»Dulce velo de ensueño se posó en nuestras miradas al ver a la hija de las estrellas...
La dulce Uranía.«
Cuentan las leyendas de un antiguo reino sumido en una mágica fantasía que cada 150 años, cuando las hojas ceden ante la llegada del otoño, los...
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Una avalancha de colores inúndo su mirada celeste: lila, rosa y blanco se entremezclaban con el verdor y los tonos amarillos de un amplio jardín que enaltecía la belleza de una enorme y cómoda casona de dos plantas cuyo techo color rojizo, paredes crema y rosa pálido lograban un hermoso contraste.
El calor de un hogar, no era un sitio de paredes altas y luces opacas, donde las sombras habían alimentado sus miedos e incertidumbre desde hace semanas.
No...
Este lugar al cual sus ojos llenos de sorpresa no podían creer que verían de nuevo representaba vida, luz y alegría. El corazón desbocado de la joven estrella detrás de aquella incrustación adherida a su pecho parecía reconocer cada esquina, cada flor, cada aroma y la inmensa puerta de roble ante ella. La emoción abrillantó la mirada de Uranía sin darle a pensar cómo el carruaje a sus espaldas se retiraba a unos cuantos metros cuando imponente, elegante y lleno de arrogancia Castiel Dross llegaba a un lado suyo.
Al principio le costó articular palabra alguna ya que no salía de su asombro. Sin embargo, su mirada buscó aquellos ojos color ónix y no pudo resistirse a la curiosidad.
—¿Qué —¿Qué hacemos... aqui? — Preguntó sin apartar su mirada de cada lugar de aquella enorme casona cómo si en algún momento se fuera a desvanecer. Castiel por su parte sacudió su hombro de alguna mota de polvo para luego fijarse en ella. —¿Acaso tu...
—Te dije que podrías ver a la mocosa chillona. — Comenzó a caminar por un largo caminillo de grava sujetando a Uranía firmemente del brazo. — No rompo mis promesas. —Aquel disimuladamente rehuyó a la mirada incesante y curiosa de la estrella.
— Gracias. —Fue lo único que salió de sus labios color rosa como respuesta mientras reforzaba el agarre al brazo del Dross.
Estaba agradecida pero muy intrigada. La brisa arrastró consigo un ligero olor dulce que se entrelazaba con el de las lilas y tulipanes. Scarleth aquel día gozaba de un clima agradable donde la tenue caricia que la brisa otorgaba junto al beso de los rayos del sobre la piel resultaba algo reconfortante.
Sintió el corazón latir desbocado cuando la apuerta fue abierta de improvisto. Uranía tuvó que hacer maromas para no caer al piso ante el abrazo repentino de Annet, quién se adhirió a ella como si hubiesen pasado décadas separadas. Siendo vigiladas desde la puerta por una sorprendida Felicity observó al Dross fijamente provocándo en él una sonrisa socarrona mientras el mayor de los Veron se aproximaba con el retrato de la sorpresa dibujado en su rostro.
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El dulce sabor de los albaricoques llenó el paladar de la joven rubia mientras inspiraba con total alivio el aroma dulce y fresco que recorría el salón. Sin Castiel alrededor se dio la oportunidad de detallar los grandes ventanales abiertos a la luz solar que iluminaba el piso de caoba y resaltaba el color beige en cada rincón. Uranía se arremolinó en el mullido sofá de tapicería rosa con flores blancas. Cada espacio, cada objeto dejaba marcada la paz y tranquilidad que se respiraba en la casa de los Veron. Además el sonido de la risa de Annet a su lado era como una dulce mélodia, aquella pequeña era como las chispas solares que recorrían traviesamente el espacio y con las cuales Uranía solía jugar.