❀ Anhelante ser ❀

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Su mente era cruel y siempre buscaba la forma de jugarle malas pasadas.
Justo ahora se encontraba de nuevo en aquel salón de pisos de cristal y adornos de oro. Seguía danzando al compas de aquella majestuosa y perturbable melodía, sin siquiera prestar atención a su compañero de baile.

- Es un verdadero placer bailar con usted - ella le ignoro, pero no porque quisiera, si no que ella era una especie de muñeca en ese instante.

Ella podía escuchar a la perfección, pero era un robot, sólo atinaba a moverse al ritmo de la música y no podía parar, ni mover la boca, aunque tampoco es como que luchara mucho.

Dentro de las sombras y la obscuridad, la observaba aquel peculiar hombre, aquel que le ponía un cierto alto a todo aquel acompañante de vals que alguna vez tuvo, aquel que le decía que era magnífica y de más halagos. Una lágrima brotó de aquella hermosa chica, y él podía fácilmente ver como se quebraba lentamente, cada baile significaba dejarse llevar, escapar, un problema más dentro de sí y un dolor punzante en el sombrío corazón del oculto ser.

Aquella frágil criatura era un verdadero misterio para todo aquel en el salón dorado, pero el simple hecho de ser el compañero de baile era ser el gran afortunado al poder tocar a la figurilla de cristal viviente, aquella gran intriga sobre aquel ser que parecía mágico ante sus ojos, se calmaba un poco, pues al tocarla, toda duda sobre ella se esparcía.

Su mente le jugaba mal al hacerla recordar recuerdos que ni siquiera tiene presentes, pero que muy dentro de sí los siente y lastiman los trozos de su ya muy dañado corazón.

La agonía la invade al reaccionar y salir de su ensoñación.

- ¿Estas bien? - le miraba apacible el chico frente a ella, mientras que Rumina no decía nada y seguía mirando su comida.

- Debes comer Christine. - ella asintió.

Comenzó a comer la pasta que aquel chico se ofreció a comprarle, pero que ella se negó rotundamente, importándole poco al chicle andante y sumando una respuesta afirmativa de su mejor amiga, la compró de igual forma.

Él sujeto viajaba la mirada a ambas y se preguntaba como era que ambas a pesar de ser tan distintas, eran tan iguales y se entendían.
Rumina era una especie de chica inalcanzable con su cabello rubio andante, brillante y ondulado, a veces lacio, sus horbes verdes y opacas, su piel pálida y delicada, aquella chica era el sinónimo de la palabra femenino, que seguramente si no se juntase con Christine podría ser una de los que más llama la atención. Luego estaba Christi, bajita, de piel lechosa, ojos y cabellos normales, castaños, no era la gran cosa a resaltar, que si no se juntase con Rumina seguramente podría pasar desapercibida por todos en el colegio. Pero esto no era así, en cambio Rumina se junta con Christine y no finge tener dinero, tampoco sonrisas, ni un alter ego que se destruye cuando pone un pie en su casa, y por otro lado, Christine se juntaba con Rumina, por lo que no pasaba desapercibida, sino que, era alguien que llamaba mucho la atención, aunque nadie hallaba el porque y a su vez, jalaba a Rumina a aquel alboroto, por lo que no tenía que vivir aburrida, siendo ignorada en la escuela y llegando a casa, amada por sus padres, tal vez esa vida no podía sonarle tan mal a alguna de las dos, pero tampoco es como si alguna de ambas quisiera cambiar aquella comodidad por su más aun grande amistad.

Sentía que algo no andaba del todo bien con esa chica, pero era claro que no podría saber el que.

Rumina miraba a su mejor amiga, siempre se preguntó que pasaba dentro de su cabeza, sabia que propablemente su amiga necesitaba un manicomio, pero jamás se perdonaría hacerle algo así, aunque fuese necesario.

Por otro lado Christine intentaba recordar en lo que se perdió, ella sólo recuerda estar viendo un punto fijo, pero eso era el límite total de su conciencia.

Pasaron el rato comiendo, aquel chicle andante llevaba pegado a ellas hace poco más de tres semanas y logró caerle bien a ambas, para su suerte, su mejor amigo y su compañera de clase no se acercaban a ambas chicas si él estaba presente, así que intentaba pegarceles lo más posible, aunque eso sólo podría ser una excusa.

Christine llegó a su casa, abrió la puerta y entró, hacia tiempo que no se sentía así, dio un paso y aquel ogro pareció, se lamento de inmediato por su descuido, pero ¿qué podía hacer? se alegraba de ver a su padre al fin y saber que aún seguía vivo, pero por otro lado quería que siguiera donde quiera que estuvo hasta ahora, pues de esa forma no le hubiese dado el primer puñetazo y ahora tomarla del cabello.

- Maldita mocosa... Eres mi desgracia, tu madre nos dejo por tu maldita culpa, no eres más que una basura ¿Debería deshacerme de ti? Debería ir a a dejarte donde perteneces maldita perra, que esos chicos te golpeen esta bien, ellos sólo están tratando de mostrarte y darte la vida que te mereces, es tu castigo por tu peor pecado... El de vivir. - seguido de aquello, soltó un puñetazo a su estómago y una vez ya en el piso frío de madera comenzó a patearla, gritándole aún más insultos que su viejo y arrugado corazón guardaba desde la partida de aquella mujer.

Christine soltaba lágrimas mientras su padre la abucheaba soltando aun más insultos, sintiéndose miserable subió las escaleras como pudo, era increíble como aun quería a ese viejo ogro, a pesar de cada insulto, a pesar de cada golpe, a pesar de cada maldito maltrato, aun lo quería, aun así era su padre, aun así vivió sus tres primeros años de vida de felicidad, aun así aquel viejo le había dado una linda niñez a su querido hermano y aun más importante, aun así le dio la oportunidad de ser hermana de Sasha.

Atrapada en mi mundoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora