Parte 16

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Corrí para cruzar la calle, aunque los zapatos me rozaban y el vestido se me subió hasta el límite de lo indecente. Un coche pasó a pocos metros de mí, frenó en seco y dio marcha atrás. Bien, justo lo que necesitaba. Algún gracioso que quisiera terminar de convertir la noche en un fiasco total. El cristal del conductor descendió y tras él apareció un tipo de treinta y pocos con pinta de haber arrasado las existencias de alcohol de la mitad de los garitos de Madrid. Lucía una sonrisa bobalicona, bastante reveladora, y sus ojos apenas si atinaban a concentrarse en mí.

Se rascó la perilla con tanta insistencia que me dieron ganas de vomitar.

—¿Te llevo, preciosa? —balbuceó, bastante más cerca de desmayarse que de un estado que lo capacitara para conducir un coche.

Continué caminando deprisa por la acera. Si lo ignoraba era bastante probable que desistiera y me dejara en paz.

—Vamos, nena —insistió—. Pareces necesitar ayuda. Dime dónde vives y te acerco hasta allí.

¿De verdad aquel desgraciado esperaba que me subiera al coche? Lo único que me apetecía más que perderle de vista era quitarme los zapatos y lanzárselos. Con suerte uno le daría en la cabeza y lo dejaría inconsciente.

Otro vehículo paró detrás.

Al ver que avanzaba despacio para seguirme el paso lo adelantó por la derecha e hizo sonar el claxon.

—Venga, conseguirás provocar un accidente.

Puse los ojos en blanco.

Miré calle abajo, rezando para que apareciera un taxi, pero apenas circulaban vehículos por la zona y ninguno era uno de ellos. El borracho debió interpretar que me estaba planteando acompañarle, abrió la puerta y puso un pie sobre el asfalto. Me preparé para echar a correr de nuevo si sacaba la otra pierna del coche. Di un par de pasos atrás al ver su sonrisa desquiciada. El ruido de metal doblándose me hizo levantar la vista. La moto de Jota, reposando sobre uno de sus laterales, pasó deslizándose por el asfalto y se estrelló un poco más adelante contra un contenedor de basura.

Mi corazón dejó de latir al imaginar su cuerpo tendido en mitad de la carretera, cubierto de sangre, herido, o algo peor. Pero un segundo después Jota saltaba por encima del capó del coche, vivo e ileso, y con la expresión de un perro rabioso que hubiera encontrado al fin a alguien a quien morder.

El borracho lo observó de arriba abajo antes de salir por completo de su vehículo. Jota se encaró con él y lo metió de nuevo en el interior a base de empujones. Al conseguir su objetivo, cerró la puerta de una patada, abollando la carrocería.

—¡Piérdete! —le ordenó, y apoyó ambas manos en el marco de la ventanilla. Tenía los nudillos raspados y ensangrentados—. Si vuelves a mirarla te arranco la cabeza.

La amenaza no tenía nada de banal, y juraría que Jota estaba deseando que el tío abriera la boca para terminar de perder los estribos y tener así una excusa para golpearle. El borracho debió de decidir que en su estado tenía mucho más que perder que el arreglo de una puerta y aceleró, dejándonos atrás. Jota se volvió hacia mí. No parecía contento.

—¡Qué coño haces! Te he dicho que te acompañaría a casa.

—No pensaba ir con ese tío a ningún lado —repliqué, alzando la voz tanto como él—. No soy estúpida.

Salió de la carretera para situarse frente a mí. Puse una mano sobre su pecho para evitar que seacercara más.

—¡Podría haberte obligado! ¡Joder, Rebecca! ¡He saltado de la jodida moto en marcha!

Antes de que me dejes ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora