Es gracioso como el mundo juega con nosotros.
Nuestros sentimientos cambian cada segundo, donde analizas cada acción ajena y la tomas desde diferentes puntos de vista, donde ya no sabes que piensas.
En un momento amas a alguien y al otro ya no, en un momento superas a alguien y en el otro ya la extrañas, en un instante decides algo que cambiará tu destino completamente y de repente te arrepientes.
Nuestro cerebro es muy complicado.
Suele pasar que quieres mucho a alguien, y soportas sus defectos, a pesar de que en serio te molestan, pero los soportas porque amas a esa persona. Es difícil, pero pones lo mejor de ti para cambiar día a día, de a poco, a esa persona, moldeandola en lo que tu crees que es mejor, o en lo que a ti te gustaría que se convirtiera, solo que no es así. A veces la gente no quiere cambiar, la gente es feliz, pero tu estas cansado, cansado de soportar situaciones que no quieres por alguien que, al final, no lo valía.
Entonces dejas de intentar.
Dejas de tirar una cuerda porque te das cuenta que eres el único que tira.
Pero no puedes culpar a alguien por ser como es, más cuando tu has conocido a esa persona de esa forma.
Hay que querer demasiado a alguien para estar dispuesto a cambiar por ella, solo que ella no lo estaba.
Uno aprende a convivir con sus demonios y te encariñas de ellos, por lo que si alguien se acerca obligándote a dejarlos de lado, será un gran sacrificio que no todos están dispuestos a pagar.
Ella no lo estuvo.
Pero el se canso, como quien se harta de lo insostenible.
Se fue, porque era lo mejor.
Se fue, porque su prioridad era el mismo.
Se fue, porque su corazón no aguantaba el peso de la herida innecesaria.
Se fue, porque no hay nada más muerto que aquello que sigue con vida por no querer acabarse.
Se fue, porque las mejores cosas necesitan terminar.
Y Lucas se marchó, poniendo su corazón antes que el de Maya.