Capítulo II

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La caída

Los primeros rayos del sol se asomaron con lentítud sobre los muros de aquel reino, que a pesar de sus penurías se negaba a ceder. A pesar de haber pérdido su antiguo resplandor, el reino Scarleth seguía conservando ese aire de fantasía y misticismo que atrapaba a los viajeros.

Un reino protegido de las criaturas y peligros externos, rodeado de un bosque extenso de prados y valles perpetuos. Gobernado por la dinastía Rochet desde sus inicios, fue en años anteriores considerado uno de los más fuertes, y más prospero.

Hasta que Faustus Rochet llegase a la corona perpetuandose asi mismo como el verdugo de aquel lugar. Hombre ambisioso que sólo deseaba apoderarse de todo cuanto pudiese, un ser cruel y despota cuyos años como general en jefe del impero le otorgarón un carácter sadico y perverso, donde la crueldad infringía en cada uno de sus actos.

Aquella mañana el semblante imponente del monarca Rochet se mantenia ausente con sus ojos color plata, puestos sobre sus dominios. Aunque aparentase una calma absoluta por dentro, su atrofiada codicia aguardaba unas ansías locas por aquello que llevaba años esperando. Su oportunidad de obtener todo fuera de Scarleth bajo su puño de hierro.

La brisa fríolenta agitó sus cabellos entre oscuros y algunos grises en los cuales podía apreciarse el paso del tiempo. Sus facciones endurecidas y su porte alto eran complementados por su musculatura atlética debido a sus años como soldado lo colocaban como un hombre atractivo por fuera, pero deplorable por dentro.

Él lo sabia, y estaba más que orgulloso de ello. Inspiró con fuerza al percibir como se abrían las puertas tras suyo, dando paso a uno de sus lacayos.

—Mi señor —El monarca se giró con gesto estoíco hacia un joven soldado, podía notarse a leguas la angustia de aquel subordinado, y eso sólo significaba inconvenientes. — Esta confirmado, ha caído señor, pero... No hay señales  del objeto, sólo un enorme agujero.

—Quieres decir... que simplemente desaparecio —Su tono de voz pausado aguardaba una ira contenida que estaba por estallar.

Y así fue. Con una fuerza descomunal termino estrellando contra la pared más cercana al joven soldado. hundia sin compasión sus dedos en el cuello ajeno, aplastando la traquea mientras enarcaba una mueca iracunda donde sus iris plateadas destellaron en un tono rubí alarmante.

La piel pálida de aquel pobre hombre se tornaba violácea, mientras el aire escaseaba en sus pulmones sintió miedo y angustía ante el despota monarca, pensó que moriría hasta que una voz irrumpió en el sitió y él cayó de bruces al suelo buscando recuperar oxigeno.

— Debería calmar sus arranques — El soldado reconoció aquella voz viendo su salvación en los ojos azabaches de Castiel, la mano derecha del rey, aquel que ahora sujetabá el hombro de su señor con un semblante sereno. — O nos quedaremos sin soldados. ¿no lo cree?

Faustus dirigió su mirada plateada a aquel hombre de vestimentas negras y cabellos oscuros, cuya juventud no compaginaba con su intelecto de sabios pensares. Castiel era su fiel consejero, el único con la capacidad de frenar sus impulsos violentos con tan sólo su presencia. Era algo inexplicable pero aquel hombre representaba el raciocinio sobre su reino, su mayor orgullo.

A pesar de que mostrase esa altaneria, si, porque Castiel Dross era un hombre codicioso, descarado, con una mente llena de ideas macabras. Por ello, era su elemento más valioso, el as bajo la manga. Pero su aprecio no era sentimental, porque aunque lo hubiese basicamente adoptado desde los diez años, Castiel era simplemente una pieza valiosa en su tablero de ajedrez. Una pieza caprichosa que en momentos como aquel se le antojaba desboronar entre suus dedos.

—Habeses es mejor deshacerse de la basura. —Le espetó con el veneno desatado en cada palabra dedicada al soldado que intento levantarse siendo arrojado por una fuerte patada en el abdomen que lo dejó sin aire. El monarca se carcajeó recibiendo una mirada gélida por parte del pelinegro. — ¿Qué? ¿alguna queja?

—Para nada. —Castiel fijó sus iris negras sobre el pobre soldado, quien arrastrandose se alejó saliendo de allí. —Deberías dejar de perder el tiempo con estas idioteces — habló calmado al darse la vuelta y detenerse a ver hacía el horizonte. — Organizare el equipo de búsqueda. No podemos quedarnos a esperar.

Roch dejo escapar una nueva carcajada que llenó el espacio al palmear el hombro de su mano derecha.

—Me agrada tu iniciativa muchacho, pero si no marco disciplina esté reino se iría a la mierda ¿no lo crees?

—El equipo saldrá al atardecer.

Sentenció aquel hombre ignorando lo dicho por el mayor y retirando la mano de Roch de su hombro para comenzar a alejarse.

—Irás a la cabeza de la expedición. —Expresó con una mueca divertida Roch ante el gesto sorpresivo del menor,  quién tensó los músculos de sus hombros y arrugó el entrecejo con molestia. — No invertire suministro y recursos en vano, no pienso dejar esto en manos de ineptos.

—¿Y qué si me niego a ir? — El monarca apreto los puños ante esa respuesta tan altanera. —Soy de más utilidad dentro de las murallas que allá afuera. Además no es mi culpa la incompetencia de tus subordinados.

—Te recuerdo que eres un subordinado más, y me debes obediencia.

Castiel bufó.

— No me jodas Roch entre nosotros dos, sabes que me necesitas. — Imponente y astuto como un animal salvaje Castiel disfrutaba arrinconar a Faustus, pues sabía su valor dentro del reino, le dió la cara a un Rey que a regañadientes se contenía de ahorcarlo.

—Te recuerdo que no eres indispensable.

—Pero si importante. —El silencio los innundo en una disputa silenciosa que termino con una risa por parte del  monarca.

—Me agradas muchacho... —Castiel curveó los labios en una sonrisa arrogante, al notar como las facciones ajenas se relajaban.— Considera ir Castiel, sabes que aquel objeto no puede caer en manos de cualquiera.

Aquel joven azabache asintió, para luego suspirar. Al parecer la tensión entre ellos había descendido.

—Esta bien mi señor. —Roch sonrio complacido, debía recordar que alguien como  Castiel no era fácil de amedrentar con la violencia. — Partiré al atardecer.

Fue lo último que dijo al salir de aquella habitación. Su inexpresivo rostro ocultaba la sonrisa macabra de su fuero interno.  Ser enviado a aquella expedición habia sido tan fácil, porque si de algo estaba seguro el último superviviente de los Dross, es que el soberbio y omnipotente Faustus había dado un paso en falso hacía su final.

«Pronto... Caerás cerdo bastardo.»

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