Parte sin título 4

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Se trataba de unos impresionantes ojos color miel que resaltaban sobremanera en el rostro de Lay y que eran lo único que había heredado de su padre, porque todo lo demás procedía de la familia italiana de su madre, el pelo oscuro y los rasgos marcados.

______ oyó cómo Patricia cerraba la puerta con delicadeza.

—Siéntate, _____ —le indicó Lay.

En cuanto lo hizo.
Lay se sentó también, se apoyó en la mesa y le habló en tono cortante.

—No me voy a andar por las ramas. No me hace ninguna gracia que estés aquí y quiero que sepas que la única razón por la que he aceptado esta locura es porque me ha obligado mi madre. Soy un hombre muy ocupado y el hecho de que una periodista me vaya a seguir durante quince días me parece ridículo, pero no he tenido más opción que aceptar.

_____ ni se inmutó, aunque Lay la estaba mirando con frialdad y hubiera preferido que se la tragara la tierra.

—Entiendo perfectamente tu postura y, para que lo sepas, yo no he tenido nada que ver en todo esto. Nuestras madres se pusieron de acuerdo y me lo dieron hecho.

A juzgar por la breve carcajada que emitió, Lay no parecía creer sus palabras.

—Tengo un horario muy apretado —dijo entregándole una hoja de papel—. Puedes venir conmigo a las reuniones, aunque no creo que te vayas a enterar de nada. Trabajo mucho, pero eso te lo podía haber dicho en cinco minutos y no habrías tenido que soportar mis reuniones —añadió.

_____ miró la hoja de papel y comprobó que, efectivamente, en aquellas jornadas maratonianas no había tiempo ni para respirar.

Mientras lo hacía, Lay aprovechó para observarla.

______ no había cambiado en absoluto.
Seguía siendo tímida, callada y seguía vistiendo fatal.
Lay se alegró de haberle dejado claro desde el principio que no tenía ninguna intención de ocuparse de ella como si fuera una niña pequeña por el hecho de ser la hija de una amiga de su madre.

—Ya sabía que eras un adicto al trabajo —comentó ______ de repente.

—Trabajo mucho, que no es lo mismo.

—Si tú lo dices —dijo ______ clavando su mirada azul en los ojos de Lay, que se quedó alucinado de ver que aquella mujer era capaz de mirarlo sin parpadear y sin bajar la mirada.

«Debe de necesitar desesperadamente el trabajo, porque cualquier persona con un mínimo de orgullo ya se habría ido», pensó.

—¿Qué tal te va la vida? —le preguntó cambiando de tema.

Sin embargo, comprobó irritado que su tentativa de resultar educado con ella no había cambiado en absoluto la mirada de frialdad que ______ le dedicaba.

—¿Me lo preguntas porque de verdad te interesa o, simplemente, estás intentando resultar educado después de haberte quedado a gusto diciéndome que no te hace ninguna gracia mi presencia?

—Ya hablaremos de eso en otro momento —contestó Lay poniéndose en pie—. Ahora, tenemos una reunión en la otra punta de Londres con un par de directores de una empresa que quiero comprar —añadió poniéndose el abrigo —. Te advierto que vivo muy deprisa y que no pienso aminorar mi ritmo para que tú puedas seguirlo, así que, si insistes en seguir adelante con esta situación tan ridícula, vas a tener que acostumbrarte a mi ritmo, porque yo no pienso estar pendiente de ti.

—Tampoco lo esperaba —contestó ________.

Tal y como había previsto, aquel hombre era insoportable, lo que por otra parte se le antojó de repente mejor porque, así, podría escribir desde la distancia y no tendría que tener ningún tipo de consideración.

_______ se puso también el abrigo y lo siguió sin hacer preguntas, observando que hablaba, caminaba y reaccionaba como un hombre acostumbrado a dar órdenes.
Aquello no la sorprendió porque ya era así de adolescente.

