Capítulo 11

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Al decir esto se alejó de mí, yendo hacia una cómoda en color negro, abrió un cajón y sacó algo que me pareció ser una cadena.
Se volvió y caminó hacia mí de nuevo con aquella cadena en sus manos, jugando con ella entre sus largos dedos que me vi deseando tener dentro de mí, tocándome y penetrándome sin control y restricciones.

—Vamos a darle volumen a tus preciosos pezones —acunó entre su mano uno de mis pechos, calentándolo con su piel. Atrapó mi pezón entre sus hábiles dedos, dando pequeñas caricias en circulo una y otra vez; pellizcó y yo me removí excitada.

Mordí mi labio y aguanté un instante la respiración; él pellizcaba más fuerte, tirando de mi pezón sin compasión. Dolía.
Solté el aliento cuando me liberó, más no se detuvo, repitió con mi otro pezón; caricia, pellizco y al final, tirar fuerte, con saña.

Mis pezones se alzaron como dos puntas puntiagudas apuntando a una misma dirección. Ardían, estaban calientes y rojos, les había dado un bonito color con sus lastimosas y placenteras caricias.

Luego, extendió la cadena frente a mí, vi que en cada extremo de ella tenía una especie de pinza, la misma que momentos después se cerró en mi delicado pezón, haciéndome gritar de dolor.

—Guarda silencio o les pondré peso —mordí mi lengua reprimiendo un grito cuando hizo lo mismo con mi otro pezón.

¿Peso? ¿Era en serio?

Él tomó la cadena que quedó colgando entre mis pechos, era fría, pero me acostumbraba a ella; tiró delicadamente y me fue inevitable no gemir. Me lastimaba. Era una sensación de ardor, como una quemazón que al igual que dolía, enviaba oleadas de placer por mi cuerpo.

Pareció complacido ante mi dolor y lo vi ir por el látigo. Era de color negro, tenía demasiadas tiras, como su nombre lo decía. Bastian lo tomó entre sus manos, acariciando las tiras con una de ellas.

Se posicionó detrás de mí, haciendo mi cabello a un lado y besando mi cuello, chupando mi piel y mordiéndola mientras rodeaba mi abdomen con el látigo, dejándome sentir su textura, dándome una idea de cómo iba a sentirse al golpear la piel de mi cuerpo.

Se mantuvo así por unos minutos, tirando de tanto en tanto de la cadena que aprisionaba mis pezones; mi cuerpo en respuesta se curvaba contra su pecho y eso a él parecía gustarle.

Hasta que finalmente se detuvo.

Me sentí desnuda, fría sin la cercanía de su piel cálida. Sin embargo, aquello pasó a segundo plano cuando el primer azote llegó directamente en mi trasero.

—¡Ah! —grité por la impresión. Calaba, dolía, además de que abarcaba demasiado y eran muchas tiras, aumentando en mí el dolor.

—¡Guarda silencio, mascota! —me gritó.

Mordí mi labio inferior y recibí el siguiente azote en mi espalda. Hice mis manos en puño, los dedos de mis pies se cerraron, mis uñas arañaban el suelo y él seguía azotándome. Lo hacía con mis muslos, pantorrillas, trasero y espalda; yo me movía de un lado a otro, retorciéndome de dolor, escuchándolo contar en voz alta.

Sentía mi cuerpo caliente, punzando, rápidamente me agote, jamás hubiera imaginado que seria así. El dolor podia ser soportable, pero no dejaba de ser eso:

Dolor.

Cada azote que daba contra mi cuerpo era certero, dado correctamente sobre mí; el látigo rompía el viento cada vez que iba a aterrizar en mi piel, lo cual me hacía apretar las manos expectante ante el siguiente golpe.

Hasta que se detuvo.

Mi cuerpo dejó de estar tenso, me dejé caer, apoyando en mis brazos todo mi peso. Bastian se posicionó frente a mí, sin delicadeza alguna quitó las pinzas de mis pezones haciéndome gritar, más no me reprendió por ello.

Deseo ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora