La brisa húmeda rozó mi rostro con delicadeza, como una suave y cariñosa caricia que me erizó la piel.
Miraba la casa imponente de los padres de Bastian. Él venía a mi lado, mi brazo enredado al suyo, caminando ambos en silencio hacia el interior.—Recuerda tu lugar —me dijo antes de entrar.
—No lo olvido, Señor —contesté con la vista fija en la puerta que poco después fue abierta por un joven de buen ver. Miró a Bastian amable y luego posó sus ojos sobre mí por más tiempo del debido, sus pupilas viajaron a mi escote y en como la tela del vestido se levantaba debido a lo duro de mis pezones que chocaban contra ella.
—Señor Leonardi, señorita —saludó—. Los esperan en el comedor —Bastian asintió y entramos a la casa.
Llegué a imaginar que estaría llena de excentricidades, pero no era así.
La decoración era poca, sin embargo, cada detalle, cada cuadro y pieza de arte estaban colocadas perfectamente, dando la sensación de estar dentro de un hermoso museo.Además el suelo de mármol claro hacía perfecto contraste con el color de las paredes y los demás objetos. Me gustó.
Bastian me guio por la casa con total naturalidad. Yo estaba nerviosa, muchísimo, no sabía cómo sería la reacción de Enrico al verme aquí, del brazo de su único hijo. Aunque podía hacerme una idea, sólo esperaba poder soportar lo suficiente para morderme la lengua y no replicar. No deseaba arruinar lo que comenzaba a tener con Bastian por culpa de su padre.Mis dedos se cerraron sobre el brazo de Bastian con un poco más de intensidad cuando entramos a la estancia; el gran comedor de ocho sillas estaba lleno de comida, en exageración. Enrico y su esposa, Lourdes, se encontraban sentados, pero al vernos se pusieron de pie.
La cara de Enrico era un poema, la de Lourdes de total sorpresa y hasta podría decir que la emoción predominaba en sus ojos grisáceos, los cuales su hijo heredó.
—Bastian, ¿qué hace ella en mi casa y más importante aun, de tu brazo? —increpó sin molestarse en ocultar su desagrado hacia mi persona.
—Buenas noches —saludó Bastian, serio y cortante, su voz tan filosa como la de una navaja—. Savannah es mi pareja, papá, por lo tanto la verás más seguido. Así que te exijo respeto hacia ella.
Mi rostro debía de ser el espejo de Enrico; ambos con las mandíbulas desencajadas al escuchar cada palabra que pronunció Bastian; no obstante, la que más se rebobinaba en mi cabeza, era: Mi pareja.
Había dicho que era su pareja, su novia, su mujer, ¡joder! ¿Cómo debería sentirme sobre eso? ¿Emocionada? No, no quería sentirme así, porque era obvio que él diría que éramos eso, puesto que no podía andar divulgando y gritando a los cuatro vientos que él era mi Amo y yo su sumisa.
La emoción que sentí bajó de golpe, haciéndome poner los pies sobre la tierra en un instante después de sentirme flotar por unos míseros segundos.
—¿Tu pareja? —repitió incrédulo Enrico. Su mandíbula se tensó y las venas de su cuello sobresalieron, presionándose contra la palidez de su piel.
—Sí —contestó secamente Bastian.
—¿Por qué no nos lo dijiste, hijo? —lo cuestionó su madre en tono neutro.
—Porque comenzamos a salir hace poco, hoy vine a eso precisamente —le respondió más tranquilo.
—Bien —espetó Enrico con voz desprovista volviéndose a sentar.
Maldecí en mi interior. El ambiente estaba tenso, se sentía en el aire; no sería una cena amena, tampoco agradable, mucho menos cuando Enrico no dejaba de lanzarme miradas de soslayo llenas de molestia, recordándome que no era bienvenida en su casa.
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Deseo ©
ChickLit-¿Y bien? ¿Estás de acuerdo? -Preguntó serio. -Dame el bolígrafo -dije segura sin perder más tiempo. Su sonrisa se hizo más grande, me tendió el bolígrafo y sin dudarlo firmé entregándole el contrato que él observó complacido para después firmarlo...