27. Su piso y su sonrisa

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No sé cómo, pero llevo tres días sin llorar.

Pese a que siento una opresión en el pecho cada vez que me quedo sola en la universidad o cuando me siento en el suelo de mi habitación sin nadie con el que hablar, estoy relativamente estable. No quiero llorar y por ahora lo estoy consiguiendo.

Me he dado cuenta de que llorar no sirve para nada. De hecho, llorar me hace sentir más débil, como si le diese fuerza a mis demonios. Y yo no quiero eso, quiero ser la chica de antes para volver a disfrutar de la vida como hace unos meses.

En mi cabeza digo: Amanda, si pudiste ser tan feliz antes de estar con Álvaro, podrás serlo sin él. Y sé que es cierto, es solo cuestión de tiempo y acostumbrarme a la nueva situación. Ser soltera no es tan malo. El problema es que mi soltería se ha visto envuelta de soledad, una ciudad nueva, un solo amigo que solo come fideos conmigo los lunes y falta de amor de mi madre.

Pero bueno.

No pasa nada.

Saldré de esta.

Salgo de la habitación poco después de pasar cuatro horas buscando qué vestir. Por un lado, pensé que ir guapa a la quedada sería maravilloso para mi autoestima. Por otro lado, sin embargo, mi cuerpo aún no tiene gana de colores chillones y pintalabios, así que me decanté por unos vaqueros y una camisa de cuello preciosa.

Conduzco en silencio hasta el centro de la ciudad. Desde que vine aquí no he hecho turismo, por lo que tardo casi una hora en encontrar la calle en donde he quedado con Calum. Él parece conocer muy bien esta zona, y trató de explicarme cómo llegar, pero fue imposible: llego con más de una hora de retraso.

Salgo del coche y respiro hondo.

Espero que no se haya ido. En parte, entendería que se fuese cansado de esperar tanto. Sin embargo, es complicado mantenerme con una sonrisa y sería más complicado si paso este sábado sin compañía.

Entro en la cafetería y, para mi sorpresa, reconozco a Calum. Al instante, sonrío y corro hacia la mesa.

- Hola.

Levanta la vista de su móvil y abre mucho los ojos, sorprendido.

- Amanda, ¿puedes hacerme un favor? ¿Ves este mechón de aquí?- asiento y señala su pelo. ¿Puedes mirarlo de cerca? Creo que me ha salido un cana de esperar tanto.

Con una carcajada, llama un camarero y encarga dos copas de helado de fresa. 

- Siento haberte hecho esperar tanto, pero me pierdo por esta zona.- me disculpo.- Me sorprende que no te hayas ido.

- Quería irme, pero me daba pereza levantarme y pedir un taxi.

- ¿Y no te dará pereza pedirlo después?

Sonríe, enseñando su dentadura. Sus ojos se achinan aún mas y hace un gesto con la cara que me resulta adorable.

- Esperaba que me llevaras tú.

- Trato hecho.

Estar con Calum en una cafetería es la cosa más normal que podría hacer con él. Es cierto que llamamos la atención, pero la mayoría de las personas están demasiado ocupadas bebiendo sus bebidas o descansando como para levantarse a saludar. Solo una chica se atreve a sacar su teléfono y fotografiarnos. Cuando siento el flash, miro a Calum nerviosa y él se limita a sonreírme, quitándole hierro al asunto.

No sé por qué, pero su sonrisa me devuelve un rato al mundo presente y me hace olvidar de la tristeza que llevo por dentro últimamente.

- ¿Te gusta el helado de fresa?- pregunto cuando el camarero nos sirve las dos copas.

- No mucho, pero es romántico.

Con media bola de helado en la boca, pregunto:

- ¿Romántico?

Asiente y se recuesta sobre la mesa, mirándome desde abajo, como si acabase de correr un maratón. 

- Madre mía, Amanda.- susurra, mirándome desde abajo.- Tienes un moco.

Al instante, me eche hacia atrás y tapo mi nariz, avergonzada a más no poder. La risa de Calum llama la atención de todos los presentes en el local y dos personas más sacan fotos de nosotros dos.

- Lo siento mucho.- me disculpo.

Tengo la cara caliente y roja como la camisa de Calum.

Es lo mas humillante que he vivido en estos últimos años de mi vida. Sin poder evitar el nerviosismo, respiro hondo, tratando de aspirar el moco de mi nariz. 

- Ay, qué vergüenza, Calum.

Sin parar de reírse, saca un pañuelo de su bolsillo y me lo da, sonriendo como un niño pequeño.

Me gusta su sonrisa. Es tan sincera que dan ganas de llorar.

- Toma, boba.- murmura.- Son bromas, no hay moco, pero tienes que quedarte con el papel. 

La vergüenza se disipa al segundo. 

- ¿Qué?

- Necesitaba una escusa para darte el pañuelo.- murmura.- Hay dos chicas detrás de ti sacándome fotos y sería raro si me pillan pasándote un pañuelo. Pensarán que hay escondida droga o algo.

No me lo puedo creer.

- ¿Entonces no hay moco?

- No hay moco.

Y sonríe.

Sonríe tan bonito que no me importaría tener mocos otro día si eso me permite ver esa sonrisa tan tierna que tiene. 

Desdoblo el papel y encuentro una dirección.

- Es mi piso.

Le miro, confundida.

- El otro día fuiste a mi casa, pero suelo pasar más tiempo en este piso.- murmura, mirando por encima de mi hombro para asegurarse de que las chicas de atrás no saquen foto del pañuelo.- Pensé que sería buena idea que tuvieras la dirección.- incómodo, sonríe y se rasca la nuca, avergonzado.- No sé, por si acaso.

Me cuesta digerir sus palabras.

No sé si debería saltar de alegría por saber que confía en mí para darme su dirección, sorprenderme por enterarme de que tiene dos casas, o preocuparme por no poder parar de sonreír.

Guardo el pañuelo en mi bolso bajo su atenta mirada. Mientras él se termina su copa de helado, cojo un pañuelo mío y apunto la dirección de mi residencia. Con una sonrisa, la deslizo hasta él.

- Aquí vivo yo.- murmuro.- Por si acaso.

- Por si acaso, sí.- sonríe.



¡Hola! ¿Qué tal estás? Espero que muy bien.

Espero que te guste mucho este capítulo. Sería fantástico saber tu opinión y ver un votito tuyo si te ha gustado. Si no, no pasa nada, pero sería genial que te unieses a esta novelita. Porque, claro, un voto es como una señal de que te está gustando el rumbo de esta novela.

Con cariño,

Aleave

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