Parte 21

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—Me he pasado. —Enarqué la ceja ante lo que me pareció una versión edulcorada de la realidad. Él se revolvió el pelo con la mano, giró sobre sí mismo y se alejó varios pasos para regresar enseguida junto a mí—. Mucho, me he pasado muchísimo, B. Lo siento.

Suspiré y lo agarré de la camisa para detener su andar errático. Me estaba poniendo de los nervios.

—¿Qué es lo que quieres, Jota? —inquirí, arrepintiéndome de haberlo sujetado.Su cara había quedado a escasa distancia de la mía—. Me da la sensación de que esto no es más que un juego para ti. Y es lo último que necesito.

Se puso tan serio que pensé que a continuación se produciría uno de sus estallidos emocionales.

No fue así.

—Estar contigo, B —afirmó, con cierto tono desesperado—. Y dejar de cagarla. No sé si seré capaz de lo segundo, pero respecto a lo primero no había tenido algo tan claro desde... Bueno, desde nunca.

Lo miré a los ojos, sus palabras estaban cargadas de sinceridad y, aún peor, de angustia, como si pensase que no iba a creerle. Tenía un aspecto vulnerable. No parecía más que un niño, y me pregunté si Lucas llevaba razón al decir que nunca había tenido una relación seria con nadie. Pero en la otra cara de la moneda estaba yo, alguien a quien habían destrozado el corazón, de quien se habían aprovechado, y que no sabía amar de otra forma que no fuera entregándolo todo.

Por eso me resistía tanto a dejarme arrastrar por aquella relación, porque sabía que, si cedía, acabaría dándole a Jota la llave de mis sentimientos y, con ello, la posibilidad de destruirme. Daban igual los consejos que me diera Lucía o los que me gritara mi lado más temerario cuando le tenía frente a mí, como ahora. Vivir para mí significaba amar de verdad. No podía ponerme condiciones ni trazar líneas, porque al final terminaría traspasándolas.

—No sé si puedo con esto, Jota —reconocí, y sus labios se entreabrieron para dejar escapar un suspiro. Volví a reconocer el olor a granadina en su aliento y eso me hizo evocar el sabor de sus besos—. No... no estoy preparada.

Jota era apasionado. No importaba lo que sus amigos o su propia prima pensaran de él. En el fondo había algo que latía dentro de él y guiaba sus actos, de la misma manera que yo no podía evitar implicarme si alguien me gustaba. Y eso me atraía, pero en mi estado era como mantener una granada sin anilla en la mano; acabaría explotando.

Ladeó la cabeza y entornó los ojos, y durante un instante pensé que observaría el dolor a través de mi mirada.

—Lu dijo que fuera cuidadoso contigo. Pensé que era una forma de hablar, pero no es así. —Di un paso atrás. No deseaba tener esa conversación con él—. ¿A qué se refería?

—No quiero hablar de eso. Me crucé de brazos y adopté una actitud distante. Él avanzó y me agarró de los codos, impidiendo que retrocediera de nuevo.

—Puedes contarme lo que sea, B. Confía en mí.

—¡No quiero! —exclamé con rabia, y él apretó los labios, dolido.

—No pasara nada, está bien —se apresuró a decir—. No tienes que contármelo.

Dejó caer las manos y la piel de mis brazos echó en falta la calidez de su contacto.

—Volvamos —sugerí, desalentada por cómo había transcurrido la noche. No era lo que esperaba—. Lucas debe preguntarse dónde estamos.

—Te estás alejando de mí —repuso él, a pesar de que no me había movido de su lado—. Desde que llegaste no me has mirado como los demás. No te ha importado lo que dijera o lo que pareciera ser. Seguías ahí, plantándome cara, escarbando más y más profundo. Hizo una pausa para rodear mi cara con sus manos y acarició mis labios con el pulgar. El azul turbio de sus iris parecía capaz de tragarme entera. —Dime que sigues aquí, por favor —suplicó, y mi determinación se tambaleó.

Antes de que me dejes ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora