5. ARROW IN THE DARK

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Daryl Dixon despertó estando solo en la cama; a esas alturas ya no esperaba encontrarse por las mañanas a Jesús a su lado, la hiperactividad de aquél no había disminuido con los años y solía escurrirse fuera de la cama apenas despertar, y en realidad Daryl no salió ese día de la cama sino hasta el mediodía cuando el sol brillaba de un modo tan insoportable que simplemente ya no podría volver a dormir. Se vistió y comió frijoles fríos que encontró en un platillo con tapa, y salió todavía lamiendo el plato para ir a echar un vistazo al exterior.

Pese a los temores de Jesús, Hilltop estaba de pie y en su aire se respiraba ese ambiente tan propio del campo: era verdad que se ocultaba un viento fétido que Maggie trataba de esconder para no asustar a nadie, pero es que probablemente no fuera nada. En cualquier caso, no lo sabrían sino hasta el otro día, cuando hubiera regresado la guardia de Hilltop o Jesús y él fueran a echar un vistazo.

Se frotó los brazos para hacerlos entrar en calor.

-Si tienes frío deberías ponerte un suéter -lo sorprendió Jesús saltándole a la espalda y colgándose de él.

El pelinegro aferró los pies al suelo, lo cargó con los brazos para evitar que cayera y simplemente siguió caminando a ningún lugar. Tenía frío, era noviembre, pero le gustaba la sensación helada contra su piel. A diferencia de Jesús, quien era friolero e incluso en primavera era capaz de andar con suéter o camisas de manga larga.

Ese día, por ejemplo, iba vestido con un pantalón de viaje en color café, lleno de bolsas como le gustaban, una playera y una gabardina que le quedaba grande y lo cubría hasta los pies, y botas de estilo militar, de esas que usaba cuando iba a salir. De hecho, llevaba guantes, bufanda y una gorra, dándole un aspecto de vagabundo limpio. A decir verdad, iba vestido para salir.

-¿Llegas o te vas? -preguntó el mayor al percatarse, bajándolo al suelo.

-Nos vamos, vamos a salir un rato, ya le avisé a Maggie, ve por tus cosas -le sonrió aquél-. Sólo estaba esperando que despertaras-; se abrió la gabardina enseñando su juego de cuchillos en el cinturón-. Te veo en diez minutos en la caballeriza.

-¿A dónde iremos? -enarcó una ceja Daryl.

-Tendremos una cita -le guiñó un ojo con soltura y se alejó.

La gente que estaba cerca intercambió miradas y sonrisas, les alegraba ver al castaño de nuevo y saber que estaba bien en Alejandría y su relación con Dixon se notaba bastante estable. Algunos miraron a Daryl y le dedicaron sonrisas que más bien incomodaron al arquero.

-¿A dónde iremos? -repitió su pregunta el moreno cuando se encontró de nueva cuenta con Jesús, en la cabelleriza.

Paul no podía hablar de salir a buscar susurradores (que era la nueva palabra clave para no llamar la atención, según Maggie), y el arquero se dijo que probablemente la salida tendría que ver con eso. El pequeño hombre estaba cargando un morral en un caballo y le dedicó una gran sonrisa.

-A tener una cita -repitió Paul-. Ya preparé los caballos, no iremos lejos, vamos y volvemos...

Paul trepó a su caballo y alcanzó las riendas del otro a Daryl. El moreno miró en rededor buscando a alguien más y descubrió a una jovencita que en esos momentos se encargaba silenciosamente de cambiar el agua a los caballos, así que asintió, se acomodó la ballesta en la espalda y trepó al corcel, para enseguida seguir a trote a Jesús hasta el portón de la colonia, mismo que ya estaba abierto y donde Maggie los volteó a mirar con una sonrisa y les deseó tuvieran un buen paseo.

-¿A dónde iremos? -preguntó el arquero por tercera vez, cuando ya estaban a los pies de la colina.

-A tener una cita -repitió Rovia mirándolo sin comprender.

Susurros en el EdénDonde viven las historias. Descúbrelo ahora