CAPÍTULO 14

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No había vuelto a ver a Adriana desde aquél entonces, pues había desistido de su caso y ahora se le había designado una siguiente persona mayor y menos hipócrita, Juliana

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No había vuelto a ver a Adriana desde aquél entonces, pues había desistido de su caso y ahora se le había designado una siguiente persona mayor y menos hipócrita, Juliana. Lo trataba como a uno más y aunque lo irritaba a veces, no todo parecía estar tan mal. De cualquier manera, si estaba triste en las noches escuchaba la nota de Louis, a la que sólo le había contestado con un «gracias».

Para el mismo tiempo, el odontólogo le había hecho una visita y lo llevó consigo a su sala, donde le hicieron muestras, limpiezas y una moldura para frenillos temporales que según las instrucciones, debía ponerse cada noche antes de dormir.

Los medicamentos que tomaba además, lo relajaban, aunque los antidepresivos le causaban somnolencia excesiva.

Ya había pasado una semana y era el día en que abandonaba el hospital, sus habitaciones blancas –conoció más de una gracias a aquel desastre con el vaso en la pared–, y conocería finalmente a sus abuelos. Le habían enseñado fotos de ambos, aunque sólo se encontraba lúcida su abuela Raquel, pues Carlos yacía internado en un asilo y sufría de Alzheimer. Era la desventaja de llevarse siete años entre ellos, uno era más propenso que el otro a sufrir la vejez más rápido, y como efecto colateral, la muerte.

Además de aquello, tendría sólo dos días para convivir con ellos antes de regresar al colegio, lo que en parte, se robaba sus horas del sueño. Debió admitir que no extrañaba a nadie, y mucho menos las horas de excesivo trabajo mezcladas con las horas estudiantiles, sin la simple zona laboral ya se había librado de un gran estrés.

(...)

— Éste es tu nuevo hogar —Juliana tocó la puerta cuatro veces antes de que una voz femenina gritara «ya voy»—, ¿Puedes con las maletas?

— Sí. —la verdad, le ocasionaba dolor en las costillas. No podía hacer fuerza por los dos meses siguientes.

La puerta de madera se abrió rechinando, supuso que debía ser vieja y faltaba aceite para evitarlo. Tendría que corregir eso, los ruidos agudos le molestaban. La casa era bastante simple por fuera, sin jardín ni cercas, frente a una calle de barrio más decente que el suyo en la ciudad céntrica. Conocía la calle con anterioridad, salía bastante y nunca se imaginó que allí residía sangre de su sangre.

— ¿Daniel? —preguntó la señora con dentadura postiza, un bastón, gafas y muchas arrugas.

— Danny. —corrigió, sin emoción alguna, pues seguía siendo una simple extraña.

— Daniel, querido. ¡Bienvenido! —estiró sus brazos flácidos y temblorosos, con pieles sobresalientes y algo de sobrepeso.

Esperaba un abrazo, Danny retrocedió un paso, Juliana actuó enseguida.

— Danny está cansado, y no le gusta mucho el contacto físico, sería mejor tener una charla. ¿Puedo preparar té?

— ¡Oh, no! Tengo la cocina un desastre —la señora se adentró con su bastón hasta la sala y procedieron a caminar con dos maletas. Danny llevaba su ropa en una y objetos personales en otra—. Sientense.

La invitación al sofá supuso para él un alivio. Cosa que no duró, puesto que al sentarse con confianza y con su peso –aunque había bajado de peso–, una capa de polvo lo envolvió y lo hizo estornudar. Danny era alérgico al polvo y tendría otra cosa más en su lista personal que debía corregir.

Volteó la vista hasta detrás de Raquel donde se asomaba una cocina en perfectas condiciones.

— ¿Que edad es que tiene el muchacho? —preguntó la mayor de los tres, sentándose en frentr de ambos.

— Diecisiete, ya se lo había comentado anteriormente. —respondió Juliana.

— Soy vieja y olvido cosas. Creo que estará bien, siempre y cuando sea un joven correcto.

— Lo soy —mintió el menor—, y a decir verdad, quiero hacer las cosas bien.

— Eso quiero escuchar, y como verás, mis rodillas me duelen, sufro de artritis y no puedo subir a enseñarte tu habitación. Es la antigua de Esteban, lo conservé como le gustaba todos éstos años, seguro que te gustará a ti también. Diana estaría contenta de verte, me visita todos los domingos y algunos miércoles. Hoy es, ¿Qué? ¿Viernes? Ah, si. Perfecto.

— Entonces, Danny permanecerá acá por un tiempo, es su nieto.

— Mi nieto, sí, sí. De Esteban, ¿Cómo está él?

Juliana y Danny cruzaron miradas, él lo entendió.

— Está bien, sólo algo enfermo. —respondió con una sonrisa implacable.

— Ah, sí. Era un niño muy rudo, de mayor claro que se pondría enfermo, le dije muchas veces que no se bañara con agua fría en la mañana, nunca hace caso.

— Si me disculpa, me gustaría ver la habitación. —interrumpió.

— No hay problema. —prosiguió Juliana, tomando el hilo de conversación y ayudando a Danny en su escape estratégico.

El pasillo era estrecho y parecía que en algún momento lo comería, no dudo en entrar a la habitación indicada y respiró el hedor a encierro, con poco polvo pero se notaba los años de deterioro.

Diferenció los posters de Queen y Rolling Stones, figuras de soldados, un colchón viejo, sábanas limpias, estante de madera –consumido en las esquinas por termitas–, un armario vacío, un escritorio largo con lámpara, dos mesas de noche a los lados de la cama individual con lámparas sobre ellos y el molesto color azul en las paredes.

La habitación era de un Esteban desconocido, se sentía aprisionado por recuerdos que no le pertenecen. Lejos de sentirte bien, trató de respirar pero el olor le fue insoportable.

Quería huir.

Todo le recordaba a Esteban, cada rincón en la casa, las fotografías familiares en cuadros, como si quisieran o harían que él se convirtiera en Estaban.

Tenía que irse de ésa casa pronto, y valerse por sí mismo.

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Agresivo. ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora