—¿Recuerdas tus palabras de seguridad? —Preguntó justo cuando Armando detenía el auto frente a una mansión preciosa de grandes ventanales y extensos jardines.
—Sí Señor —contesté con cierto nerviosismo.
Bastian cogió mi mano y cerró la fina cadena en la pulsera que se había vuelto mi fiel compañera desde que él me la colocó. Nunca me la había quitado y esperaba no llegar a hacerlo.
—Verás cosas fuertes dentro de esas paredes. Estaré pendiente de ti, de tus reacciones; quiero que confíes en mí y si necesitas que me detenga, sólo tienes que decir la palabra, no me enfadaré ni recibirás escarmiento por ello, así que no temas en utilizarla, ¿de acuerdo?
Sus advertencias llegaron a asustarme un poco. Me pregunté qué sucedería dentro de la mansión para que él tuviera que hablarme así. Sin embargo, confiaba en él y me sentía segura dejando mi cuerpo en sus manos, Bastian sabría qué hacer con él y yo estaría dispuesta a seguir sus órdenes, cada deseo que existiera en él. Cumpliría como su sumisa, porque deseaba que estuviera orgulloso de mí.
—De acuerdo, Señor —dije, enviando mis nervios a lo más recóndito de mi ser sin tener mucho éxito en ello.
Armando abrió la puerta para nosotros, Bastian bajó y me ayudó a hacerlo, tomó mi mano para después soltarla y tirar de la cadena. Paso tras paso aumentaba el ritmo de mi corazón, veía a mis lados a personas llegando, todas ellas vestidas de manera elegante y con sus respectivos sumisos.
Algunos de ellos se encontraban a gatas y completamente desnudos; otros vestían ropa de latex o vinil, desde vestidos como el que yo usaba, hasta diminutos taparrabos que eran los más usados por los sumisos, sin faltar esos collares en sus cuellos, de diferentes tamaños y colores y con cadenas gruesas que sus Amos tomaban con seguridad en sus manos, tirando de ellos al igual que lo hacía Bastian conmigo.
Al menos me alegré que no me hiciera ir a gatas.
Al entrar a una gran estancia, me sentí en otro mundo, como si todo aquello no fuera real.
Al menos veinte personas se encontraban ahí, contando a los sumisos; los Dominantes estaban sentados en los mullidos sillones dispuestos correctamente por toda la estancia que era alusiva a un mazmorra o calabozo de la edad media con distintos instrumentos, algunos similares a los que Bastian tenía en su cuarto de juegos.
Todo era como una fiesta, ellos bebían y tomaban de vez en cuando bocadillos, dándole a sus sumisos en la boca o arrojándolos en los platos de mascotas sobre el suelo donde ellos los comían como si se tratara de verdad de una mascota. Cada uno de ellos entraba en su rol y parecía no molestarles en lo absoluto.
—Bastian, adelante —dijo aquel hombre que lo visitó anoche—, la sesión ya casi comienza —añadió.
—Parece ser que llegué justo a tiempo —respondió Bastian. El hombre sonrió.
—Justo a tiempo, amigo.
Entonces su vista se posó sobre mí, se quedó callado y estiró su brazo tocando mi mejilla, recorriéndola con sus dedos hasta mi cuello.
Mi corazón dio un salto, mas me mantuve en mi sitio. Si él me tocaba era porque Bastian lo permitía.
—Ansío una sesión con ella —murmuró y mi cuerpo se sacudió de excitación y miedo.
—Por supuesto —dijo Bastian, y juro que quise mirarlo para gritarle que no deseaba estar con otro hombre que no fuera él.
No obstante, esperaría. Él había dicho que podía parar cuando yo lo deseara, y si el juego al que entraría resultaba ser demasiado para mí, definitivamente lo detendría.
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Deseo ©
ChickLit-¿Y bien? ¿Estás de acuerdo? -Preguntó serio. -Dame el bolígrafo -dije segura sin perder más tiempo. Su sonrisa se hizo más grande, me tendió el bolígrafo y sin dudarlo firmé entregándole el contrato que él observó complacido para después firmarlo...