Capítulo III

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Despertar

»Aún podía percibir como la dulce luna le acobijaba entre sus luces, meciendole hasta hacerla dormir entre sus brazos, pues Uranía era la menor de sus hermanas y por tanto la más delicada. Con una mirada clara que invitaba a perderse en una fantasía y una curiosidad anhelante sobre lo que la rodeaba.

La joven estrella de silueta esbelta y lijera, solía nadar entre las suaves nubes con sus cabellos rubios ondeantes que dejaban una estela de polvos color oro. Su piel encendida en destellos iluminaba con magnificencia la oscuridad del cielo nocturno, aunque a diferencia de sus hermanas a Uranía le faltaban siglos para destellar con esplendor.

Su curiosidad e ingenuidad la hacían ver como una valiosa joya en bruto, con un potencial que la llevaría a ser un astro radiante que quizás llegaría a encabezar su propia constelación.

Eso era lo que esperaba la joven e inexperta estrella, quedarse entre los brazos de su madre luna. Ese era un deseo que anhelaba enormemente, mantenerse allí, porque el temor más grande de una estrella era descender.

Caer a la tierra sin duda sería un castigo, el destierro de su inmenso paraiso hacia aquel escenario que se expandía bajo los dioses un lugar que giraba y cambiaba constantemente.

Fueron durante sus primeros años de vida que Uranía se dedicó a permanecer espectante entre la singular creación de los dioses; "los humanos" Sintiendose atemorizada de la cruda naturaleza humana, las guerras y su crueldad para con sus semejantes.

Sin duda aquellos seres eran tan dañinos que causaban en ella un sabor amargo. Sin embargo; debía admitir que no todos eran malos, y que existía algo peor vagando sobre la tierra, los hechiceros oscuros y alquimistas, para ella eran los peores seres, pues vivían con la idea de capturar a una estrella caída para arrancar su luz. Un hecho atroz que lograba erizarle la piel y sumirse en un profundo temor.

Aquella noche su cuerpo destellante descansaba sobre una nube, mientras la helada brisa agitó sus largos cabellos llameantes, la joven sonrió hacía aquellos seres que desde su posición se veían tan diminutos e insignificantes.

Había decidido alejarse de su protectora como las veces anteriores para nuevamente ir a perderse en aquel mundo esperando que les deparaba.

Tan distraída estaba que nisiquiera supo como sucedio pero en segundos de haber estado sobre la esponjosidad de aquella nube su cuerpo fue arrastrado sin contemplación hacía más temido por ella; el aire se desvanecio, dejó caer los párpados siendo absorbida por un mundo oscuro de pesadillas donde la luna entristecida lloraba por su partida.«

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Un joven de aspecto adormecido permanecia de pie frente a un enorme ventanal, su semblante inquieto se acentuaba en su joven rostro. ¿cómo solventar su dilema? Necesitaba saber ¿qué fue lo que sucedio anoche?

Por un instante llegó a pensar que era un sueño pero no. Jacob Veron y su hermana casí eran aplastados por aquella joven mujer, que a simple vista inofensiva parecía estar sumida en un letargo irrompible.

Recordaba a la perfección los rasgos delicados de aquel rostro, la piel nacarada y blanquecina, su peso tan liviano como el de una pluma y las delicadas curvas que el mismo pudo palpar. Estaba conciente de que era indecente atreverse a detallar la desnudes de aquella mujer pero fue en aquel mirar curioso que se encontró con la incrustación en forma de media luna que sobre salia en el pecho justo en el centro de los pechos de la rubia.

UraníaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora