13. NO ESTÁN MUERTOS

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Nada, incluso se quedó casi una hora entera mirándola sin apartar la vista de ella, y la chiquilla no volvió a pronunciar palabra alguna, y su mirada vacía lo inquietaba.

Harto, salió de la celda y se encaminó a la salida dejándole a Ezekiel el trabajo de intentar que a alguien le dijera algo, lo que fuera para comenzar estaría bien, mientras tanto él volvería a donde la había encontrado, probablemente habría más como ellos, estaba la amenaza de una madre buscando a su hija, y había dejado el cadáver de un muchacho en aquellos terrenos.

Esa misma tarde estaba donde todo había comenzado, el Pozo de los Muertos.

Se puso a husmear entre los otros cadáveres, los podridos, buscando o tratando de adivinar de dónde había venido o si había más con ellos, se inclinó para analizar las huellas y se quedó perdido por un largo minuto o así. Entonces notó por el rabillo del ojo que alguien se acercaba con paso audaz hasta colocarse a su lado inclinándose también.

"Las huellas más pesadas son de los Caminantes", indicó la voz a su lado y la mano con la marca de una cicatriz inflamada de un cigarro señaló hacia un par de bultos de tierra congelada; Rovia intentó actuar natural.

-Los Caminantes ya dejan caer su peso, los vivos la repartimos -explicó Daryl.

-Capturé a un Susurrador -dijo Rovia asintiendo y levantándose, se volvió hacia el moreno-. Es una chica, la llevé a El Reino, Ezekiel trata de interrogarla, pero no lo pondrá fácil.

Le contó todo lo ocurrido a Daryl y el hombre sólo torció la boca asintiendo.

Qué natural era estar ahí, así, los dos, se dijo Rovia con un escalofrío.

Buscaron las pisadas del tal Mike y de la muchacha, buscaron en la redonda y no encontraron nada más, de modo que supusieron estaban allí solos; y si el cuerpo seguía tirado pese a haber más susurradores, ser una familia como creía Rovia, sería porque quizá no sabían en dónde estaban y los estarían buscando en cualquier momento.

Decidieron que lo mejor era deshacerse del cuerpo, y lo enterraron, porque el fuego llamaría la atención a kilómetros de distancia.

Mientras cavaban en la tierra congelada, no pudieron evitar sentirse como un par de delincuentes que acababan de cometer un delito y ahora intentaban ocultarlo. En otros tiempos matar a alguien habría sido un delito, desde luego, ahora era somero instinto.

Dejaron caer el cadáver en el agujero y lo taparon y lo cubrieron con nieve.

Mientras Daryl empujaba nieve y deshacía el rastro, Rovia miró paranoicamente hacia el derredor como esperando descubrir entre los matorrales Caminantes ocultos que los estuvieran espiando, pero no.

Cuando el trabajo quedó terminado y decidieron que no había huellas qué seguir salvo que quisieran arriesgarse a perseguir las huellas de los Susurradores para saber de dónde venían, Jesús se volvió hacia el moreno y le preguntó por qué había ido allí.

El moreno se rascó la nariz encogiéndose de hombros. Cuando acompañó a Sherry a hablar con Maggie, supo por Zack que Paul había salido, sin decir a dónde y completamente solo. Seguirle el rastro a Paul y su caballo fue fácil y a medio camino supo enseguida a dónde se dirigía.

-Nada de salir solos, esa fue la orden -dijo Daryl. Había ido por él; la idea aturdió a Paul, el cual estuvo a punto de saltarle encima, de pronto quería derribarlo y rodar como idiotas en la nieve. Ya en el suelo y luego de Daryl intentando quitárcelo de encima, Rovia lo besaría en las mejillas y le diría al oído Oh, has venido a rescatarme, Mi Héroe y reiría a carcajadas.

Pero en lugar de todo eso, asintió, bajó la mirada al suelo y dijo: -Tú también saliste solo... No debiste.

Silencio.

-Vayamos a echar un vistazo -habló de nuevo Rovia, tímido, consciente de que ese tipo de salidas y "paseos" habían sido por casi tres años sus "citas", y sentía que estaba teniendo otra, o intentando desesperadamente tener una. Su última cita real había sido matando payasos... y había sido tan divertido.

-Los pasos van al suroeste -dijo Dixon adelantándose.

-¿A la campiña?

-Y tal vez hasta el Acceso 77.

Daryl echó a caminar persiguiendo de pronto pistas que sólo él veía y, aunque las señalaba a Paul diciéndole algo de ramas rotas y nieve movida, Jesús apenas podía prestarle atención de tan concentrado que iba más bien en su tono de voz.

-Ahí, bajaron por esa loma.

-Entonces venían por la antigua Línea de Autobús.

Daryl asintió y empezó a subir lentamente. De manera inconsciente estiró su mano hacia Paul y éste la cogió. Ambos tenían las manos calientes y los dedos se entrelazaron acomodándose con naturalidad.

Quince minutos más tarde, mientras avanzaban por sobre la Línea, siguiendo pasos invisibles, el pelinegro ya abrazaba a Jesús pasándole el brazo sobre los hombros y Paul le contaba algo sobre una estúpida anécdota de sus dieciséis años con un muñeco de nieve gigante.

Las cosas no podrían ser como antes, porque antes Rovia se habría detenido de vez en vez para abrazarlo y quedarse así hasta calentarse y estaría pensando en volver a casa para llevarse a Dixon a la cama y quitarse el frío hasta primavera.

Ya no eran pareja, eso ya no pasaría, pero tampoco podían ser amigos, luego de tres años, simplemente no se podía. Si tan siquiera las cosas hubieran acabado mal por falta de cariño o por peleas, pero era un malentendido, sólo eso, una bola de nieve que rondando se hizo más grande. Si tan siquiera tuviera el valor de hablarlo con Daryl, pero vamos, Jesús no tenía idea de cómo hacer las cosas bien y el moreno creía a Rovia en una relación en la que no quería estorbar.

-Los pasos van al barranco.

-¿Al Valle?

Daryl asintió una vez más, soltó a Paul y fue casi arrastrándose hasta la orilla del paraje, donde el páramo se terminaba en una caída precipitada. Definitivamente, los pasos venían de allí. El hedor fue apenas menos que el sonido de las voces de Caminantes.

-Mierda...

-Mierda

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-Dios...

Abajo, en lo profundo del valle y donde una vez hubo un centro comercial, no cientos, sino miles de Caminantes se movían como atorados, empujándose los unos a los otros. El miedo borboteó en el pecho de Daryl, "No todos están muertos", pensó y jaló a Rovia quien se estrechó contra él cubriéndose la boca para no hablar.

No todos eran Caminantes, había Susurradores entre ellos, estaban seguros, pero no podían saber quiénes ni cuántos, quizá una decena, tal vez dos docenas, probablemente cientos.

-Hay que ir con Maggie y advertirle -masculló el arquero-. Hay que avisarles de tu susurradora-, Rovia asintió y casi arrastrándose se alejaron de la orilla y luego echaron a correr por el mismo sitio por donde llegaran: volvieron al Pozo, a la carretera, con horror descubrieron que el caballo de Jesús no estaba, otra vez, alguien cortó las cuerdas, pero estaba la motocicleta del mayor, una de cuatro llantas con más agarre contra la nieve y que le prestaran en Hilltop. La arrancaron y se largaron de allí.

Susurros en el EdénDonde viven las historias. Descúbrelo ahora