_______ observó cómo sus empleados acataban sus órdenes e, involuntariamen te, alteraban su lenguaje corporal.
Posiblemente, le tenían miedo.

—¿Normalmente empiezas así de fuerte todos los días? —le preguntó una vez en el ascensor.

—¿Dónde está tu cuaderno? ¿No deberías estar escribiendo todo lo que digo?

—No, no es así como he planteado realizar este trabajo. Voy a escribir un informe todas las noches y, luego, haré un resumen, que será el que le pase a mi editor.

—Antes de eso, tendrá que pasar por mis manos.

—Por supuesto, no se publicará nada a lo que no le hayas dado el visto bueno —contestó ______—. Lo que sí te advierto es que tengo intención de escribir un artículo muy sincero —añadió una vez en el interior del coche—. ¿Supone eso un problema? ¿Te da miedo?

Lay se preguntó si había oído bien, cerró el maletín que había abierto para consultar unos documentos y se giró hacia _______.

—¿Tengo aspecto de ser un hombre que se asusta fácilmente?

_______ elevó el mentón.

—No hace falta que te pongas en plan sarcástico, Lay.

—Me pongo en plan sarcástico en el momento en que tú intentas analizarme —contestó Lay tamborileando con los dedos sobre la superficie del maletín—. Tampoco voy a permitir que tus sentimientos personales por mí coloreen tu artículo.

—¿Mis sentimientos por ti? ¡Yo no siento absolutamente nada por ti! —se indignó _______—. Te conozco porque eres el hijo de una de las mejores amigas de mi madre, pero nada más.

—¿Ah, sí? Por lo que has dicho antes de que tú tampoco has tenido nada que ver en esto y que han sido nuestras madres las que lo han organizado todo, deduzco que a ti tampoco te hace ninguna gracia tener que estar conmigo quince días. Yo ya te he dicho porque a mí me parece ridículo que me sigas a todas partes, pero ¿cuáles son tus razones?

______ agarró el asa de su maletín con fuerza y se recordó que era una mujer adulta de veintisiete años, licenciada en bellas artes, que había tenido novios y llevaba trabajando más de tres años, así que aquellos ojos y aquella sonrisa sensual no la iban a reducir a una adolescente nerviosa como en el pasado.

—Mi razón es que hubiera preferido poder elegir yo a la persona sobre la que quería escribir este monográfico, y te aseguro que habría elegido a alguien a quien no le hubiera importado mi presencia durante dos semanas —contestó mirándolo con frialdad.

«Vaya, vaya, se defiende», pensó Lay.

—Si es verdad, me parece bien, pero te vuelvo a advertir que lo que escribas de mí tiene que ser objetivo.

—Me parece bien, pero tú te tienes que comprometer a leerlo siendo justo.

—Soy un hombre muy justo. Pregúntales a mis empleados.

—¿Eso quiere decir que me das permiso para que hable con ellos sobre ti?

—¿Por qué no?

—Porque a la mejor no te gusta lo que dicen.

—En ese caso, haré que les den de latigazos, los despellejen y se los den a los tigres que tengo en el jardín —sonrió Lay.

Aquella sonrisa hizo que a _____ el amplio asiento trasero del coche se le hiciera muy pequeño.

—Supongo que es la única manera de lidiar con los traidores —contestó con tranquilidad, a pesar de que su corazón latía aceleradamente—. ¿No tienes nunca jamás ganas de frenar un poco y de vivir más tranquilo? —añadió decidiendo que era mejor volver a hablar de trabajo.

—Me gusta mucho lo que hago —contestó Lay—. ¿Por qué iba a necesitar parar?

—Porque trabajar mucho agota.

—Yo no me agoto fácilmente.

—¿Te importaría contarme cómo has hecho para llegar tan alto? Sé que heredaste bastante cuando murió tu padre hace unos años, pero desde entonces tu imperio ha crecido mucho...



😘

En brazos de un italianoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora