8. MUERTOS VIVIENTES

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–A un mes exacto de Navidad –contaba John durante el desayuno en el comedor, era la mañana más fría que habían tenido que soportar durante el mes de otoño.

El chiquillo de quince años se quejaba plácidamente con Jesús sobre todo el trabajo que estaban teniendo que hacer para poder tener las cosas listas para la Navidad que, por cierto, todos esperaban con ansias.

Su queja era poca comparado con lo emocionado que se ponía al hablar de la fiesta que el Rey estaba planeando, y su alegría puso de mal humor a Daryl, quien bufó por la nariz a sabiendas de que las cosas no serían tan agradables como el muchachito lo estaba imaginando, aunque conociendo a Ezekiel lo más probable era que él sí optara por mantener a su gente sin saber nada mientras sus soldados vigilaban y custodiaban y entonces John no sabría de los Susurradores y el Rey no expondría a nadie mandándolos afuera.

–Papá dice que una vez el otoño fue tibio, pero cada otoño que yo recuerdo se ha hecho más frío –siguió más tímidamente al notar la molestia del arquero alejandrino–. Supongo que en Alejandría estarán menos ocupados y apurados que aquí, ¿cierto? Y ustedes tienen calefacción, no se me olvida.

–Calefacción, agua caliente y electricidad, ya te digo que es el paraíso en la tierra –rió el castaño. Contrastaba lo más posible con el mal talante del mayor en esos momentos, ambos estaban cansados, no habían dormido nada y se sentían tan presionados como tensos con toda aquella nueva situación, pero había que disimular; al castaño le salía bien, pero Daryl jamás había servido para ese tipo de cosas.

–Oh, ahí están –interrumpió Jerry la charla, con la buena vida de ahora había engordado unos cuantos kilos más–. Su majestad está enterado y dice que los atenderá ahora mismo, está en los huertos de atrás–, y sonriendo los guió hasta la zona de vegas.

Jerry les abrió la pequeña reja, pero se quedó afuera sin dejar de sonreír, y los alejandrinos fueron sobre el camino de piedras negras hacia donde estaban las jardineras con cultivos de temporada.

Eran por entonces las ocho de la mañana, el sol brillaba entibiando lentamente el ambiente, y al dar la vuelta en la esquina del huerto se encontraron mirando de cara una de las imágenes más encantadoras que Jesús había visto en muchos días.

Ezekiel yacía de pie en el centro del jardín sujetando una canasta de mimbre repleta de frutos, mientras Henry (el hermano de Benjamín y que ahora tenía once años) permanecía hincado ayudando a Carol que revisaba algunas plantas cortando con sus tijeras explicándole algo sobre las raíces y las hojas, la mujer hizo una broma sobre nueces y bellotas que el niño no entendió, pero que sacó una buena carcajada a Ezekiel.

A Paul le pareció una hermosa postal de una típica familia, y le gustó, que Carol rehiciera su vida, que Ezekiel pudiera estar con esa mujer que parecía encantarle, y que Henry hubiera ganado su propia familia a pesar de la muerte de su hermano mayor. Pero a Dixon lo puso de todavía peor humor, y Jesús no pudo evitar pensar que era como un niño que veía a su madre con un nuevo novio después del divorcio o la viudez.

Su idea de que sería algo tierno e infantil como solían ser las regresiones del arquero, se le resquebrajó cuando Ezekiel llevó la mirada hacia ellos saludándolos con buen ánimo y con singular alegría les dio la bienvenida y les preguntó a qué se debía el honor de tan repentina visita, entonces el pelinegro, sin ninguna especie de tacto y con cara de perro cabreado, soltó que habían asesinado a la guardia principal de Hilltop en el cruce de caminos sobre el pueblo abandonado, decapitados todavía vivos y sus cabezas gimientes clavadas en lanzas puestas en el linde del camino.

Henry, asustado, soltó una exclamación que Carol calmó con una caricia en los cabellos y dándole la canasta lo envió a "la casa" para que fuera preparando lo que necesitarían para hacer mermelada.

Susurros en el EdénDonde viven las historias. Descúbrelo ahora