Capítulo IV

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Alguien me despierta dándome un leve empujón. Mi cabeza pega contra el césped.

-¡Arriba, Judía Verde! -dice alguien con ánimo como si esto fuera lo mejor.

-Ni siquiera a salido el sol. -digo mientras me levanto y estiro.- ¿Quien eres?

-Simon.

Se veía feliz, ¿Cuantos chicos así habrían aquí?, felices porque están aquí dentro y no tienen que preocuparse por otra cosa que enseñarles a los nuevos el lugar a tan tempranas horas, ¿que hará el resto del mes?, ¿Quien es el chico que vino antes de mi?

Dijo unas palabras muy rápidamente y luego me dio una señal para que lo siguiera, ¿Qué le hará tan feliz?, ¿Mostrarle a la única chica de este espantoso lugar el lugar? No encuentro eso como una razón para que alguien se alegré o piense que su día esta empezando bien, en especial si se trata de mi, tal vez no sepa la oleada de preguntas que le haré.

Llevamos caminando un buen rato hasta que pasamos al lado de las murallas. Paso mi mano por sus paredes ásperas, grises y rapadas mientras caminamos. Sigue el silencio. De un momento a otro empiezan a abrirse las puertas y un grupo de chicos salen corriendo, uno tras otros.

-Simon, ¿Quien son ellos?, ¿Qué hacen?

-Son corredores -dice con satisfacción.-. Todos los días salen cuando las puertas se abren y buscan una manera de salir del laberinto.

-¿Qué pasa su las puertas se cierran y quedan afuera?

Su rostro se vuelve un ceño fruncido. Suelta un suspiro.-Mueren.

-¿Qué pasaría si mandan a un Judía verde para el laberinto? -pregunto sin quitar mi mirada de aquellos chicos que corren con todas sus fuerzas por buscar una salida. Eso me levanta el ánimo. Una salida, una oportunidad de ser libres, ese es nuestro propósito, salir de aquí.

-¡Ja! No creo que lo hagan, no se arriesgarían.

-Ellos no pierden nada, ¿Por qué no mandar a un novato que no sirve a que tenga una muerte segura?, ¿Por qué no desterrarlo sino es de gran ayuda?

El se queda en silencio analizando mis palabras. Segundos de silencio incómodo. Aparto la vista de los corredores y del laberinto. Simon comienza a caminar y yo lo sigo por detrás.

Es de espalda ancha, cabellos color miel, su piel es medio bronceada y se ve que puede ser algo fuerte, ¿Qué hará aquí? No es corredor, pero sabe mucho de ellos, ¿Querrá ser un corredor?

-Simon -Digo mientras el me lleva a donde hay una rejilla rectangular a la altura de ojos y la abre con cuidado.-, ¿Tu querías ser un corredor?

Cierra la rejilla con fuerza ocasionado un gran ruido del metal contra la dura roca. Me quedo en silencio y agacho la cabeza, se que estuvo mal lo que dije. El empieza hablar con un hilo de voz, presto atención.

-Aquí podrás ver cual es la razón por la cual los corredores tienen que llegar antes de que se cierren las puertas, -abre la rejilla.- sino llegan, como ya te lo mencione antes, mueren, no rápidamente, sino de manera lenta y dolorosa.

Me paro en la punta de mis pies para poder ver a través de la rejilla. Al principio no veo nada, pero luego veo a algo moviéndose y produciendo sonidos metálicos mientras avanza. Se me acorta la respiración con tal sólo pensar lo que significa pasar una noche afuera con miles de esas criaturas asechando. Doy un paso atrás.

-Esos, Allison, son los laceradores. Si llegas a tiempo después de que te hallan picado uno de esos te ponen una cura para evitar que mueras, pero pasas por el cambio. Hace que recuerdes segmentos de tu vida pasada, tal vez tu familia, amigos o como llegaste aquí; no muchos los han picado los laceradores, y si los han picado no dicen lo que vieron.

Después de que la mañana paso con momentos de silencios incómodos y cada vez con más dudas decidí cerrar la boca y sólo quedarme a observar a los demás como hacen su trabajo, mientras que yo, tengo que elegir alguno. No quiero matar vacas u otros animales o por lo menos despellejarlos para que Sartén haga su trabajo, ¿Ser corredora? No podría, soy lenta y mis pasos son pequeños; ¿Mediquera? No, no podría ver a todas aquellas personas sufriendo y sentarme a esperar a que la inyección le haga efecto.

Juego con mi comida mientras millones de ideas pasan por mi cabeza. Alguien se sienta al lado mío.

-¿Sin hambre?

-No, con millones de dudas -digo y volteo a ver la cara de Ben.-, ¿Y tu?

-Me podría comer una vaca si pudiera.

-¡Ben! -grita alguien en la otra esquina del pequeño comedor.-, no creo que quiera salir contigo. ¿Qué dices de mi muñeca?

-Puerco.-digo en un susurro.- ¿Quien es el?

-¿El que te llamo muñeca? -pregunta tratando de no reírse. Ruedo los ojos.- Es George.

Miro a la esquina de donde grito ese tal George, ve que lo estoy mirando y me guiña un ojo; ¿Esto siempre será así?, millones de chicos tratando de que... No, no creo.

-¿Con qué una vaca, no? -digo mientras agarro un poco de puré de papas.

-¿Qué?

-Dijiste que te comerías una vaca, ¿Podrías?

El se queda en silencio unos segundos, levanta las cejas y yo término mi plato.

-Literalmente, no.

Estoy a punto de protestar y decirle a que lo reto y alguien me tapa los ojos. Siento como la tensión crece en mi cuerpo y se que Ben esta diciendo algo, pero no lo entiendo, lo único que pasa por mi mente es que me tengo que sacar las manos de mis ojos. Trato de sacarme una de las manos de mis ojos enterrándole mis uñas, no funciona. De un momento a otro recuerdo que tengo un tenedor en mi mano y clavó los dientes del tenedor en la mano de no se quien.

Al final olvidaras todo de mi.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora