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—¡Capitan!

—¡Cállate King! ¡Te acusaré de mirón con Diane!

—¡C-capitan! ¿Cómo va a hacer eso con la princesa? —el hada estaba tapando su rostro sonrojado con el almohadon verde que siempre lo acompañaba.

—No le estoy haciendo nada, tú eres el mirón malpensado. —el dragón alzaba a Elizabeth por los muslos tocando su trasero.

La chica no decía nada, estaba muda de la vergüenza. Pues esa cabellera rubia se encontraba entre sus pechos y desde allí hablaba con el hada. Puede que realmente no estuvieran haciendo nada, nada fuera de lo común para ellos, pero que el pecado de la pereza los viera en esa situación la ponía incómoda.

Meliodas estaba hablando con ella cómo era común en su cuarto, cuando una mucama se acercó a decirles que los preparativos para la ceremonia de presentación al pueblo estaban listos. Por lo tanto debían elegir que se pondrían para mostrarles a todos que ellos los dirigían ahora y por un tiempo.

El pecado se decidió por un traje de pantalones negros y saco bordo. Por su parte la princesa había dejado unos cinco vestidos de diferentes colores sobre la cama. No sé decidía, por lo que optó por probar cada uno y preguntarle al capitán, que se aprovecho de la situación y manoseo a la indecisa chica.

Cuando se estaba probando un vestido del mismo color que el saco del nuevo monarca, Meliodas se abalanzo sobre ella. Era una prenda sin mangas, con agarre al cuello, señida al cuerpo que resaltaba las curvas de la princesa, con terminación en cola de sirena. Ante esa imagen el chico no se resistió y fue por ella.

Con la mala suerte que el portal de Oslo se abrió en la habitación de los reyes, dejando aparecer a King frente a esa escena.

—¡Diane! ¡No pases! ¡No pases! ¡No pases!

—M-meliodas-sama, bajeme por favor... —la  jovencita de pelo plata no quería que King la viera así, menos su amiga.

La chica tomó la blusa blanca y el short negro que había en la cama y se dirigió al baño privado de la habitación. El vestido era bellísimo, lo había elegido mientras Meliodas compraba lencería de su gusto para ella. Por lo que, esa era la primera vez que veía como le quedaba.

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Gowther se encontraba en la punta de una de las torres del castillo, el desdichado muñeco pensaba en cómo iba a conseguir nuevos libros y sobre qué. Ya conocía la historia de Británia en carne propia y desde el punto de vista literario de los humanos. Ya había visto la fantasía hasta la capacidad de crearla por si mismo, el romance no era su estilo favorito, las guerras generaban las ganas de luchar que pocas veces había en él, ¿misterio?, no, para él era predecible.

Solo quedaba algo para su ser en los libros por conocer.

La narración erótica.

Merlin se la había prohibido, justificada por el hecho de su incapacidad de identificar la atmósfera del lugar, provocando tal vez un momento incómodo como en varias ocasiones ya se presentaba. Pero, como la maga no estaba en el reino, nadie le diría nada ni quitaría los libros.

El muñeco se puso en camino, el capitán le había entregado doscientas monedas de oro por su labor en la taberna, el cual no era realizado en la mayoría de las ocasiones. Con eso sería más que suficiente para conseguir libros de los que buscaba.

Bajar de la torre fue tan sencillo como controlar a un soldado para que lo ayudará. Bajo las escaleras tranquilamente, en el transcurso se encontró a Ban y Elaine, quienes decidieron acompañarlo para que nada malo sucediera mientras paseaba por las calles del reino.

Un Verdadero Rey para Camelot (Meliodas x Elizabeth)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora