Capítulo 39

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Michael aferró las manos a la curva de mi rostro, mientras que sus labios suaves y cálidos se movían con lentitud contra los míos, como un delicado vaivén, un ritmo calmado como lo son las olas del mar. Él me seducía con la forma en que me besaba, era tan distinto, tan tranquilo, tan pacífico.

Le respondí de igual manera, mordisqueándole los labios, chupando de tanto en tanto, deslizando mi lengua por ellos, lento, atrayéndolo y seduciéndolo de la misma forma que él lo hacía conmigo.

¡Dios! Besaba de maravilla.

En pocos segundos mi cuerpo comenzó a excitarse, nuestras respiraciones se hicieron pesadas, su piel se puso caliente, la mía también, los vidrios se empañaron de a poco pero a ninguno de los dos nos importaba mucho lo que sucedía a nuestro alrededor, estábamos demasiado perdidos en los labios del otro.

Me daba cuenta que Michael despertaba en mí un deseo abrazador y enorme, una lujuria voraz y hambrienta, sin embargo, existía un vacío, algo dentro de mí que no quedaba satisfecho del todo. Me gritaba que me hacía falta algo, que todo era perfecto pero aún así, esa constante sensación de vacío seguiría existiendo siempre, y tal vez aquel sería mi martirio.

—Savannah —murmuró entre besos—, por más que deseé tomarte aquí, hay un contrato que debemos firmar —asentí sin ser yo del todo, aún me encontraba perdida en el sabor a miel y menta de sus labios que se tornaron rojos, más de lo normal a causa de mis mordiscos.

—Vamos —musité.

Abrí la puerta del auto sin esperar que él lo hiciera por mí; el viento frío en mi cara me hizo despertar un poco y aliviar lo caliente de mi cuerpo. Di una vista rápida a los alrededores, notando las bardas altas, muy altas, sería difícil para alguien el escapar de aquí o el entrar.

Michael no tenía protección, más había notado a los hombres que no se me despegaban ni un segundo, así que estaba segura que Bastian dejó a esos guardaespaldas detrás de mí sin decirme nada, creyendo quizá que yo no me percataría de que me cuidaban.

Sonreí un poco, sabiendo que él a pesar de todo seguía preocupándose por mí.

Bastian, si tan sólo no te hubieras enamorado de mí.

Michael me tomó de la mano cerrando sus dedos con firmeza contra mi piel, tomándome desprevenida como siempre, a veces mis pensamientos me hacían perder la noción de todo lo que ocurría a mi alrededor y no podía decir si eso era bueno o malo.

Acto seguido, abrió la puerta de la casa a la cual entramos juntos, siendo recibidos por el silencio sepulcral en el que se encontraba sumida; un ligero olor que se me hizo familiar me embargó, no obstante, no pude recordar dónde lo había percibido por primera vez, era algo parecido a la canela, con un toque cítrico, una rara combinación que no tenía un mal olor como resultado.

—Tu casa es bonita..., y solitaria —murmuré mirando a mi alrededor.

Las paredes eran blancas, lo que hacía que la casa se viera espaciosa y los espejos que había colgados en ellas, todos de distintos tamaños, ayudaban a que se hiciese más notorio; el suelo era oscuro, hacía un contraste perfecto con las paredes y los demás muebles.

—Debes sentirte cómodo con tu casa, es donde pasas la mayor parte del tiempo. Yo soy alguien solitario, Savannah —me hizo saber; le seguía el paso por un pasillo angosto—, no soy de hacer amigos, me dedico a mis sumisas y a mis estudios —sonreí.

—Como cualquier chico de tu edad —bromee. Él rio, una risa suave que me dio la impresión, quiso controlar.

—Así es —aún así me dio la razón—. Ésta es mi biblioteca —dijo abriendo una puerta oscura de madera—, donde me encontrarás gran parte del día —asomé mi cara y después entré con él.

Deseo ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora