Capítulo XVI

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Un alma en desdicha

Como cada amanecer esplendoroso y lleno de satisfacción aquel hombre de porte elegante y prepotente se deleitaba con la magestuosidad de su reino. Los primeros rayos de sol bañaron su torso al desnudo, denotando los vestigios de cicatrices sufridas en el pasado. La visión de las inmensas tierras que componían Scarleth y el saber que sus habitantes estaban sometidos bajo su mando le causaban plena satisfacción.

Aunque tenía que admitir que tener el control del reino y sus riquezas incalculables no se comparaban con su más ansiado anhelo, el exquisito y divino poder de los dioses. Haber estado tan cerca de obtenerlo había sido desquiciante, la oportunidad de dominarlo absolutamente todo dentro y fuera del reino, el mundo en sus manos todo se escapo de una manera tan estúpida que en aquel entonces creyó perder el control. Una vez más su mirada oscura estudiaba cada aspecto del reino con el pensamiento de dónde pudíera encontrarla.

«Sé que estas allí, casí puedo saborearte y cuando te tenga en mis manos... te devoraré junto al mundo entero pequeña estrella. »

Su fuero interno estaba ansioso por tenerla frente a él. Aún saboreaba los gritos de aquella estrella caída hace años, cuando el ordenó su ejecución esa noche. Quizás no obtuvo lo que buscaba pero al menos tuvó satisfacción al verla padecer, al arrancarle poco a poco la vida y apagarla definitivamente hasta verla hecha polvo y arrastrada por el viento fue gratificante.

«Tan hermosa como efímera... ¿Acaso la nueva estrella será como ella?»

Dió un sorbo a su copa de vino, encaminandose nuevamente a su alcoba, de tonos azules y beige, donde se apreciaba un desastre digno de una noche embriagante, sobre todo unas ropas vueltas girones cerca de donde se situaba una inmensa cama con doseles oscuros y con un colchón de mullido aspecto, sus sabanas revueltas dejaban ver a una pequeña fígura esbelta que entre líjeros espasmos y un llanto incontrolable se aovillaba con desolación. Aquella fígura femenina cuyos cabellos rizados y rojizos caían sobre sus hombros hasta su espalda, se irguió de forma rápida cuando el temible y abominable Faustus Roch quisó acariciar uno de sus tobillos.

—¿Seguirás luchando? —Le espetó con sorna mientras soltabá una sonora carcajada. Considerandoló rídiculo al haber tomado lo que quería de aquella joven la noche anterior. Divertido por la situación se acercó. —Ven acá.

La pelirroja alarmada al ser halada con brutalidad comenzó a patalear y luchar sin importarle las represalías que pudíera acarrear. Ya no tenía porque luchar pero no deseaba pasar lo mismo dos veces. Odiaba a Faustus Roch con cada centimetro de su ser; por alejarla de su familia y destruirla, por secuestrarla y maltratarla y ahora por tomar lo único que consideraba suyo.

«Considero que ser fuerte es tu única opción... Resiste.»

Las palabras de aquel azabache de mirada oscura llegaron a su mente como un recordatorio constante de la fortaleza que debía emplear si deseaba sobrevivir y vengarse. Por ello en un arranque de fortaleza y con una fuerte sacudida logró impulsarse hacía atrás y alejarse. No obstante, Roch fuerte y agíl termino por arrastrarla y colocarla bajo su cuerpo oprimiendola contra el colchón hasta arrancar de sus labios juveniles un quejido de dolor. La joven desvió el rostro evitando que aquel ser repugnante la besará y cuando pensó que volvería a sufrír una nueva arremetida la puerta sonó junto a una voz que le devolvió la respiración.

—Mi señor Roch. —Un nuevo golpe a la madera de la puerta y el monarca se aparto de la pelirroja con frustración. Pero a sabiendas que Castiel no le jodería el día porque sí. Se encamino y abrió la puerta con rudeza topandosé con el acostumbrado gesto estoíco y la mirada oscura del Dross. —Siento molestar.

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