Capítulo XVIII

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Noche turbia

La noche abismal se apoderó del cielo con sus siniestras garras, mientras la luna hermosa dama había sido oculta entre la bruma espesa de una tormenta

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La noche abismal se apoderó del cielo con sus siniestras garras, mientras la luna hermosa dama había sido oculta entre la bruma espesa de una tormenta. Gruesas lágrimas del cielo cayeron e impactaron como proyectiles sobre la tierra y los verdosos prados de Scarleth.

El antiguo paraíso de los dioses a pesar de haber sido mancillado por la maldad se negaba a caer ante ella, manteniendo con firmeza gran parte de su paisaje mítico, en su centro albergaba el reino que aunque era dirigido por alguien como Faustus Roch seguia siendo un terreno de verdes prados, frondosos árboles y manantiales cristalinos, un lugar extenso donde descansaba la mirada de las compañeras de la luna, aquellas cuya luz incandescente resplandecía con intensidad en las alturas.

Las estrellas solían danzar ahuyentando la oscuridad con sus cuerpos destellantes cuyas estelas de polvos dorados dejaban sus rastros traviesos sobre las nebulosas de intensos colores. Jugueteando en el espacio se dedicaban a recorrerlo e iluminarlo, sólo algunas eran privilegiadas de permanecer junto a su madre Selene para hacerle compañia entre ellas se había encontrado una peculiar estrella que llevaba el azul del mar plasmado en la mirada, la dulce Uranía.

Desde su terrible descenso Selene, la diosa de la luna no ha encontrado paz. Buscando mil maneras de traerla de vuelta, iría por ella en persona para acobijarla en su seno nuevamente, sin embargo era un imposible. Todos los dioses tenían terminantemente prohibido poner un pie en Scarleth, era una condición impuesta desde la ruptura dimensional. Nisiquiera ella la encargada de vigilar aquel lugar y especialmente a Uranía podría atreverse a desobedecer.

— Ya ha pasado casi un mes... —Su voz impregnada por la melancolía lleno aquel lugar donde las nubes parecían adecuarse a su sentir. Deseaba detener el dolor que veía en los ojos de Uranía cada vez que la observaba implorar que la salvase de su destino y más aún cuando supo de aquel hechicero y sus intensiones. El tiempo se agotaba ella era consciente de ello pero aun los demás dioses discutían sobre el destino de la estrella, debatiéndose si realmente Uranía merecía el esfuerzo de ser salvada.— Quizás... Si hago el intento... yo pueda...

—Ni pensarlo. — A su espalda una figura radiante como una chispa de sol se atrevió a acercase a su lado. Largas hebras llameantes y un par de ojos que guardaban la visión del universo fueron observadas por la maternal diosa. — Es hora de que me haga cargo de mi descuido.

Selene enmudeció cuando Atheleía mostró firmeza en aquella decisión. Era cierto que su deber radicaba en cuidar a Uranía, pero para Selene era impensable enviar a Atheleía a buscarla, no despues de vivir el horror de perder a Aliter.

—Debe haber otra forma. —Le espetó. Sin embargo cuando Athelia se disponía a reafirmar su decisión un nuevo cuerpo estelar se hacía presente. Imponente, arrogante y poderosa una estrella cuya posición era una de las más ostentosas. La diosa de la luna fijó con asombro su mirada cristalina en la recien llegada nombrandola con incredulidad —¿Atheris?

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