C29: Eres y serás.

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A veces las personas tienen algo para decir, incluso cuando ya parecen haberlo dicho todo

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A veces las personas tienen algo para decir, incluso cuando ya parecen haberlo dicho todo.

Por eso insistí en que Blake hablara con Mila, porque sé que hay muchas palabras que ella muere por decir. No sé si con ellas formará oraciones que buscan su perdón o simples advertencias, tal vez sean reclamos o preguntas que quedaron sin responder de su ruptura. Cualquiera sea el caso, ella apareció, y me bastó con una mirada para saber que arribó en Owercity con un único propósito: hablar.

E incluso los que se equivocan merecen ser escuchados.

De todas formas no sé con exactitud si ella se equivocó, y sinceramente no voy a confiar en las palabras de una Mei Ling cegada por la ira. Según la hermana de Akira, la muchacha o más bien la mujer, no es más que una interesada. Sin embargo, voy a concederle el beneficio de la duda. Juzgar a primera vista nunca fue mi especialidad, y si lo fuera no me sentiría orgullosa.

—¿Vas a quedarte ahí o vas a venir a hacerme compañía? —cuestiona una voz masculina, obligándome a alzar la mirada hacia su dueño.

Lo veo, sentado sobre el techo de la casa rodante y con sus piernas colgando, y salgo a la superficie tras haberme estado ahogando en un océano de pensamientos que aún no comprendo cómo son capaces de caber dentro de mi cabeza.  

—Pensaba quedarme aquí, de pie en medio de la calle hasta medianoche. —Sonrío con burla, haciendo un ademán con ambos brazos a cada lado, a los kilómetros de asfalto vacíos a excepción de unos cuantos coches estacionados a la lejanía.

—Ten cuidado —advierte, fijando esos peculiares globos oculares en los míos—. Se rumorea que hay una desastrosa conductora que deja a los peatones inconscientes con un jeep.

Lo miro con reproche y siento el calor inundando mis mejillas mientras me acerco al vehículo, lista para empezar a subir la escalera. Agradezco el hecho de que no haya viento y que el número treinta y uno no esté detrás de mí, porque de otra forma quedaría al descubierto que no llevo ropa interior. 

Eso sería ligeramente incómodo.

Resulta que en la casa nos repartimos los quehaceres. La fashionista tenía que lavar la ropa durante la semana pasada, y digamos que no es muy buena amiga del electrodoméstico. De alguna forma que aún no logramos explicar, la puerta de la máquina no abre y ella no lo mencionó hasta hoy, y para mi mala suerte las otras prendas íntimas tuve que lavarlas a mano y aún no se secan. 

Por lo menos Ingrid no dejó a Louis Vuitton dentro del lavarropas, con los taparrabos femeninos.

—Déjame ayudarte. —Estoy casi llegando al techo cuando Hensley se inclina y me toma por debajo de los brazos, levantándome sin mucho esfuerzo y sentándome a su lado. No me suelta hasta que está seguro de que estoy sentada sobre mis posaderas y que no voy a ser víctima de una caída de dos metros y medio.

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