El Lirio Y El Burgués

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Con el alba llegó un carruaje negro, el cual llevaba largo rato siendo esperado por una extensa comitiva. La familia Montagne al completo, junto con Astin, que había aparecido en la puerta de la casa de su mejor amiga tan pronto percibió movimiento tras las ventanas, se encontraba junto al camino, en perfecta formación. Delante del grupo estaban los dos adultos, Sophie Montagne un poco más atrás que su marido, con la cabeza gacha en gesto sumiso, como era habitual en ella. Tras ellos, Lilou, vestida con una falda roja con dobladillo a cuadros y la camisa de los domingos, trataba de mantenerse erguida y demostrar confianza, pero la postura protectora de Philippe y Astin a ambos lados demostraba que estaba fallando miserablemente en su empeño. Jackie se colgaba del brazo de su hermana, temerosa de que llegara el momento de separarse de ella. Jacqueline era apenas un bebé cuando Bernadette se había ido de casa, por lo que Lilianne había sido su única hermana, madre y modelo a seguir durante sus escasos años, y tenía pánico a perderla. Sébastien se encontraba justo detrás de Lilou, enlazando los dedos de la mano que a la chica le quedaba libre con los suyos discretamente, una vez más huyendo de la mirada del padre. Max, por su parte, esperaba al lado de Phil con los ojos fijos en la menor de la familia, listo para luchar contra lo que fuera que se acercara a ella, tal y como Lilianne le había pedido.

El elegante carruaje se paró frente a ellos y un cochero con un traje tan negro como el pelaje de los caballos que tiraban del vehículo abrió la puerta, en la cual se ostentaba un escudo de armas donde aparecía un castillo. Todos aquellos que no habían visto a Richelieu antes dejaron escapar un diminuto jadeo sorprendido, y la pequeña Jackie se escondió asustada tras las faldas de su hermana. Aquello no era un hombre; era un cadáver pálido e hinchado embutido en su traje de entierro negro.

—Bienvenido, François—le saludó con efusión el docteur—. Te estábamos esperando.

—¿Está tu hija lista?—preguntó el recién llegado estrechando la mano del cabeza de familia mientras observaba al cortejo que había tras su viejo amigo.

—Totalmente. Como dijimos, no lleva equipaje, pero se ha empeñado en llevarse su bolsa de medicinas y algunos estúpidos recuerdos—señaló él.

—Ya nos desharemos de eso—indicó, haciendo que la dueña abrazara la bolsa. Richelieu volvió a mirar al grupo—: Creía que dijiste que solo tenías tres hijas. ¿Quién es la morena?—señaló a Astin.

—Una vecina amiga de Lilianne que se ha empeñado en venir a despedirse—le quitó importancia Montagne—. Como ves, aquí tienes tu parte; es hora de que reciba la mía.

El burgués asintió para a continuación entregarle un fajo de billetes al padre de su prometida. Excepto los dos que participaban en la transacción, el resto del grupo abrió los ojos con asombro al ver tal cantidad de dinero.

—Despedíos rápido—le ordenó Richelieu a Lilou—. Nos espera un largo viaje hasta Marsella.

—¿Marsella?—preguntó Philippe sin pensar.

—Sí, muchacho, Marsella—respondió Richelieu cortante—. ¿Pasa algo con eso?

—No, monsieur, desolé—se disculpó el chico—. Es solo que creíamos que irían ustedes a Bretaña.

—Así es, pero no pienso llevar a tu hermana con esas pintas de espantapájaros a ninguna parte. Nos quedaremos en Marsella cinco días para poder ocuparme de unos negocios y que arreglen a la "demoiselle"—explicó con sorna—. Ahora, despediros o nos iremos ya.

Rápidamente, los hermanos abrazaron a Lilou. No dijeron nada, pues todo había sido dicho la noche anterior. Madame Montagne se echó a llorar mientras abrazaba a su hija, haciéndole sentir extremadamente violenta ante la situación, a la vez que molesta. Era su madre, debería mostrarse fuerte por sus hijos, en especial por Jackie. El docteur únicamente le tomó del brazo con fuerza:

—No lo estropees—le ordenó mirándola a los ojos, a lo que ella asintió.

Por fin llegó el momento de Astin.

—Quédate tú con nuestros ahorros—le ofreció Lilianne.

—¿Estás segura?

Lilou asintió:

—No los necesitaré—le aseguró.

—En ese caso, lo justo es que tú tengas esto. —Con estas palabras, Astin le entregó a su amiga un papelito que ambas conocían muy bien.

Ante este gesto, los ojos de Lilou se llenaron de lágrimas. Ambas se abrazaron aferrándose con todas sus fueras la una a la otra.

Je t'aime. Je t'aime beaucoup—lloró la pelinegra.

Je t'aime aussi, ma sœur. —Y susurrándole en el oído, añadió de improviso—: Te veré en Marsella.

Lilianne quedó bloqueada un segundo por el asombro; antes de que pudiera preguntar qué quería decir, una mano la tomó del hombro y la arrancó del abrazo con Astin:

—Se acabó el tiempo. Nos vamos—dictó Richelieu empujando a Lilianne al interior del carruaje.

—¡No!—se rebeló Lilou, pero ya era tarde; el carruaje se había puesto en marcha—. ¡Adiós! Je vous aime!—gritaba agitando la mano en la ventanilla.

De improviso, vio a Jackie soltar la mano de su madre y echar a correr llamándola. El resto de sus hermanos y Astin le siguieron. Los gritos alertaron a los vecinos, y poco después un montón de niños corrían tras el carruaje gritando. Los hermanos Montagne y Astin iban a la cabeza, seguidos de cerca por Adrien y Eloïse. El resto de niños eran aquellos que escuchaban a las dos amigas contar cuentos en la plaza. Ante esta imagen, Lilou volvió a llorar, enternecida por el amor que le estaban mostrando. Mas al llegar a la última línea de casas, los niños comenzaron a detenerse, no pudiendo salir del pueblo sin el permiso de sus padres. Sus propios hermanos comenzaron a reducir el ritmo. Sin embargo, Jackie continuó corriendo. Corría y gritaba y lloraba. Llamaba a su hermana, le pedía que se quedara, que la llevara con ella, que no le abandonara. No había cosa que más deseara Lilianne en el mundo que quedarse con ella. De pronto, la pequeña tropezó y cayó al suelo. Ahí quedó, llorando, hasta que sus hermanos mayores llegaron a su lado. Lilou a punto estuvo de saltar del coche estando este en marcha para ir a socorrer a la pequeña. Richelieu, impasible, cerró las cortinas, impidiéndole seguir viendo el exterior, seguir viendo a sus seres queridos que iban quedando atrás.

—Estúpidos paletos—rezongó.

Pasaron todo el día viajando. Se sentaban frente a frente en el reducido espacio de la oscura cabina, pues las cortinas de las ventanas continuaban cerradas, sin atreverse Lilou a tocarlas. Aún desconocía a este individuo que era su prometido y no sabía por qué razones podía castigarla y cómo, así que prefería pasar desapercibida todo lo posible. Por desgracia, esto significaba que se veía obligada a mirar al hombre, pues no tenía la escusa de estar mirando a algo más para ignorarle. Mas fue gracias a eso que Lilianne notó la forma en que era observada, pudiéndose encoger sobre el asiento y mantenerse todo lo alejada que podía de François Richelieu. No hizo ningún movimiento en todo el viaje: se protegía con sus propios brazos, observándole para dejarle claro al hombre que le vigilaba pero sin ser tan directa como para que le acusara de descarada o de estárselo buscando. Cuando el burgués se durmió, Lilou respiró tranquila, pero no se relajó. Cerró los ojos, pero se mantuvo alerta. Escuchó la respiración de su acompañante, el látigo del cochero, los cascos de los caballos, el crujido de las ruedas. Escuchó el bosque hasta que este dejó de oírse. Entonces escuchó algo diferente, algo nuevo, algo desconocido. Habían llegado a Marsella.

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