Parte 29

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Lucía y yo tuvimos que ir a trabajar, aunque llegamos tarde, pero no podíamos dejar a Lucas sin camareros un viernes por la noche. No sobreviviría. Y permanecer en casa comiéndome la cabeza no iba a hacerme ningún bien. Así que compuse algo similar a una sonrisa y me dediqué a hacer mi trabajo.

Jota no se presentó, lo cual tampoco me sorprendió demasiado. Pero me preocupaba dónde se encontraría y qué estaría haciendo. Me lo imaginé conduciendo por cualquier carretera poco transitada y dándole gas a la moto hasta que el motor rugiera tanto que acallara incluso el recuerdo de mi voz. No solía necesitar excusas para correr, y ahora contaba con una. Por fin tenía mi épica historia de amor, solo que nadie me había dicho que también tuviera que acabar en tragedia.

—Perdona, te pedí un ron cola —señaló el chico al que estaba atendiendo, empujando su vaso hacia mí—. Esto es whisky.

Las palabras traspasaron la bruma que se había instalado en mi mente y mi vista fue de su cara a la bebida y de vuelta a su cara. Lucas se acercó y retiró el vaso. En apenas unos segundos le preparó lo que había pedido y se lo pasó por encima de la barra.

El chico se perdió entre la gente y yo todavía no me había movido.

—No hacía falta que vinieras —comentó. Sus ojos vagaron por mi rostro, inquietos. Debía tener un aspecto horrible—. ¿Cómo estás?

—Jodida —admití, sin fuerzas para mentir—. Y también cabreada.

Mi jefe frunció el ceño, como si no hubiera esperado esa respuesta. —Ven conmigo. Le dio instrucciones a David de que nos cubriera y me llevó a la planta baja. Le seguí, en parte intrigada y en parte agradecida por poder alejarme de la algarabía típica del comienzo del fin de semana. Una vez en el despacho no se anduvo con rodeos.

—Jota me ha llamado para decirme que venía de camino. —Me quedé esperando el «pero», porque su expresión dejaba claro que habría uno—. No le queda más remedio que coincidir contigo los viernes y sábados, pero —ahí estaba— me ha pedido que os asigne turnos separados si vienes entre semana.

No había tardado en mover ficha.

Debería haber intuido que Jota no era de los que se sientan a esperar a ver qué pasa, sino que iría cortando uno a uno los lazos que lo unían a mí. Me pregunté si tendría valor suficiente para pedirme que me fuera del piso, o para irse él.

—Os habéis peleado —sugirió con cautela. —¿Sabías lo de su hermana? —Lucas asintió y mi enfado creció—. Todos lo sabíais menos yo, alguien podría habérmelo dicho.

—No nos correspondía a nosotros, Becca. Solo hubiéramos conseguido que se apartara de ti.

Me dejé caer en la silla y alcé las manos en señal de protesta.

—Es lo que ha hecho de todas formas. Apartarme.

Lucas se me quedó mirando, pensativo. Sentía ganas de gritar y maldecir. Lo había entregado todo, había dejado a Jota llegar hasta mí, y ahora solo conservaba un corazón destrozado y la sensación de haber rozado la felicidad con la yema de los dedos para que luego esta desapareciera.

—¿Qué sabes de Ari y de mí?

El cambio de tema me pilló desprevenida. Me encogí de hombros y le resumí lo que Lucía me había contado. Sus idas y venidas, el miedo de Ari a estropear su amistad y la inesperada declaración al ritmo de una canción de Revólver.

—¿Sabes el tiempo que tuve que esperar para poder estar con ella? ¿Los días que pensé que no podría seguir adelante siendo solo su amigo porque lo único que deseaba era lanzarme sobre ella y besarla?

Antes de que me dejes ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora