Parte 31

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—No quiero que vuelvas a acercarte a mí. —Escupí las palabras impregnadas de rabia—. No me importa el derecho que creas tener sobre mí. Nunca me has tenido, no de verdad.

Mateo entrecerró el ojo derecho y la zona de la ojera le tembló.

Sabía que aquel tic nervioso era señal de que debía dar un paso atrás y callarme; estaba a punto de explotar. Mi ex había reaparecido unos días después de la marcha de Jota, con la cara aún magullada por la pelea y la misma creencia de que nuestro destino era estar juntos. La determinación que mostraba no consiguió otra cosa que me riera en su cara. No era consciente de que la Rebecca a la que había manipulado tiempo atrás ya no existía y, lo que era más importante, que lo que había habido entre nosotros jamás podría compararse a lo que sentía por Jota.

Me daba igual que él hubiera huido de mí, o que sus fuerzas para luchar por nuestra relación no resultasen suficientes para quedarse a mi lado. Resultaba curioso que, a pesar de su imposibilidad para entregarse del todo, me hubiera enseñado precisamente que darlo todo era la mejor forma de permanecer fiel a mí misma, que no podría ser feliz de otra manera. Y de eso Mateo no tenía ni idea.

Nunca se rendiría a nadie que no fuera él mismo, su egoísmo no se lo permitiría.

—¿No traes hoy al macarra contigo? —se burló mi ex—. ¿O ya se ha cansado de tus estupideces?

—Vete, Mateo. No vas a conseguir que vuelva contigo —me reafirmé.

Sentí el impulso de correr a refugiarme en el portal de casa, aunque llegara tarde a clase. Pero quería zanjar el tema de una vez por todas y sacarlo de mi vida.

Avanzó un paso hacia mí y me juré que si se acercaba más le clavaría la rodilla en la entrepierna sin vacilar.

—Sé que aún me quieres —apuntó él, y yo no pude reprimir una carcajada cínica.

—No tienes ni idea. Todo lo que sabes sobre el amor es lo que ves cuando te miras al espejo, así que no intentes darme lecciones. Lo quiero a él —afirmé, resuelta. La crueldad no solía contarse entre mis defectos, pero en aquel momento el dolor que vibraba dentro de mí por la ausencia de Jota me empujó a serlo—. Lo amo de una manera en la que jamás podría haberte amado a ti.

—No eres más que una zorra patética.

Levanté la barbilla, orgullosa de hacerle frente por fin, y apreté los dientes para no responder al insulto. Así reaccionaba siempre Mateo cuando escuchaba algo que no quería oír.

—No entiendo qué haces aquí entonces, rogando por que vuelva contigo.

La pulla le hizo torcer el gesto.

—Porque eres mi zorra patética.

Un viandante que pasaba a nuestro lado se volvió para mirarnos. Mateo lo fulminó con la mirada.

—Nunca seré nada tuyo.

«Soy de James», murmuré para mí misma, empleando su nombre real por primera vez desde que me enterase de él.

Ese que no quería escuchar de labios de nadie por ser el que siempre usaba su hermana para dirigirse a él. Era una de las pocas explicaciones que Lucía había podido darme acerca de los súbitos cambios de humor de su primo, más allá de lo que ambas sabíamos: que el sufrimiento y la culpa lo habían convertido en una sombra de sí mismo pero mientras que para mi ex las personas de su propiedad no eran más que peones de los que disponer a su antojo, para mí aquella afirmación no tenía que ver con ningún tipo de derecho que Jota poseyera sobre mi vida, era mucho más que eso.

Pasase lo que pasase yo sabía que Jota formaba parte de mí aunque se haya ido.

—Vete, Mateo —repetí—. Vete y no vuelvas. Esta vez has perdido.

Y era verdad, Mateo había perdido, aunque yo no me sintiera ganadora. Eché de menos a Jota una vez más, tanto que hundí los hombros para hacer más llevadero el dolor de mi pecho. Me di la vuelta y dejé a Mateo allí, solo y enfurecido, y me liberé del peso que llevaba acarreando desde hacía años. Y aunque la libertad me supiera amarga, le agradecí a Jota de manera silenciosa haberme proporcionado la fuerza para enfrentarme a todo lo que una vez me dio miedo.

Durante las siguientes semanas descubrí lugares de Madrid que desconocía. Me dediqué a vagar por la ciudad en mis ratos libres, porque estar en casa avivaba los recuerdos hasta convertirlos en heridas en carne viva. No obstante, en varias ocasiones mis pasos me llevaron hasta el Cerro del Tío Pío, donde me tumbaba en la hierba a contemplar la puesta de sol y me imaginaba a un Jota más joven correteando con una niña, feliz y despreocupado, sin rastro de amargura o pesar. Esa imagen me reconfortaba y me atormentaba a partes iguales, porque yo hubiera querido escucharle reír con la inocencia del que no ha perdido nada.

Lucía me animaba a salir e incluso se le ocurrió que podría acompañarla a una de sus múltiples citas con Daniel. Míster culo perfecto había resultado ser un tipo encantador y atento, que se desvivía por hacer feliz a mi amiga. Yo me alegraba de que hubiera encontrado a alguien que difuminara la cicatriz de la traición de Nico, pero era inevitable que me sintiera incómoda en su presencia. Decliné sus repetidas ofertas de la manera más educada posible, intentando que no se sintiera mal por mi rechazo, y continué asistiendo a clases y con mi trabajo en el Level, saliendo adelante lo mejor que pude.

Tras enterarse de lo ocurrido, Clara me llamaba por teléfono a diario, puede que para compensar lo poco que habíamos hablado desde mi mudanza, o tal vez porque sospechaba que divagar sobre cosas sin importancia era la única forma con la que contaba para mantener mis pensamientos alejados de la tristeza. No me guardé para mí lo mal que me sentía, no quería ceder y recubrirme de la misma coraza que había utilizado Jota para esconderse, porque eso me hubiera convertido en una hipócrita. Por lo que le conté lo sucedido y le prometí que la llamaría siempre que lo necesitara.

Y así, los días transcurrieron sin más. Uno detrás otro en una lenta y, la mayoría de las veces, agobiante rutina. Me faltaban sus besos y nuestras peleas, y diría que echaba de menos ambas cosas por igual.

Y en algún momento entre las clases, el trabajo y sus ausencias, comprendí por fin que se había ido. Así, la aventura que inicié huyendo se convirtió en mi épica historia de amor.



Antes de que me dejes ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora