Capítulo XI

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La meláncolia de la estrella

Largas hebras de color oro danzaban con las suaves carícias de la brisa nocturna, mientras un par de azulejos iris anhelaban con desespero el roce de la luna entre sus dedos.


Aquella piel tersa e iluminada con el haz de luna le otorgaban un aire angelical que era díficil de ignorar. La joven estrella permanecía ausente entre el silencio nocturno y la húmedad del pasto sirviendolé como asiento. Estaba agradecida de poder quitarse aquellas zapatillas que torturaban sus pies y daría todo por despedirse de su molestosa y compleja vestimenta, entre las prendas intimas, el corset y la falda se sentía ahogada.

Entonces recordó cómo solían prescindir de esos atavíos en la infinidad del cielo, a su mente vino su hermana Atheleia, la más sabia de sus hermanas. Su figura destellante era hermosa. De silueta igual a la de una humana con armonicas curvas estaba constituída por energía pura de color dorado, su cabello iluminado por aparentes e intensas llamas siempre permanecía ondeado con gracía en el espacio y sus ojos eran fascinantes, sin iris ni pupilas, solamente una dimensión de colores brillantes. Incluso Uranía podría asegurar que en ellos se apreciaba la vía láctea entera.

La sonrisa de su hermana la sumió en una meláncolia que comprimia su corazón. Abrazó sus rodillas a la altura de su pecho y escondió la mirada al borde del llanto entre sus cabellos. Desde que había sido atraída al reino de Scarleth se había mantenido fuerte, para poder al menos no demostrar lo afectada que estaba por su situación. Pero el estar sola rodeada por la meláncolia nocturna y un cielo cubierto de nubes que imposibilitaban la visión de sus hermanas la ahogaba ¿por qué no venían por ella? ¿Dónde estaba ese amor profesado por su madre? ¿Acaso no veían que en tan sólo días ella estaría a merced de la muerte?

La joven estrella posó una mano sobre la altura de su pecho rosando tenuemente la incrustación de media luna arraigada en su pecho intentando apaciguar esa punzanda agónica que logró aflorar en unas lágrimas incontenibles. Se sentía frágil e incapaz de resistir su condena. Castiel Dross sería su opresor hasta que decidiese destrozarla y tomar la luz que permanecía en ella ¿y luego qué? Su esencia le daría poder a aquel demonio y él de seguro lo consumiria todo.

— ¿Qué hare?

Susurró entre murmuros esperando alguna respuesta de un cielo sumergido en tinieblas. Fue en aquel instante que su corazón dió un vuelco, trás ella una mano aspera se afianzó con violencia de su cintura atrayendola hasta un cuerpo mientras otra cubrian su boca y naríz impidiendolé respirar. Uranía presa del pánico comenzó a forcejear pero aquel extraño sobre pasaba por demás la fuerza de su delicado cuerpo humano.

—Pero que tenemos acá. — Se sobresalto ante el lascivo tono de voz en su oido, recriminandose por haber sido tan descuidada y sumergida en sus tormentos pues ignoró por completo los peligros que silenciosos permanecían ocultos entre sombras. — Un regalo de los dioses.

Alarmada al percibir el aura maligna de aquel hombre y sus intensiones la joven estrella luchaba por liberarse del agarre inutilmente, causando a penas unos rasguños y golpes. Sin poder evitarlo en cuestión de segundos fue a dar de bruces al suelo, debido a una fuerta bofetada que impacto en su mejilla y razgo su labio inferior, en un quejido de dolor y terror al sentir el peso de su agresor aprisionando su cuerpo contra el duro suelo al tiempo que el hombre intentaba colarse entre las piernas femeninas.

Su repugnante aliento estaba rosando el cuello de la aterrada Uranía quién entre lágrimas trataba de quitarselo de encima por lo cual aquel se apoderó de sus muñecas con una de sus manos mientras con la otra intentaba acariciar la nivea piel.

Uranía cerro los párpados y le rogó a sus hermanas y a su madre que la salvasen de aquel momento atroz y justo cuando creyó que todo se había pérdido el hombre repugnante sobre ella dejo de moverse. Para cuando abrio los ojos la sorpresa llegó a su rostro aquel extraño estaba paralizado, como si su cuerpo se hubiese congelado.

—Odio a estos bastardos. — El corazón de ella se aceleró al reconocer aquella voz. Castiel Dross como un espectro macabro de muerte, envuelto de bruma oscura estaba frente a ellos. —Merecen morir de la peor manera. — Y el horror se acentuó en el rostro femenino al ver como sin compasión el filo de una espada traspasaba el corazón de su agresor sin miramientos, esté no se movía y tanto de la comisura de sus labios como de la herida brotaron finos hilos de sangre que se desbordaron sobre la vestimenta de joven, quién presencio como la vida de aquel hombre se extinguió en un segundo.

Aquella estaba en estado de shock, con la respiración agitada y todo su aspecto revuelto, la mejilla derecha estaba enrojecida y su labio sangrante, Castiel sintió una especie de fuego hirviendo en sus venas, por ello aparto con una fuerza innecesaria aquel cuerpo inerte y lo arrojó sin esfuerzo haciendoló chocar con brutalidad contra un árbol. Su fuero interno insaciable con aquel acto deseaba desmenbrar al bastardo que había osado a no sólo mirar sino a perturbar con sus miserables manos a la joven mujer que él consideraba como de su propiedad. Nadie tocaba las pertenencias de Castiel, y quien lo hacía no le esperaba un buen augurio, no obstante parte de su rabia fue guiada hasta la mujer.

—Maldición ¿que hacías en este lugat? — Con gesto fruncido se acercó rapidamente a la horrorizada joven que aún yacía incapaz de moverse y la alzó del brazo con brusquedad, agítandola con fuerza ante la mirada llena de pánico.

—Yo... Solo...— Balbuceó entre murmuros sin dejar de ver al cadaver de su atacante. Un silencio los envolvió mientras las lágrimas seguían descendiendo por las mejillas de Uranía quien aún no comprendía todo lo ocurrido. Su cuerpo no dejaba de agitarse debido al frío y susto que recien habia sufrído.

Castiel por su parte bufó cabreado por no obtener una respuesta, y cuando quiso buscarla en la mirada de Uranía se topó con el mismisimo mar turbado y reflejado en un par de pupilas que lograron atraparlo. Vasto un par de segundos para que Castiel desviará la mirada de aquellos hechizantes ojos, maldiciendo aquel breve instante en el cual su mente se distrajo en la belleza meláncolica de los mismos. Su fuero interno le reprochó aquel acto tan impropio de él pues aquella entidad de luz era una inútil que nisiquiera habia sido capaz de defenderse, sólo lamentarse y sentir temor algo que exasperaba al Dross hasta la medula.

— Date prisa y muevete. —Le ordenó finalmente liberandola de su agarre.

Por su parte la rubia no comprendía en absoluto la actítud de aquel hechicero, el cual por alguna extraña razón y aunque aquel par de pozos oscuros no reflejaran nada más que un abismo aterrador Castiel parecía irritado con ella. Agotada física y mentalmente la joven estrella exhaló, en definitiva el destino era caprichoso y turbio, pensar que su salvador era aquel demonio de mirada oscura sin duda sonaba retorcido.

******

En cuestión de minutos comenzaron a caminar entre la oscuridad del bosque, Uranía detrás del silencioso Castiel Dross con mil y un pensamientos rondando su cabeza. Luego de unos segundos donde Uranía había logrado calmar su estado de pánico, se detuvo de improvisto tomando aire mientras se aventuraba a indagar sobre un hecho que le intrigaba constantemente desde que aquel apareciese de la nada para rescatarla.

—¿Cómo me encontro? — Preguntó con voz baja y temerosa. El Dross se detuvó mas no se digno a dedicarle una mirada a su acompañante.

—Te he vigilado desde las sombras...— La brisa nocturna se levanto con violencia arrastrando consigo las hojas caidas y agitando aquellos cabellos oscuros. — No me arriesgare a perder lo que me pertenece.

UraníaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora