CAPÍTULO 10

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1968

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1968

Esteban había sido un niño tímido y poco popular entre los demás infantes, sus padres, Raquel y Carlos, lo criaron con un amor incondicional hasta sus ocho años, época en la que un nuevo miembro se unió a la familia, haciéndose llamar Diana. Era la criatura más hermosa que sus ojos habían visto, y pronto se dio cuenta de sus padres lo sabían también. No tardo en comprender, un año después, de que no había más regalos de navidad para él, sino para Diana; no habían besos de curación cuando se raspaba las rodillas, sino para los llantos de Diana; no había más atención para él, todo era para Diana.

Diana le había robado a sus padres con risitas y vestidos coloridos. Raquel incluso le colocaba guantes a sus tiernas manos para no chuparse el dedo. Esteban tenía los dientes un poco salidos como consecuencia de los años de descuido a tan simple detalle.

Creció sintiéndose desplazado por los seres que le habían dado la vida, que de alguna manera, se convenció en que Diana se la había arrebatado. Extrañaba las caricias, los abrazos de buenas noches, la voz de su madre leyéndole un cuento infantil; y haría de todo para regresar a dichos tiempos.

Detrás de la escuela, a los doce años, comenzó a fumar no solamente simples cigarrillos, sino también marihuana. Le gustaba sentirse extasiado y a sus amistades también, por lo que pronto comenzó a salir con ellos a hacer "travesuras", pero cuando comenzaron a torturar gatos callejeros en una casa de madera abandonada, algo en Esteban despertó. Se sentía poderoso al tener en sus manos el control de una vida y pronto los gatos dejaron de ser gatos, y fueron cadáveres con olor a mortecina; comenzaron también a experimentar con pequeños perros abandonados y no tardaron en aburrirse. A los quince años Esteban bebía alcohol como agua, y fumaba marihuana más de lo que comía, sus padres se molestaban con él y se satisfacía de la atención que recibía; Diana tenía siete años y procuraba alejarse de él, pues los juegos de Esteban le hacía daño y le temía, su hermano mayor la odiaba por alguna razón que ella no capaz de descifrar.

A los dieciséis años, Esteban llevó las consecuencias de sus actos al extremo, pues robar era un crimen menor, pero no por ello era menos importante. Comenzaba a manejar temas turbios a su juventud, pasando más tiempo en la calle que en su casa, sintiéndose descontrolado. Cuando poseyó su primera arma de fuego el mismo año, una 9mm, no dudaba de su hombría y por supuesto, haría uso de ella.

Una noche, al rededor de las once, una mujer se paseaba por las calles con un cigarrillo en la mano, tambaleándose ligeramente y tarareando una canción con sus labios carmesí marcando una sonrisa. Al cruzar la avenida, llendo a barrios bajos con su falda secretarial, pasó por delante de un callejón oscuro. Esteban la había visto con su rimel corrido y quiso arrebatarle su labial también. Es por ello que no dudó en sentirse fuerte, dominante, hombre... Y arrastró a la mujer dentro del callejón empuñando el arma. Unos golpes, el grito de la mujer, su llanto, la sangre corrida en el mango del arma, la falda rota y una vez comenzado el acto, Esteban no se detuvo.

Agresivo. ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora