Parte sin título 6

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  Como de costumbre, nadie esperaba que nevara en Londres, aunque hubiera sido bonito, pero tampoco esperaba nadie que se pusiera a llover a raudales y a hacer un frío terrible.

Lay, que viajaba cómodamente en su coche con conductor, bien protegido de las inclemencias del tiempo, estaba contemplando de manera ausente a los menos afortunados que caminaban por la calle cuando, de repente, reconoció a cierta persona.

Se le pasó por la cabeza hacer como que no la había visto, pero suspirando impaciente le indicó al chofer que parara.

______, intentando cubrirse bien con el abrigo y maldiciendo por no haber tomado el paraguas, estuvo a punto de chocarse contra la puerta abierta de un coche.

—Sube —dijo Lay—. ¿Se puede saber adónde vas sin paraguas?

—Estaba volviendo a casa —contestó ______—. Como todo el mundo.

—Sube —repitió Lay.

—Estoy empapada —contestó ______—. ¿Estás seguro? No querría estropearte la tapicería.

—Sube y cierra la puerta, se está colando la lluvia.

______ así lo hizo y se sintió inmensamente aliviada.
Acto seguido, se quitó el abrigo, lo dobló y lo dejó en el suelo.

—Gracias —le dijo a Lay intentando sonreír—. No sabía que habías vuelto a la oficina. Patricia me dijo que probablemente te irías a casa directamente desde la última reunión.

—Tenía un par de cosas que hacer —contestó Lay fijándose en ______.

El agua le había alisado el pelo y le había dado un tono castaño.
Además, no llevaba maquillaje y tenía la tez pálida.

¿Se miraría aquella mujer alguna vez al espejo?

—¿Dónde vives?

______ le dio la dirección, una calle situada a las afueras de Londres y Lay frunció el ceño.

—No me da tiempo a dejarte porque he quedado para ir al teatro y tengo que ir a cambiarme, así que primero me dejareis a mí y, luego, George te llevará a casa.

______ asintió y se dijo que debía dejar de sentirse incómoda en presencia de Lay si quería hacer bien su trabajo.
Tenía que acostumbrarse a hablar con él, que la seguía tratando como a una niña porque así la recordaba, pero si ella cambiaba de comportamiento él también lo haría.

—Me parece bien —contestó—. ¿Qué tal te hay ido el día?

—Bastante bien —contestó Lay echándose hacia atrás y apoyándose en la puerta de cara a ella—. ¿Y a ti? ¿Has recorrido toda la empresa? A lo mejor, incluso te han contado algún cotilleo jugoso sobre mí.

—Por lo visto, eres el jefe perfecto. Nadie me ha hablado mal de ti. Claro que tampoco creo que nadie fuera lo suficientemente estúpido como para hacer algo así. Nadie se dedica a hablar mal de la mano que le da de comer, sobre todo, teniendo en cuenta que a mí no me conocen de nada.

—Entonces, supongo que te habrás llevado una decepción.

—Supongo que a mi editor le habría encantado algo de cotilleo —admitió ______—, pero parece que pagas bien a tus empleados y que los tratas bien. Me han contado que organizáis reuniones de grupo de manera regular para hablar de cualquier cosa que les pueda molestar, que tienen dos pagas extras al año, que les pagas un gimnasio maravilloso, que hay paquetes de bonificaciones en Navidad y muchas cosas más.

—¿Qué esperabas, ______, un tirano que encadena a sus empleados a la mesa y no les da absolutamente nada?

—Por supuesto que no, pero yo también he trabajado en una oficina y sé que suele haber puntos de roce.

—¿Por eso te fuiste de tu anterior trabajo? —quiso saber Lay dándose cuenta de que sabía muy poco de ella—. Tú estudiaste Arte, ¿no? —recordó.

—¿Cómo lo sabes?

—Me lo ha debido de decir mi madre en algún momento. ¿Por qué dejaste el arte para pasarte a un trabajo de oficina?

—Porque encontrar un trabajo que tuviera algo que ver con mi licenciatura resultó imposible —contestó ______—. ¿Por qué no te pareció suficiente con heredar la empresa de tu padre y sentiste el impulso de hacerla crecer?

Lay comprendió que a ______ no le gustaba en absoluto hablar de sí misma y supuso que se le debía de hacer extraño que Lay mostrara interés en ella porque nunca lo había hecho, pero, ahora que iban a tener que pasar mucho tiempo juntos durante los próximos quince días, le parecía normal interesarse por ella.

—Vaya, la fascinante pregunta de la motivación —dijo Lay—. ¿Tú qué crees?

—No puedo escribir un artículo sobre lo que yo creo sobre ti. Tengo que escribir un artículo basado en lo que observo y en lo que tú me cuentas de ti mismo.

—Yo creo que a nadie le gusta quedarse única y exclusivamente con lo que ha heredado. Yo decidí ampliar la empresa para poner en funcionamiento mi cerebro.

«Menuda respuesta tan ambigua», pensó ______.

Era obvio que Lay era un hombre muy reservado y obtener información de él iba a resultar complicado.

______ decidió que tenía que conseguir que se sintiera cómodo en su presencia.
Así, tal vez, dijera algo que la llevaría a conocerlo un poco mejor.  

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😊😙

En brazos de un italianoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora