En Un Pequeño Pueblo De La Provenza

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Amanecía en un pequeño pueblo de la Provenza, Francia. No sabría deciros si se le podía llegar a considerar como tal, mas a falta de una palabra mejor, será esa la que usaremos. Estaba formado por un conjunto de granjas y cabañas rodeadas de campos de cultivo y un pequeño bosquecillo, y en el centro del pueblecito una pequeña iglesia que hacía, al mismo tiempo, las veces de escuela, a pesar de los pocos niños que hubiera y de que aún menos tuvieran el lujo de ir a estudiar en lugar de trabajar. En uno de los caminos que se dirigían al bosque, en la última línea de casas, prácticamente fuera de las inmediaciones del lugar, se encontraba una joven.

Se veía que estaba a la espera, y la expresión de su rostro oscilaba entre la impaciencia y la resignación, mientras cada poco tiempo apartaba la vista del sendero y alzaba la cabeza para calcular el paso del tiempo con la ayuda del sol. Finalmente, su paciencia pareció ser recompensada al ver a una segunda joven llegar corriendo hacia ella con un cubo entre las manos. Y por fin, entre sonrisas, saludos y algún que otro regaño sobre la falta de puntualidad, se pusieron en marcha hacia el bosque, con sus cubos vacíos balanceándose, listos ser llenados en el río.

Las dos damitas eran tan distintas como pueden ser dos criaturas de una misma especie. Astin, la última en llegar, como todas las mañanas, era una chica algo más alta que su amiga de piel agitanada y ojos avellana, con el pelo castaño cayendo por la espalda y una sonrisa traviesa. Era el día, frío al inicio, calentándose de a pocos, alegría y movimiento. Su nombre se traducía del galo como "la que parece una estrella", nombre premonitorio para la que sería una joven tan brillante. Lilou, cuyo nombre completo era Lilianne, el lirio, era una muchacha pequeña, de cuerpo enjuto por la falta de alimentación propia de aquel entonces y rostro redondo de expresión plácida que le daba un aire aniñado, enmarcado por una cabellera negra hasta la cintura e iluminado por unos ojos que mostraban la profundidad de los bosques vírgenes. Era la noche, su dulzura recordaba al tenue brillo de las estrellas, mas su timidez le daba un aire introvertido que a los ojos de extraños le hacía verse tan fría como la noche; su vida transcurría en una ligera bruma adormecida que rodeaba la vida del pueblo.

Atravesaron el bosque entre charlas hasta llegar a un riachuelo donde rellenaron los cubos y, después de remolonear un rato entre los árboles, regresaron al poblado. La mañana transcurrió, como tantas otras, trabajando en sus respectivos hogares. Astin ordeñaba las ovejas de su granja y hacía recados para sus vecinos, a fin de ganar unas monedas para añadirlas a los ahorrillos conjuntos que compartía con su amiga, pues ninguna creía que llegarían a vivir separadas. Lilou, por su parte, se volvió a internar en el bosque con un libro, el cual no sabía leer, para buscar las flores que había dibujadas, por orden de su padre, que era herbolario.

El trabajo de este hombre, conocido por todos como docteur Montagne, era un trabajo que comenzaba a caer en el olvido en las ciudades, donde los médicos iban ganando prestigio, mas en un lugar como aquel era un héroe. Viajaba por los pueblos, ejerciendo la medicina a través de las plantas y la naturaleza. Era un hombre educado, de buena familia y con estudios, pero el destino quiso que se enamorara de una jovencita del llamado tercer estado, por lo que fue repudiado por su familia. Vivía una vida feliz, junto a su esposa y sus siete hijos, que luego fueron cinco a causa de la independización de los dos mayores. Sin embargo, aún guardaba en la memoria la época en la que dormía en camas de plumón y comía hasta reventar, de la misma forma que aún tenía amigos de aquel entonces; si se arrepentía o no de su decisión de abandonar su antigua vida, solo diré que hacía cualquier cosa en su afán por recuperarla. En cuanto a los sentimientos de Lilou hacia él, oscilaban entre la admiración al herbolario, el respeto al padre y el desprecio al hombre.

La mañana pasó y con la tarde llegó el tiempo de descanso y disfrute. Un día más, la gran mayoría de los habitantes se dirigió al hogar de los Berger, que hacía las veces de posada. El señor Berger era el alcalde del lugar, un trabajo muy poco exigente, pues el ambiente que había ahí era el de una gran familia, por lo que para llenar las horas utilizaba el ayuntamiento, que era una casa un poco más grande que el resto, para dar asilo a los pocos viajeros que llegaban y, la mayoría del tiempo, como lugar de encuentro de los aldeanos. Estos traían comida y bebida (mayormente cerveza aguada) que luego todos disfrutaban. Junto al alcalde y su esposa vivían también sus dos hijos, la pequeña Eloïse, de nueve años, y su hermano mayor, Adrien, de veintiséis. Era una familia amable y cariñosa, con cierto aire triste por el recuerdo de un hijo perdido que jamás llegó a ver la luz del mundo y que de haberlo hecho hoy tendría trece años.

La principal razón por la que las jóvenes de nuestra historia pasaban tanto tiempo en esa posada, aún siendo amantes de la naturaleza y la libertad, era la estrecha relación que había entre la tierna Lilou y el maduro Adrien. El muchacho, cinco años mayor que ellas, había sido durante mucho tiempo el compañero de correrías de Bernadette, la cual le sacaba tres años de diferencia y era hermana mayor de Lilou, antes de la entrada de la joven en un convento benedictino haría poco más de cuatro años atrás.

La marcha de Bernadette había supuesto un gran revuelo para todos en la aldea. Las malas lenguas disfrutaban inventado historias sobre el porqué de su marcha. Durante un tiempo se oyó decir que el padre de esta le había hecho algo horrible (cada cual tenía una idea distinta de qué), pero como en un lugar tan pequeño los cotilleos se expanden rápido, no tardaron en llegar a oídos del implicado, por lo que, por miedo a perder el favor del único hombre que podía curarles y podían permitirse, la gente olvidó pronto este rumor. Demostrando su hipocresía, muchos le alabaron por haber criado a una hija tan devota y piadosa de Dios y por su buena reacción ante las terribles acusaciones que le hicieron. Nadie excepto Astin, que vivía puerta con puerta a esta familia, oyó los gritos y golpes que surgieron tras la marcha y cuya llama fue avivada por los susurros, inventados pero certeros, aunque por aquel entonces no lo sabían.

Tras eso, Adrien había encontrado en Lilou una parte de Bernadette; Lilou, por su parte, aseguraba que el otro pedazo de su hermana lo tenía Adrien. Por ello, ambos se encontraban unidos por el amor que sentían hacia una tercera. Ambos veían a un hermano en los ojos del otro. Pero los chismosos volvieron a la carga, especulando que el primogénito de los Berger había demostrado a la mayor de los Montagne su interés amoroso y esta se había visto obligada a marcharse para librarse de él. Ahora, muchos señalaban a su hermana como el nuevo objetivo del muchacho, y la gran mayoría aseguraba que esta había caído en sus garras.

Nada más lejos de la realidad. Lástima que nadie se atraviese a mirar por la ventana; una pena que nadie reparase en los moratones bajo las mangas. 

El Lirio Y La EstrellaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora