Parte 9

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Asumí que tal vez hubiera pensado en ello una o dos veces justo cuando Jota separó mis rodillas para colocarse entre mis piernas. Me separé de él para tomar aire y caí en la cuenta de que la ansiedad se había esfumado con tanta rapidez como había aparecido. Ambos jadeábamos, pero era más probable que se debiera al hecho de que habíamos pasado de besarnos a devorarnos. Sus manos descendieron por mis costados hasta llegar a mis caderas, tan despacio que la piel comenzó a arder bajo sus palmas.

Tiró de mí y me situó en el borde de la caja. Busqué su mirada y tuve que morderme el labio para no gemir al ver cómo el deseo se acumulaba en ella. Con las pupilas dilatadas por completo y el azul de sus iris oscureciéndose, sus ojos se asemejaban a una tempestad que asolaría cuanto encontrara a su paso. Es decir, a mí. Permanecimos observándonos durante unos instantes y me dio la impresión de que ambos valorábamos cuánto sufrimiento nos costaría si nos dejábamos arrastrar por el torbellino ansioso en el que nos habíamos convertido. No había hecho voto de castidad, al menos no de manera firme, y sabía que un rollo de una noche era algo que podía asumir. Pero no con Jota, a él tendría que cruzármelo todos los días en casa y no tenía sentido plantearme nada más serio con alguien que perdía los nervios con tanta facilidad.

Eso era precisamente de lo que había acabado huyendo pero cuando se cernió sobre mí y me besó de nuevo, todas las dudas desaparecieron sepultadas por el mismo frenesí con el que él mordisqueaba mi labio inferior. Rodeé su cintura con mis piernas y mis manos se colaron bajo su camiseta. Jota gimió en mi boca al percibir mis uñas clavarse en su espalda.

—Esto no puede salir bien —admití en un ronco susurro.

La confesión no pareció desanimarlo. Deslizó los labios por mi mandíbula y prosiguió besando y lamiendo la curva de mi cuello, consiguiendo que me estremeciera. El rastro abrasador que dejaba a su paso se incrementó cuando su mano apresó uno de mis pechos.

La puerta chirrió y Jota se separó de mí de un salto, como si el fuego de mi interior fuera real y temiera que las llamas lo consumieran. Lucía nos miró alternativamente con los ojos entornados y una expresión confusa en el rostro.

—¡Oh! —exclamó tras unos segundos.

Y enseguida supe que se hacía una idea bastante aproximada de lo que acababa de interrumpir. No quería imaginar las preguntas con las que me acosaría una vez que nos quedáramos a solas.

—Puedo fingir que no os he encontrado. Si queréis... —añadió con voz sugerente, convirtiendo la escena en algo todavía más embarazoso.

Me bajé del montón de cajas y me sacudí las manos, más por nerviosismo que porque las tuviera sucias. Todavía me hormigueaban por el contacto con la piel de Jota. Era como si no hubiera dejado de acariciarlo. Él tomó un par de botellas de ron y abandonó el almacén a grandes zancadas y sin mirar atrás. Diría que tenía casi más prisa por salir de allí que yo, que me había quedado clavada en el sitio bajo la mirada escrutadora de Lucía.

—¿Quieres hablar de esto? —me preguntó ella—. No puedo decir que no me lo esperara, pero después de ver cómo os lanzabais puñales con los ojos durante todo la noche no pensé que... bueno... ya sabes. Que os fuerais a...

Hice un gesto con la mano para detener su diatriba antes de que dijera en voz alta lo que ya sabía.

Y es que parecía que, mientras nadie comentara nada al respecto, tal vez podíamos olvidarnos de lo que había sucedido. Todos menos yo, que no me creía capaz de eliminar el sabor de Jota de mi boca ni el recuerdo de sus caricias de mi mente.

—No ha pasado nada —dije, porque negarlo hacía que me sintiera mejor.

Rodeé a Lucía y me dirigí al piso superior. Aquello no era lo que había ido a buscar a Madrid. Quería vivir nuevas experiencias, aprender a manejarme por mí misma y no depender de nadie. Disfrutar de la libertad era todo cuanto deseaba. Lo último que necesitaba era un lío con un tío inestable que lo mismo me besaba como si fuera la chica más especial que hubiera conocido jamás, que me humillaba frente a sus propios amigos o me ignoraba por completo.

Antes de que me dejes ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora