Parte 18

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Desperté con una sonrisa en los labios y con los recuerdos de la noche anterior flotando tras mis párpados. Me dolía todo el cuerpo, partes de él que nunca pensé que pudieran dolerme. Pero incluso así la sensación de pesadez resultaba agradable. Me recordaba lo sucedido, los besos de Jota, sus caricias, las palabras que me había susurrado mientras hacíamos el amor e incluso el sonido de su risa, tan sincera y entregada que parecía pertenecer a otra persona.

Giré la cabeza y ahí estaba él, boca abajo y con el rostro vuelto hacia mí.

Las persianas estaban bajadas casi por completo, pero había luz suficiente para que la curva de sus labios reclamara mi atención. Desvié la mirada de ellos, a pesar de que lo que más deseaba era inclinarme sobre su boca y volver a perderme en él. Su expresión era tan serena e inocente que merecía la pena renunciar a sus besos solo para tener la oportunidad de contemplarlo. Mis ojos dibujaron su figura desnuda. La manta apenas le cubría la mitad del cuerpo. Una de sus piernas colgaba por el borde del colchón y, mientras que con un brazo agarraba la almohada, el otro se anclaba con firmeza a mi cintura.

Respondí a aquella sensual estampa esbozando lo que debió de ser una sonrisa bastante bobalicona. Lo había hecho. Había apartado a un lado mis miedos y recelos. No sabía qué era lo que nos empujaba con tanta fuerza a uno en brazos del otro. No tenía claro nada de lo que sentía por él, salvo que me atraía de forma indecente. Y sin embargo, era feliz. Hubiera podido quedarme encerrada en aquella habitación para siempre. Solté un risita y tiré de la manta hacia un lado.

Su trasero quedó al aire.

Definitivamente, los vaqueros que solía usar, por muy bien que le quedaran, no hacían justicia a aquella parte de su anatomía. La mano de Jota se clavó en mi cadera y al instante siguiente me tenía contra su pecho. Sus ojos brillaban y en torno a ellos se formaron pequeñas arruguitas cuando sonrió.

—¿No tuviste suficiente con lo de anoche? —Sonó divertido y mucho más despejado de lo que podría esperarse.

—¿Cuánto tiempo llevas despierto?

—Lo suficiente como para captar tu interés por mi culo —se jactó, con un tinte pretencioso pero a la vez juguetón—, aunque entiendo que hace unas horas no le prestaras mucha atención. Estabas demasiado concentrada en gemir.

—No gemía —protesté, y lo empujé con ambas manos, fingiendo estar indignada.

Solo conseguí que me apretara más contra él.

—Oh, sí, sí que gemías. Todo el tiempo.

Estaba radiante y no era solo que estuviera presumiendo ante mí del maratón de sexo con el que nos habíamos deleitado. De repente era como si la parte de él que siempre estaba entre las sombras resplandeciera en ciertos puntos.

Alargó el cuello para llegar hasta mi oído.

—Resultaba encantador —susurró, y la piel de la nuca se me erizó.

No tuve opción a replicar. Unas pisadas resonaron fuera y alguien entreabrió la puerta sin llamar. Me escondí tras Jota y me tapé con la manta hasta los ojos, rezando por que la oscuridad me diera refugio.

No era que Lucía no fuera a enterarse más tarde o más temprano, pero no estaba preparada para que me pillara desnuda en la cama de su primo.

—Es más de mediodía, Jota. ¿Piensas salir en algún momento de la cama?

No me atreví a moverme.

—En realidad, creo que me quedaré aquí todo el día. —Oí la sonrisa escondida en su voz y me dieron ganas de pellizcarlo.

Antes de que me dejes ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora