»Dulce velo de ensueño se posó en nuestras miradas al ver a la hija de las estrellas...
La dulce Uranía.«
Cuentan las leyendas de un antiguo reino sumido en una mágica fantasía que cada 150 años, cuando las hojas ceden ante la llegada del otoño, los...
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Presentimiento
Los primeros rayos del sol se asomaron con pereza sobre el alba. Como un manto de color oro se extendieron sobre los valles y montañas de esplendoroso verdor. Iluminando con fulgor las cristalinas aguas que fluían con calma en los riachuelos y lagos. Mostrando las hojas que caían en una danza sublime yaciendo con calma sobre la tierra fértil del bosque.
Las aves con su vuelo entonaban dichosas su canto sobre el cielo como una dulce melodía de ensueño eran murmuros hacía el viento. Una atmósfera armonica se alzaba con paz sobre el reino y en especial sobre las paredes de una casa cuyo oscuro y sombrio alrededor aquella mañana parecía haber sido reemplazado por un haz de luz que apartaba todo lo anterior. Incluso el dulce aroma de las flores se colaba con impaciencia al interior de la habitación de Uranía.
El rostro de la joven estrella permanecía apacible mientras los rayos del sol iluminaron la larga cascada dorada que formaban las hebras de sus cabellos esparcidos sobre la almohada junto a sus facciones delicadas atrayendo a la consciencia sus ojos tan azules y cristalinos como el mar. Aquella arrugó el entrecejo escuchando con cuidado el canto de las aves en su ventana. En sus labios se dibujó una sonrisa ante la melodía, era la primera vez que las escuchaba desde que había llegado a la casa de Castiel.
Extrañada por los cantos intentó incorporarse de la mullida cama, sin embargo al querer apartarse de la suave seda de las sábanas percibió el peso de alguien ocupando el lugar a un lado suyo.
Enmudeció al girar su cuerpo unos centímetros hacía la derecha encontrándose con Castiel durmiendo con calma a medio lado, su respiración acompasada y sus labios entre abiertos denotaron el profundo sueño en el cual estaba sumergido.
Uranía se quedó absorta admirando en silencio al pelinegro y cómo sus largos mechones de cabello cubrían parte de su rostro. Al instante un rubor coloreó su rostro al fijarse en los labios ajenos y recordar el beso que compartieron la noche anterior, el momento en que su energía se escapó formando aquellas mariposas que danzaron sobre ambos, su corazón se aceleró.
«Es un hechicero.»
Se dijo así misma. Aunque era imposible calmar el cosquilleo en su interior y el calor que inundaba sus mejillas ante el recuerdo de la voz profunda de Castiel.
"Me quedaré todo el tiempo que quieras."
Cabizbaja dejó escapar una sonrisa risueña mientras se acomodaba un mechón de cabello detrás de la oreja. Esas palabras las había dicho Castiel la noche anterior cuando ella misma se negó a quedarse sola en aquella habitación demasiado grande, demasiado oscura y tenebrosa.