C41: Flujo sanguíneo.

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—¿Debo recordarte que Bill se disfrazó de Hannibal? —susurro en cuanto me anima a traspasar el umbral de la puerta de su habitación—

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—¿Debo recordarte que Bill se disfrazó de Hannibal? —susurro en cuanto me anima a traspasar el umbral de la puerta de su habitación—. Cocinaría mis extremidades a la parrilla y con salsa si me viera aquí arriba —le recuerdo, y ella se inclina para ver si la escalera está despejada—. Es una locura —aclaro, y ella cierra la puerta con delicadeza, como si temiera que el entrenador la oyera a pesar de estar en la planta baja.

No me sorprendería. El coach parece oírlo, verlo y saberlo todo.

Es algo escalofriante.

Si la locura es felicidad, ¡me declaro loco! —cita, dándose la vuelta y enfrentándome. 

¿Por qué me tiene que sonreír así? No es momento para que estemos a solas, no cuando aún no he podido controlar el hemisferio sur de mi cuerpo. 

—Hannibal está ocupado intentando darle un mordisco a la yugular de Julieta —recuerda, y no puedo negar que el entrenador parecía bastante concentrado en sacarle algún trozo de carne a Elvis, sobre todo cuando él se tropezó con su vestido y cayó sobre Steve, a lo que Shepard gritó: «¡Casi le rompes el brazo bueno a mi quarterback, mentecato despistado! ¡¿Sabes lo que valdrá ese brazo en cinco años?! ¡Millones de jodidos dólares! Me debes diez kilómetros, cien lagartijas y quiero media pierna tuya en mi plato para la cen... ¿a dónde vas? No he terminado de hablar. ¡No te atrevas a llamar a Romeo, Julieta!»

—¿Y qué haremos cuando intente saltar a mi yugular? —Enarco una ceja.

—Podemos pensar en una solución mientras estamos aquí. —Se encoge de hombros, y la sonrisa en sus labios se amplía.

El silencio se asienta, y nos encontramos de pie a sólo un paso de distancia. Me tomo un momento para apreciar nuevamente el disfraz y la forma en que se envuelve alrededor de su cuerpo antes de volver a mirar su rostro. En otras circunstancias me hubiera dado gracia que Ingrid pintara sus cejas del mismo color anaranjado de la peluca, pero no puedo reír, no cuando la nueva Hermione le pintó los labios de ese intenso color escarlata, lo cual distrae bastante.  Y ni hablemos de sus ojos; adoro sus pálidos ojos celestes, tanto que los he pintado tantas veces que perdí la cuenta, pero los lentes de contacto verdes son hipnotizantes en todo sentido.

—¿En qué piensas? —curiosea, con una chispa de entusiasmo en sus ojos—. Porque yo todavía no puedo crear que reencarnes al señor Darcy. Es alucinante, llamativo y seductor.

—¿El señor Darcy o yo?

—Ambos.

Reprimo una sonrisa y ella da un paso al frente. Su fragancia me envuelve y empiezo a lamentarme el hecho de que no se pueda captar un aroma a través del papel, de un lienzo. 

He estado meditando en el gran placer que un par de espléndidos ojos en la cara de una mujer hermosa puede otorgarle —cito.

Ella estira su mano y aparta un mechón de cabello de mi frente, sonriendo con una calidez más que abrasadora.

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