Parte 26

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Los días se sucedieron con relativa tranquilidad. Jota y yo convertíamos cada pequeña disputa en verdaderas batallas campales. No obstante, creo que solo era nuestra particular forma de lidiar con la intensidad de lo que sentíamos el uno por el otro. Nos llevábamos al límite, nos apasionábamos a cada paso que dábamos, con cada palabra. Pero lo hacíamos juntos. Lucía asistía maravillada al cambio que se había operado en su primo.

De manera paulatina había dejado de gruñir y despotricar a todas horas. No era que se hubiera convertido en un angelito, Jota nunca sería la clase de tío que pone buena cara o derrocha amabilidad con cualquiera, pero se podría decir que el dragón de su interior procuraba templar sus ánimos y no escupir fuego por la boca día y noche. El fin de semana antes de las vacaciones de navidad quedamos en celebrar una fiesta en casa, dado que Lucía pasaría las fiestas en Londres con sus padres y Lucas y Ari tenían planeada una escapada a Tenerife en honor a sus tortuosos comienzos.

La idea era cenar con un grupo reducido de amigos, ya que luego debíamos ir a trabajar, pero la cosa se nos fue un poco de las manos y al final el espíritu navideño de Lucía se desbordó e invitó a media facultad.

—Joder, Lu —protestó Jota por enésima vez—. ¿Quieres explicarme cómo harás para echar a todo el mundo luego? Te recuerdo que curramos los tres.

Mi amiga desechó la pregunta con un gesto de la mano, tal y como había hecho las veces anteriores, y continuó sacando latas de cerveza, sidra y botellas de alcohol de las bolsas. Parecía que la pequeña reunión entre amigos había pasado a ser un macrobotellón.

—Te has pasado un poco, ¿no? —comenté, al ver que la relación comida-bebida estaba bastante descompensada.

—Tú no has visto cómo tragan los biólogos. Mejor pecar de exceso que quedarse corta.

—La cuestión es pecar —me reí.

Bailoteó de un lado a otro del piso, apartando muebles y dejándolo todo listo para la tarde. A ese ritmo llegaríamos todos borrachos al Level y le daríamos al dueño más motivos aún para ponernos de patitas en la calle. Confié en que Lucas y Jota se mantuvieran sobrios, porque el resto ya nos habíamos dejado contagiar del entusiasmo de Lucía. Puesto que se trataba de una cena temprana —muy temprana— a las cinco de la tarde comenzaron a llegar los primeros invitados.

Pronto el salón estuvo atestado de gente con ganas de fiesta y sed, mucha sed. Tuve que darle la razón a mi amiga: sí que era verdad que bebían sin control.

—Deja de refunfuñar. —Jota se había atrincherado en un rincón de la sala y observaba a los asistentes con su mejor expresión de perro rabioso.

Me colgué de su cuello, sonriendo ante su gesto contrariado. Él aprovechó para rodearme la cintura con los brazos y esconder la cara en el hueco de mi cuello. Su boca dejó un rastro de besos sobre mi piel mientras sus manos se deslizaban hasta mi trasero.

—No me gusta tener que compartir tu atención con esta panda de descerebrados —se quejó—, y si Kike no deja de mirarte el culo voy a tener que empezar a cumplir amenazas.

Compartía grupo de laboratorio con Kike y, aunque era bastante simpático, nunca había notado que se interesara por mí. Es más, desde que se corrió la voz de que Jota y yo estábamos saliendo, un par de compañeros que tonteaban conmigo dejaron de hacerlo de inmediato. Fruncí el ceño y esta vez fui yo la que puso cara de pocos amigos.

—Dime que no has ido por ahí amenazando a la gente para que se mantenga apartada de mí.

Me apretó contra su pecho, inmovilizando mis brazos y, aunque trató de ocultarlo, vi la sombra de una sonrisa maliciosa asomar a sus labios.

Antes de que me dejes ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora