal y el miedo le atenazó las piernas impidiéndole levantar.

Gritó a Craig pidiéndole ayuda, pero aquel no lo escuchó, o seguramente no lo quiso escuchar, siguió corriendo y apenas apretó los ojos con pesar al escuchar el instante en que los Caminantes llegaban hasta donde había caído su amigo y lo empezaban a comer vivo.

Corrió, salió a la carretera y abandonó el camino ocultándose a un costado del mismo, en la parte baja de una cuesta y rogándole a Dios que no lo vieran.

-Había otro... -Escuchó que susurraban los Caminantes que pasaban detrás y por encima de la carretera.

-Tenían armas y ropa, estaban bien comidos...

-Tenían armas y ropa, estaban bien comidos

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

-Tendrán que tener un campamento cerca.

Craig se cubrió la boca y se quedó escondido, rezando, llorando, tenía que volver pronto a Hilltop, tenía que contarle a Maggie, tenía que... No, sólo quería volver a Hilltop, ponerse a salvo y no volver a salir jamás.

La manada se fue alejando, la lluvia ahogó los susurros, los muertos siguieron caminando, los susurradores guardaron silencio, o tal vez fue que Craig se desmayó y los dejó de escuchar, de hecho, fue muy poco lo que logró comprender de aquellos susurros siniestros mientras los Caminantes seguían su rumbo:

-Buscarlos...

-Encontrarlos...

-Asesinarlos...

-Comida para la familia...

-Sí, comida...

Susurros en el EdénDonde viven las historias. Descúbrelo ahora