Capítulo 4

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— ¿Qué?
— No, nada. Olvídalo.
— Que ni se te ocurra trabajar en un bar, Betzabeth Peñaherrera.
— James... ya tomé la decisión. Tengo que reunir ese dinero lo antes posible, y esa es la manera más fácil.
— No siempre lo más fácil es lo mejor.
— Sólo serán dos días, una hora cada día.
— No me gusta esa idea.
— A mí tampoco, pero no me arriesgaré a perder la beca.
— Ya lo hiciste... al sacar el dinero del banco.
— James... ya perdí una hermana, no me permitiré perder otra.

El camino hacia el hospital fue silencioso pero no incómodo. Al entrar, la misma enfermera de siempre me dio el número de la habitación en la que se encontraba mi pequeña hermanita. Tomamos el ascensor hasta el segundo piso y logramos divisar a mi madre, paseando angustiosamente de un lado para otro en la sala de espera.

— ¡Mamá! —exclamé y me le acerqué.
— ¡Mija! No sabes cuánto te he echado de menos —ella siempre hablaba en español conmigo, decía que las conversaciones que teníamos eran personales y que nadie debía enterarse de lo que decíamos. Sólo cuando tenía que hablar con algún norteamericano, utilizaba su inglés no tan bueno ni fluido.
— Te he extrañando tanto mamá —la abracé.
— ¡James! ¿Cómo has estado? —preguntó.
— Muy bien —respondió.
— Gracias por acompañar a mi hija, sin ti no sé que hubiéramos hecho.
— No tiene por qué. Además, su hija se ha encargado de decirme exactamente lo mismo cada día —reí, pues era cierto.
— ¿Cómo está Connie, mamá?
— Ya está un poco mejor... fue lo que me dijo la enfermera hace un rato.

Esperamos 2 horas para poder entrar a verla, estaba acostada en la camilla conectada a un montón de cables y con sus ojitos llorosos.
Connie tenía cuatro años, sufría de Síndrome de Down y aparte de eso, tenía epilepsia. Había sufrido un ataque hace cuatro horas. Una niña como ella no merece una vida así.  

Betzabeth.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora