La Estrella Y El Carretero

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A partir de entonces, comenzó una cuenta atrás en el hogar de los Lavoie, la cual se suponía que marcaba el viaje de Astin a Roussillon, pero ella contaba los días que faltaban para reencontrarse con su amiga y comenzar una nueva vida. Había hecho cálculos y era consciente de que el tiempo apremiaba. Astin aún debía quedarse tres días en el pueblo y el viaje duraría uno más. Teniendo en cuenta que Lilianne estaría cinco días, llegaría el último día de su estancia en la capital de Provenza, donde Lilou aún estaría soltera y tendría a los hermanos mayores de esta cerca en caso de necesidad. Su intención era utilizar el dinero que Lilianne le había hecho quedarse para sobornar al cochero que le debería llevar a la villa de sus tíos y que en su lugar le llevara a Marsella, en dirección contraria. Sin embargo, en dicho plan Astin daba por hecho que el conductor sería un extraño manejando una diligencia. Por desgracia, un día antes de su marcha, Astin supo que no sería así.

—¿Que monsieur Chapeau qué?—gritaba Astin furiosa, pero intentando no ser demasiado obvia.

—Monsieur Chapeau se ha ofrecido a llevarte a Roussillon—repitió su madre—. No pongas esa cara. Es un detalle por su parte, nos cobrará la mitad de lo que costaría el viaje y encima tu padre y yo tendremos la seguridad de que estás a salvo con alguien a quien conocemos, en lugar de ir tú sola con algún extraño que bien podría atacarte y aprovecharse de ti—se estremeció la mujer.

—¡Haber pensado en eso antes de ponerme de patitas en la calle!—exclamó airada la hija mientras salía de la casa dando un portazo.

—¡Esta niña! ¡Qué modales!—se escandalizó su madre, dispuesta a ir a buscarla para darle una buena reprimenda.

—Déjala—le detuvo su marido—. Estas cosas son difíciles. Madurar siempre es duro. Además, acaba de perder a su mejor amiga. Déjale desahogarse—repitió.

Madame Lavoie soltó un suspiro resignado mientras miraba por la ventana hacia el hogar de los Montagne, que se veía más muerto de lo normal.

—Al menos Lilianne tendrá un buen futuro—murmuró, pensando en si su casa se vería así de apagada una vez que su estrella se fuera.

Mientras tanto, Astin caminaba por el pueblo. Pisaba con fuerza, enfadada con el mundo por sus planes truncados.

—No podíamos quedarnos aquí y seguir todo como siempre. No... Tampoco pueden dejarme un mínimo de libertad. Me van a mandar a trabajar fuera, pero ni siquiera puedo elegir a dónde ir o qué hacer. Y encima me van a tener vigilada durante el viaje. ¡Maldita sea, no se fían de mí! ¡Qué injusticia!—rezongaba. Por un momento se le cruzó por la cabeza que, teniendo en cuenta sus planes, esa desconfianza estaba, ciertamente, justificada, pero rechazó esa idea con una sacudida—. Estúpidos adultos... Se creen que no podemos tomar nuestras propias decisiones...

Deambulaba sin una meta fija, torciendo por callejuelas entre las casas cuando veía a alguien cuya compañía deseara evitar (en dichos momentos, esto abarcaba a toda compañía humana). En su vagabundeo, por azar o por un impulso inconsciente que guiaba sus pies, el cual podría ser considerado el destino, terminó delante de la casa que habitaba la familia Chapeau. Dicha familia estaba formada únicamente por dos miembros, padre e hijo, los cuales trabajaban de carreteros, llevando productos a ciudades más habitadas donde venderlos. La madre había muerto siete años atrás de tuberculosis durante una epidemia que había costado la vida a muchos habitantes de la comarca. Astin aún podía ver a la Lilianne de aquel entonces, con apenas catorce años, vestida con un traje grueso de hombre, manos enguantadas, un trapo tapándole el rostro para protegerse del contagio y cargando una bolsa repleta de remedios naturales, la cual era más grande que ella, entrando en las casas de los enfermos ella sola, trabajando sin la supervisión de su padre por primera vez en su vida.

El Lirio Y La EstrellaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora