Capítulo 1

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BDSM: Bondage, Disciplina, Dominación, Sumisión, Sadismo y Masoquismo.

Este es un juego absolutamente consensuado, por lo cual, cada uno decide qué y cuánto. Sin duda cualquier persona es completamente diferente y los umbrales del dolor y límites corresponden a cada uno de nosotros. Es BDSM, no tortura.

J. Dhanko.

Me paseaba por mi oficina, observando de tanto en tanto los edificios de San Diego que se alzaban majestuosos sobre el cielo, casi tocando las nubes. Estaba esperando que diera la hora. Era un ritual para mí el caminar antes de una reunión administrativa.

Yo, era Savannah Milles, dueña de la empresa Milles Ltda. La cual había heredado por mi padre debido a su fallecimiento hacía dos años. Me vi impuesta a tomar el control de ella con tan sólo veinticuatro años; fui lanzada a los tiburones que se movían en las aguas del mundo empresarial, siendo unos perfectos depredadores que pudieron acabar conmigo en un abrir y cerrar de ojos.

Pero no fue así.

Les demostré que, a pesar de mi corta edad, era lo suficientemente inteligente para lidiar con ellos. No por nada terminé mi carrera en un abrir y cerrar de ojos. Me esforcé, trabajé duro para llegar a donde estoy ahora, llevando a la empresa de mi difunto padre a la cima, claro, por debajo de Enrico Leonardi.

Hice una mueca de desagrado.

Ese maldito viejo. Lo odiaba. Siempre mirándome despectivamente, tratando de desprestigiarme ante los demás ejecutivos. Pero, ¡Ja! Nunca lo ha podido lograr.
Estaba sola en esto, no tenía más familia. Mi madre falleció hace años, nunca tuve hermanos, fui la única hija, malcriada y mimada a la que nunca se le negó nada.

Pero para mi suerte, tenía a Cristianno, mi mejor amigo, además de ser mi primo, hijo de un medio hermano de mi padre que murió casi al mismo tiempo que él, dejando a Cristianno al frente de su empresa. Ambos éramos casi iguales, con el mismo pasado, las mismas circunstancias nos colocaron en la presidencia de nuestras empresas; aunque claro, él era cuatro años mayor que yo, así que no fue gran problema.

Se encargó de protegerme y ayudarme a subir, subir cada vez más alto en los negocios, además de ser el único hombre en mi vida, por que sí, él me había quitado la virginidad, me había hecho suya y teníamos una relación estrecha y sexual de vez en cuando. Era el único que me había tocado y no pensaba en nadie más.

No tenía tiempo para hombres, pero maldita sea que a veces deseaba experimentar más allá de Cristianno. Él era un sueño de hombre, pero quería más que sexo convencional. Incluso pasaría por alto las advertencias de mi primo al pensar en entregarme a alguien más.

Sonreí.

Era posesivo, pero sabía de sobra que no podíamos tener una relación abierta.

—Señorita Milles, los ejecutivos la esperan —dijo mi secretaria a mi espalda. Mi vista se había perdido en las personas que parecían diminutas hormigas yendo y viniendo con prisa para llegar a sus trabajos o colegios.

—Gracias, Judith.

Escuché la puerta cerrarse. Di la vuelta y tomé mi móvil. Reacomodé mi falda de tubo en color negro, alisándola, a pesar de que se encontraba pulcra, sin ninguna arruga.

Suspiré y salí de mi oficina con el eco de mis tacones presionando con firmeza contra el mármol.

No estaba nerviosa, ya me había enfrentado muchas veces a los tiburones que me esperaban al otro lado de la puerta, pero había algo que me estaba haciendo poner los pelos de punta y lo odiaba porque no sabía lo que era.
Temblando levemente tomé entre mi mano el picaporte de la puerta, la abrí y entré a paso decidido, no podía mostrar debilidad alguna ante ellos o me comerían viva.

—Buenos días, señores —dije seria.

Entonces noté la ausencia de Enrico, era muy extraño, él siempre llegaba puntual, porque claro, le gustaba fastidiarme

—Buenos días —saludaron todos al unísono.

Tomé el teléfono que estaba sobre la mesa, marcando la línea de Judith quien respondió enseguida.

—Dígame, señorita.

—Judith, ¿qué ha sucedido con el señor Leonardi? —Pregunté mientras sentía la mirada de todos los presentes sobre mí o, mejor dicho, sobre mi escote.

—Llegará en unos minutos, señorita, disculpe, me pido que le informará, pero lo pasé por alto. —Solté un gruñido.

—Que no vuelva a ocurrir —mascullé molesta.

—Sí, señorita. —Colgué el teléfono y suspiré nuevamente.

—Disculpen, mi socio se demorará unos minutos —hablé voz baja pero segura. Ellos asintieron serios.

Apoyé mi espalda contra el respaldo de mi silla, golpeando con mis uñas la mesa, haciendo un sonido molesto para ellos pero que a mí me calmaba. Así que tendrían que soportarlo.

Mordí mi labio nerviosa. ¿Qué demonios me estaba pasando?

Finalmente, después de unos minutos Judith abrió la puerta. Escruté su rostro que estaba rojo, además que temblaba nerviosa, sin mirar a nadie.

Entendí el motivo de su nerviosismo.

—Buenos días —saludó aquella voz varonil y autoritaria

Tragué saliva y contemplé al pedazo de hombre que tenía frente a mí.

Decir que era guapo, se quedaba corto. Él era un puto Dios. Su rostro bello, parecía haber sido cincelado centímetro a centímetro cuidadosamente. Unas tupidas pestañas surcaban sus ojos grisáceos, tan profundos e intimidantes, que podían desarmarte con tan sólo posarse sobre ti. Sus pómulos eran perfectos, sus cejas, su nariz recta y que decir de sus labios, carnosos y rojos que por un momento los imaginé chocando contra la carne caliente de mi sexo húmedo y dispuesto, gustoso a recibir las caricias que podría darme y que podía jurar, me llevarían al límite de lo imaginable.

Me removí sobre mi silla con una punzada de placer atravesándome entera. Segui escrutándolo, pasando de largo por su cabello oscuro y sedoso y recorriendo su cuerpo formado, sus músculos marcados escondidos debajo de aquel estorboso traje azul que le quedaba perfecto.

Sin embargo, un carraspeo me trajo de vuelta a la tierra. Parpadeé confundida y me levanté de mi silla.

—Disculpe, ¿quién es usted? —pregunté mirándolo interrogante

Él, al igual que yo, me había evaluado, deteniéndose en mis labios, no en mis bien formados pechos que era lo único que los hombres de aquí veían.

—Cierto, no me he presentado —habló con voz calmada—. Mi nombre es Bastian Leonardi, y soy su nuevo socio.

Mierda.

Mierda

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