PRÓLOGO

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— No te vayas

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— No te vayas.

Oía una voz a los lejos, la llamaba, la detenía.

— Por favor, Elise. No te vayas, no nos dejes.

Se escuchaba alarmado, era una voz masculina, una que conocía bastante bien.

— Esto tiene que ser así, es tu culpa —respondío alarmada—. Tú hiciste que esto pasara.

Se dio la vuelta, dispuesta a cruzar ésa oscuridad que la envolvía, la desgarraba. No estaba dispuesta a volver a caer en ése abismo que durante tantos años la consumía; anhelaba ser libre.

— ¡Nunca volverás a saber de nosotros! —tomó su brazo, impidiendo que tomara la perilla de la puerta que marcaba felicidad.

— ¡Es un peso que cargaré! —se alejó como si sus roces quemaran.

Abrió la puerta en medio de su desespero, al hacerlo, una luz brillante la acogió. La luz del día.

Fue parpadeando lentamente, acostumbrándose a la claridad de la habitación. Se levantó con cuidado y observó a Rafael, su esposo, desplazando las persianas que dejaban entrar la luz del sol a través de las paredes de cristal de su habitación.

— ¿De nuevo ése sueño? —se sentó a su lado tomando su mano delicadamente y atrayéndola hacia sí mismo, brindándole la calidez de un ser que la amaba—, estoy aquí. Sabes que cuentas conmigo.

— Está bien —acarició las sábanas blancas y súbitamente abrazó el cuello de su acompañante—, todo está bien. Es sólo un mal recuerdo.

 Es sólo un mal recuerdo

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Agresivo. ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora