1. GUETSADI

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Alejandría celebra Halloween.

Y Paul Rovia se daba una larga ducha de agua caliente.

Mirando de cara a la regadera, con los ojos cerrados, disfrutaba de la sensación del agua recorriéndole el cuerpo al tiempo que se tallaba los largos cabellos castaños para retirar el exceso de jabón. Luego de más de cuatro días ausentes, recorriendo toda la Carretera Sur hasta más allá de los límites que se habían "limpiado" hasta ahora, la noche anterior Daryl y él habían regresado por fin a Alejandría cargados de un pequeño botín perfecto para la ocasión.

En un saco de tela decorado para la ocasión con arañas de plástico y telarañas de hilo, habían guardado una pequeña pero considerable cantidad de dulces que habían encontrado aquí y allá y que pretendían regalar a los niños durante la fiesta que se llevaría a cabo esa misma noche en la Mansión Grimes. Por suerte (buena o mala), en Alejandría no había demasiados niños, de manera que les tocarían suficientes golosinas a todos.

-El mundo se fue a la mierda hace seis años y esta porquería va a durar más que yo -dijo Daryl Dixon entrando al baño. Llevaba una bolsa de papas saladas entre las manos, la abrió sin miramientos y las tragó echándolas todas a su boca de un jalón.

-¿Te estás comiendo los dulces de los niños?

Daryl asintió, se chupó los dedos, los limpió contra sus ropas y estiró las manos para que Jesús le alcanzara la toalla con que se estuviera secando cuando entró, y Rovia, por supuesto, se la entregó.

-Deberías darte una ducha también -dijo Jesús mientras el moreno le secaba los cabellos. Daryl negó con la cabeza, era Halloween, le dijo, no veía por qué motivo tenía que arreglarse si se suponía que por este día, mientras más mal te vieras, era mejor.

Jesús rió de buena gana, pero tuvo que contradecirlo.

-Halloween va de disfrazarse, y sería un gran disfraz ver por una vez a Daryl Dixon bañado, afeitado, bien peinado y vestido de traje, ¿no te parece?, si alguien pregunta, diremos que te disfrazaste de Dorian Gray.

-Y una mierda -se negó el moreno, aunque más tarde aceptaría, cuando menos, lavarse la cara y escarmenarse los cabellos.

Rovia sonrió otro poco, divertido, y atrajo hacia sí al arquero para abrazarlo un largo instante antes de decidirse a ponerse las ropas y las vendas que usaría para disfrazarse de momia. No muchas vendas, por supuesto, pues aunque El Reino estaba produciendo nuevas telas que Alejandría usaba luego para hacer nuevas ropa, toallas, sábanas y esas cosas, vendas seguía habiendo pocas.

El castaño no había cambiado demasiado en aquellos tres años que llevaba formando parte de la comunidad de Alejandría, en realidad se veía al espejo y seguía siendo idéntico a lo que había sido desde que cumpliera veintiocho años, más o menos.

Daryl, por el contrario, sí que había cambiado, de su cara habían desaparecido las arrugas de preocupación, las ojeras y la piel enjuta de hambre y noches de malos sueños.

Con sus cuarenta y cuatro años, ahora que caminaba más recto parecía haber crecido unos cuantos centímetros, los cabellos volvía a llevarlos cepillados, completamente oscuros excepto por un mechón de canas que enmarcaban su rostro, lo mismo que en la barba mal afeitada asomaban salpicaduras plateadas, ahora que estaba mejor comido, descansado y puesto que se mantenía saliendo a cazar y recorriendo el mundo con Rovia en busca de sobrevivientes, limpiando caminos y trazando nuevos mapas para nuevas rutas, su cuerpo se había torneado dibujando mejor cada músculo, y para muestra de ello bastaba con verle los brazos cuyos músculos se marcaban incluso sin necesidad de hacer esfuerzo alguno. Así, mientras la buena vida dejaba que los hombres volvieran a tener esa forma redondeada en los estómagos, a Dixon le dibujaba esbelto, con la espalda ancha y las piernas endurecidas; Daryl Dixon era como los buenos vinos, y estaba mejor que nunca, a consideración de Paul.

Susurros en el EdénDonde viven las historias. Descúbrelo ahora