28. MONSTRUOS CON CARAS HUMANAS

547 47 49
                                    

–¡No voy a pedirle permiso a Christopher para poderte coger!

Jesús iba a negarse, de verdad iba a hacerlo temiendo que el esfuerzo lastimara a Daryl, pero Dixon lo sujetó con fuertes manos de las caderas y lo jaló con tal agarre que lo siguiente que sintió Paul fue el miembro duro y caliente del moreno apretándose con un golpe contundente contra su propia entrepierna y escuchó su voz dando un quejido, su espalda arqueada levemente para levantarse y dejarse acomodar contra el regazo del pelinegro, de pronto muy consciente de la desnudez de Daryl y sintiendo que sus propias ropas le empezaban a estorbar.

–Daryl...

–Se supone que puedo cogerme a mi marido si quiero y... ¿tú quieres?

Paul asintió.

Un segundo después se encontró abrazando con las piernas a Daryl para juntar todo lo posible sus caderas, y de este modo se incorporó a medias desabotonando la camisa al tiempo que Dixon tiraba de ella para sacársela por la cabeza, luego volvió a recostarse y levantó más las caderas desabrochando el pantalón con movimientos apenas más desesperados que los del propio moreno que se lo quitó de un jalón llevándose de paso la ropa interior. Y ahí estaban de nuevo, luego de tanto tiempo, luego de que ambos creyeran que jamás volvería a suceder.

–Esta es... tiene que ser... –masculló Dixon.

–Lo es –asintió el castaño a su vez.

–Bien, porque...

–Yo también–. Paul movió la cadera frotándose contra el pene del otro.

"Yo también", repitió en un jadeo moviéndose un poco más.

"Yo también, Daryl..." Siguió gimiendo moviéndose con más fuerza, el pene ya tenso de Dixon frotándose contra el suyo, subiendo y bajando, pasándose por entre sus piernas, rozando los testículos y tocando casi casualmente el sitio donde en esos años había descubierto que tenía que entrar: se removió en la cama apretando entre las piernas a Daryl.

"Yo también... ah..." Se aferró a sus caderas, a sus glúteos, apretándolos entre sus manos, y Dixon se empezó a mover también, inclinándose al frente, en un vaivén acompasado que logró pronto hacer que su pene se adentrara en Paul unos milímetros antes de salir resbalando y dibujar una estocada que recorría la entrepierna de Paul desde los testículos hasta la punta con su líquido blanquecino empezando a gotear; y antes de darse cuenta, ambos ya respiraban agitados con las bocas abiertas, el castaño respirando con agitación apretando los dedos contra el trasero del moreno en una silenciosa súplica para que lo hiciera más rápido, con más fuerza. Petición que atendió el pelinegro inclinándose sobre el más joven, recargando su peso en sus brazos tensos a los costados de Jesús, quien lo abrazó con más fuerza con las piernas en las caderas echando la cabeza atrás.

Daryl inclinó el rostro con los cabellos goteando un primer sudor y apresó en su boca la boca de Jesús, besándolo, lamiéndolo, tragándolo, saboreando de su lengua el sabor a saliva.

–Ah...

–Necesito...

Daryl bajó el beso al cuello y lo chupó con más fuerza volviéndolo a marcar como suyo, y Jesús le ofrecía el cuerpo entero para que le dejara las huellas que quisiera; lo necesitaban, se necesitaban. Era raro para ambos descubrir lo bien que embonaban.

–Ah...

No era como la primera vez, ¡no tenía que ser como la primera vez!

Cuando la saliva fue tanta que Jesús la sintió filtrarse de su boca por su cuello, dando bocanadas de aire, sintiendo el pene de Daryl escurriendo y lubricando abajo, con ese líquido viscoso de aroma fuerte que se resbalaba desde sus testículos hasta su ano, las lenguas se lamieron una vez más y la mano del mayor bajó y cogió el pene de Rovia masajeándolo de arriba abajo, por todo el talle, apretando, con movimientos que llevaban el ritmo de sus propias caderas.

Susurros en el EdénDonde viven las historias. Descúbrelo ahora