Salí de entre la gente y me dirigí al pasillo, aunque no fui más allá de la puerta de la cocina. Ni loca pensaba quedarme a solas con él.
—¿Quién es el macarra? —me soltó en cuanto estuvimos frente a frente.
No me molesté en responder.
—No sé quién te ha dicho cómo encontrarme, pero quiero que te marches ahora mismo.
—Dime que no estás liada con ese tipo —comentó con desprecio, adoptando el tono paternalista que solía usar para rebajarme cuando discutíamos.
—No te importa con quién salga. No es asunto tuyo —repliqué, reacia a prestarme a sus jueguecitos—. Y ahora vete.
Se masajeó las sienes y respiró profundamente, como si mi insistencia estuviera agotando su paciencia.
—Tu madre me ha dicho que no pensabas ir a casa por navidad, y esto ya ha durado lo suficiente. Te he dado espacio, te he dejado cruzar medio país para que te tranquilizaras y recapacitaras sobre lo que te conviene.
Decir que estaba alucinando era quedarse corto, muy corto. No sabía qué clase de película se había montado su retorcida mente, pero yo había puesto punto y final a nuestra relación en su momento. No le pedí nada, no empleé la manida excusa de «vamos a darnos un tiempo» ni ninguna otra frase que le permitiera albergar esperanzas al respecto pero él parecía convencido de lo que estaba diciendo.
Di un paso atrás.
—Se acabó, Mateo. Vete.
Jota no nos quitaba ojo de encima, y Lucía estaba ya a su lado.
Me pareció que trataba de tranquilizarlo, pero dudaba de que pudiera retenerlo si decidía que mi minuto había terminado. Recé por que no ataran cabos y entre ambos acabaran por descubrir quién era Mateo.
—¿Es por ese perdedor? —Señaló a Jota y pude ver la ira concentrándose en sus ojos.
—Estás enfermo.
Me agarró del brazo y su mero contacto me provocó náuseas.
¿Cómo había estado tan ciega? Y lo que era peor, ¿cómo había podido pensar que Jota y él se parecían en algo?
Mientras el uno solo buscaba aislarse de los demás para no tener que exponer ante ellos su dolor, el otro ansiaba someterlos a su voluntad y rebajarlos para compensar sus carencias. Me invadió una rabia ciega y sentí deseos de gritarle que el único perdedor allí era él. Pero reprimí el impulso, tratando por todos los medios de no empeorar la situación.
Tiré de mi mano con la intención de buscar a Lucas si hacía falta y rogarle que lo echara de la casa. No quería arriesgarme a que Jota perdiera los estribos si le contaba lo que estaba sucediendo. Hablaría con él cuando Mateo se hubiera marchado. Pero en el momento en que me giraba sus dedos me atenazaron la muñeca.
—No te atrevas a darme la espalda, zorra.
Me empujó contra la pared y presionó sus caderas contra las mías, restregándose contra mí como si fuera un perro. No tuve tiempo de gritar. Una de sus manos me agarró por el cuello y me golpeé la cabeza con la pared.
Varios puntos luminosos danzaron frente a mis ojos.
—Jota —gemí, con el escaso aire que quedaba en mi pulmones.
La presión sobre mi cuello se esfumó y la mano que me sostenía desapareció. Caí de rodillas al suelo tosiendo sin control y haciendo esfuerzos por respirar.
—Estás muerto, cabrón —oí gritar a Jota—. ¡Muerto!
La garganta me ardía y tardé en recuperar el aliento más de lo que hubiera deseado. Cuando finalmente alcé la vista Mateo y él rodaban ya sobre el parqué. Jota consiguió colocarse encima de mi ex, pero este lanzó un puñetazo y lo alcanzó en plena mandíbula, derribándolo y tomando la ventaja que necesitaba para invertir sus posiciones. Lucía apareció junto a mí y me preguntó si me encontraba bien, pero yo era incapaz de apartar los ojos de la pelea. Me arrastré hacia ellos como pude, haciendo caso omiso a los ruegos de mi amiga y arriesgándome a recibir una patada.
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Antes de que me dejes ©
Novela JuvenilA veces es bueno arriesgarse y hacer que las cosas pasen sin medir las consecuencias de nuestros actos, la palabra "rendirse" esta prohibido.