Serenar su mente nunca ha sido una acción sencilla, su temperamento conllevó a separarlo de la persona que más amaba, perder ante un alfa disminuyó su clasificación. Ahora su resguardo es ser el mejor policía de Hosu, y en sus acciones volverá a ver...
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Llegué a una calle amplia, con jardines en cada residencia. La operadora Asui me indicó la dirección en la que estoy. Nadie reflejaba estar enterado por la situación, e incluso Tsuyo dijo que la voz de la mujer la cual había llamado sonada demasiado tranquila. Por lo que probablemente esto podría ser una farsa, alguna llamada de broma. A pesar de la desinteresada mujer quien llamó, Asui decidió informar por el extraño sonido de vidrios rompiéndose desde el fondo. Quizá la mujer razonaba la situación, evitando entrar en pánico cual desquiciada, o sencillamente esto es una broma.
Las luces de afuera están apagadas, las del interior encendidas, titubeo si en tocar la puerta. Es estúpido avisar al maleante que te encuentras justo a un paso de él, tristemente así es el jodido sistema. Toco.
—Es la policía, abran la puerta —«relajado, Bakugou, relajado».
No hay respuesta, escucho especies de pataleos, tal vez golpes en la pared. Algo cae, entonces un gimoteo de algún infante resuena en mis oídos, desconcertado repito:
—¡Abran la puerta!
No es la adrenalina quien recorre invadida mi espina dorsal. Es el terror de la posibilidad, que un niño esté involucrado, una vida que no ha vivido. Desesperado de sólo oír gritos ahogados pateo la puerta, ¡no se abre! Repito la acción hasta verla derribada, aprieto la pistola del cinturón inmerso en tensión.
El interior es grande, lujoso a lo acostumbrado. Una joven de un claro cabello castaño, mas bien vainilla, se halla escondida abajo de una mesa oscura con un bebé. Ligeros quejidos nacen de la criatura, serena, ella presta sus arrullos a la criatura. La sala junto al comedor están dos hombres, uno de cortos cabellos noche quien está encima del de cabellos color castañas. El de encima tiene armas de fuego. Siento mi mandíbula contraerse, ¡tan poco les interesa la vida de un par de inocentes! Desgracias vivientes.
—Oh, qué veloz. La justicia no suele llegar en el momento correcto —dice el bastardo con pistolas.
—¡Baja tus malditas armas hijo de... —un disparo sale con dolor. Alarmando cada célula que me compone.
Si no me hubiese tirado al suelo, tendría una bala en mi cabeza. ¡Joder, qué puntería!
—¡Chisaki, detente! A la mierda, ¡estás tirando todo a la mierda! —exclama el de abajo.
—¡No me digas Chisaki! —responde el otro, centrándose de nuevo en él. Olvidándose de mí. Tiene las armas en sus manos pero no las dispara directamente en el cuerpo de su contrincante. Es como si tan sólo lo estuviese asustando.
Siempre es difícil estudiar la situación, cristales se entierran en mi palma de la mano. Retomo la compostura. El hombre a nombre Chisaki levanta a su víctima, estampando su cuerpo hacia la pared de enfrente.
—¡Déjense de estupideces, ambos están bajo arresto! —dicto apuntando, con en radio en mano apunto de pedir refuerzos. Estoy en una desventaja grande. No estoy para que la suerte dirija el camino, debo priorizar la vida de los inocentes ante todo. Poco importa si me lesiono, siempre es primero proteger al civil.