Capítulo 42

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Él alcohol contra mi nariz de a poco me hizo recobrar el conocimiento. Escuché voces, sonidos distantes como ecos lejanos que no podía comprender.

La cabeza me dolía, las náuseas que se volvieron mis más fieles compañeras hicieron su aparición de forma súbita. Me estrujaron el estómago y la garganta mientras luchaba incansablemente para reprimir el vomito que inminentemente llegaría en cualquier momento.

Mi consciencia se despejó, los recuerdos me abordaron, se aclararon de golpe. Las palabras de la doctora resonaron en mi cabeza. Ellas que fueron como un veredicto de muerte para mí. Sin embargo, más nada podía hacer, únicamente seguir adelante... Sola, con todo lo que eso conllevaba.

Mis ojos se abrieron de golpe al recordar también el motivo de mi desmayo.

—Bastian. —Mencioné su nombre. Mis ojos se encontraron con el techo de una habitación que yo no conocía.

—Hannah, ya despertó —fijé la vista en Emmet, apresurado se acercó a la cama. Su rostro surcado por la preocupación me escudriñaba cauto.

—¿Dónde estoy? —Chuchiché. Cogí la cabeza entre mis manos buscando calmar el dolor palpitante que la atenazaba.

—En casa de Hannah —me respondió, a la vez que la aludida entraba con una bandeja de comida en las manos.

—Bien —musité ausente.

Ella dejó la bandeja a un costado sobre la mesita de noche; luego subió a la cama, se colocó de rodillas con su vista fija sobre mí al igual que Emmet. Ambos me miraban expectantes, esperando algo, quizá una reacción loca o dramática de mi parte. Pero no, me encontraba tranquila y decidida.

Bastian debía saber que sería padre, sin embargo, esperaría que su boda se llevara acabo. Interferir en ella y detenerlo no se encontraba en mis planes. Aunque quizá él de todos modos no lo haría, prefería no arriesgarme. Después de todo no le negaría a su hijo, cuando se llegara el momento le diría la verdad.

Si lo buscaba ahora podría tomarse a malas interpretaciones. Tal vez él deduciría que quiero intentar algo, formar una familia, cuando en realidad no era lo que yo deseaba.
Sin duda podría intentarlo. Este bebé frenaba el estilo de vida que amaba llevar, más no cambiaba mis sentimientos ni la forma de ver las cosas incluso cuando una parte de mí me gritaba que no siguiera engañándome e hiciera a un lado el erróneo objetivo que tenía planteado para mi vida.

No quería casarme, no quería tener una pareja en el ámbito romántico. Y sobre los hijos, bueno, ya no podía hacer nada al respecto.

¿Hasta cuándo seguirás engañándote?

—Hannah me contó sobre el bebé —habló. Sus ojos se iluminaron; sin saber por qué, supe que estaba pensando en el hijo de Judith—. ¿Qque piensas hacer?

Inhalé profundamente. Agaché la cabeza, entrelacé los dedos; me mantuve callada por unos segundos, no porque no supiera la respuesta, sino que pensaba en Michael y en el pesar que me causaba el tener que terminar con lo nuestro cuando apenas y había comenzado.

—Nada —hablé—. ¿Qué puedo hacer? Sólo ser responsable y tener a este pequeño intruso —añadí. Llevé las manos a mi vientre instintivamente.

—¿Se lo dirás? —Preguntó cauto— Si fuera mi hijo desearía saberlo. Aunque sé que él va a casarse... Y bueno, todo es muy complicado. —Añadió, se rascó la cabeza en manera de frustración.

Pasó las manos por su cara una y otra vez como si el problema fuera suyo. Más hizo sonreír el darme cuenta que tenía a los mejores amigos del mundo.

Deseo ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora