Parte 22

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El resto de la noche lo pasamos entre miradas provocadoras, roces casuales —y no tan casuales— y un sinfín de besos robados. Para cuando llegó la hora de cerrar no veía el momento de quedarme a solas con él. Al mismo tiempo que servíamos copas, Jota no se cansó de ir calentando motores, y las caricias en la parte baja de mi espalda y las insinuaciones en susurros cuando pasaba a mi lado no ayudaban en nada a que yo me concentrara en el trabajo. Lo observé con disimulo mientras recogía vasos a medio beber y botellas de cerveza. Los vaqueros le caían sobre las caderas y la camiseta se le subía cada vez que se inclinaba sobre una de las mesas, mostrando una franja de su firme abdomen.

El tatuaje del dragón asomaba de vez en cuando y el color de las llamas que escupía por la boca variaba del naranja al rojo según la posición. Me dieron ganas de ir hasta él y acariciarlo. Le di un trago a la botella de agua que tenía entre las manos. Lucía vino hasta donde estaba y se apoyó en uno de los taburetes.

—Si las miradas follasen.

Escupí todo el agua que tenía en la boca, y la que ya me había tragado se volvió sólida en algún punto intermedio de mi esófago.

—Joder, Lucía —le espeté entre toses.

No me sorprendió que me pillara, más bien que fuera tan directa. Me dio un par de golpecitos en la espalda, pero se partía de risa.

—Es que te lo estás comiendo con los ojos. Conseguirás que su ego nos aplaste a todos contra la pared hasta morir asfixiados —bromeó, y tuve que darle la razón.

Jota nos miró al escuchar nuestras risas. Enarcó una ceja, probablemente preguntándose qué nos hacía tanta gracia, y siguió a la suyo.

—Bueno, he ganado la apuesta.

—¡De eso nada! —repuso ella, indignada—. Pero si le has calentado la cara delante de todo el mundo.

—Sí, pero él no estaba enfadado.

David pasó a nuestro lado cargado con dos bolsas enormes de basura.

—No ayudéis, ya puedo yo —ironizó mientras las subía por las escaleras.

—No lo hemos dudado ni por un segundo —le contestó Lucía.

Hizo un gesto con la mano, animándolo a darse prisa, y retomó nuestra disputa—. Da igual, Becca, habéis montado el numerito.

—Apostamos a que él estaría muy cabreado, lo de las escenitas creo que es algo intrínseco a nuestra relación.

—Así que ahora tenéis una relación —replicó con malicia, dándome con el codo en el costado.

—Eso espero, porque anoche dormí en su cama.

La mandíbula se le descolgó de la impresión. No entendía cómo era posible que no hubiera atado cabos, pero su sorpresa era evidente. Antes de que pudiera empezar un intenso y agotador interrogatorio me levanté y fui hasta Jota, dejándola en pleno shock.

Lo abracé por la espalda, tomándolo desprevenido. Se puso tenso un segundo, pero sus músculos se relajaron enseguida.

—Hueles jodidamente bien, B —ronroneó de placer, dándose la vuelta para apresarme contra su pecho.

Me acarició el cuello con la nariz y sus dedos juguetearon con los cordones del corsé. Miré por encima del hombro, Lucía continuaba observándonos.

—Está alucinando —le comenté a Jota—, no sabía nada de lo de anoche.

Esperaba que estuvieras cabreado.

Antes de que me dejes ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora