Parte 23

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Jota reinició la canción cuando yo ya había tomado posiciones y fue a sentarse sobre una de las mesas. Me propuse conseguir que viniera a por mí antes de que finalizara la música. Me deshice de los tacones y comencé a mover las caderas. Era la primera vez que hacía algo así, pero he de decir que el alcohol que me corría por las venas y tener a Jota delante representaban un gran estímulo. Me pasé las manos por los muslos sin dejar de mirarle.

Le di la espalda y tiré de la cinta que cerraba el corsé, sin llegar a desatarlo por completo. Juro que le escuché jadear. Al darme la vuelta él ya estaba al pie de la barra.

—Baja —me rogó, con la voz ronca de deseo.

Negué y me desplacé a lo largo del mostrador sin dejar de moverme, encantada de que no fuera capaz de contenerse. Notaba sus ojos fijos en mí, anticipando el momento en el que podría tocarme. Tenía los labios ligeramente entreabiertos y contemplaba absorto cada uno de mis movimientos. Me arrodillé y avancé hasta él con lentitud, disfrutando al máximo de su expresión ansiosa.

Era obvio que había pensado que no me tomaría tan en serio su petición y estaba dividido entre dejar que continuara con el sensual baile u obligarme a descender. Al llegar a él me incliné hasta quedar a pocos centímetros de sus labios. Sonrió satisfecho, creyendo que iba a besarle, pero me desvié en el último momento para alcanzar el hueco detrás de su oreja y regalarle varios mordiscos y pequeños besos.

—Becca... —Me mordí el labio para no reír al escucharle gruñir mi nombre.

Retrocedí con rapidez antes de que le diera tiempo a reaccionar y esta vez fui yo la que le dedicó una de esas sonrisas torcidas. Él cabeceó e hizo ademán de subirse a la barra. Negué con la cabeza.

—Si te subes, me largo de aquí —aseguré, con tanta seriedad como pude.

Aunque sabía que no podría cumplirlo.

—Becca —repitió, pero permaneció inmóvil.

Me había retado dando por sentado que me rajaría y en cambio era él el que parecía incapaz de esperar un segundo más. Me puse en pie de nuevo y su mirada se desplazó de mi boca hasta mis caderas, para luego desandar el camino y concentrarse en mis ojos. Y en ese momento, allí arriba, con Jota a mis pies temblando de deseo, me sentí libre. No se trataba solo de que ambos nos muriéramos por saciar nuestra sed del otro ni de que hubiera conseguido desbaratar la pose confiada que mostraba al resto del mundo. Era más que eso.

Me daba cuenta de que ambos arrastrábamos recuerdos de un pasado doloroso, aunque todavía no hubiera conseguido descubrir qué era lo que pesaba tanto en su corazón, pero en mi caso lo vivido conformaba una parte importante de mí. Me había convertido en alguien más fuerte, alguien con miedo pero con el valor suficiente para afrontar cualquier cosa si la recompensa valía la pena. Y estaba segura de que la personalidad que Jota proyectaba no era más que una forma de evitar que le hicieran daño.

En el fondo no éramos tan diferentes. La canción llegó a su fin y el silencio nos envolvió, roto solo por el eco de nuestra respiración entrecortada. Aflojé de un tirón el corsé y eso fue todo cuanto necesitó para olvidar mi advertencia y llegar hasta mí antes de que pudiera protestar. Solté un carcajada contra su boca.

—Eres increíble, B. Y perfecta, demasiado perfecta para mí.

No me dejó contestar.

Me empujó con suavidad hasta dejarme tendida sobre la madera y me besó con fiereza, como si ansiara comprobar que estaba allí con él y no era producto de su imaginación. Sus manos estaban por todas partes: en la curva de mi cintura, sobre mi pecho, en mi cuello, paseándose por mis muslos. Agarré el dobladillo de su camiseta y se la saqué por la cabeza, desesperada por eliminar cualquier barrera que se interpusiera entre nuestros cuerpos.

Antes de que me dejes ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora