La Herbolaria

17 1 3
                                    

Fue una suerte que al día siguiente Astin no tuviera que ir a trabajar, o hubiera tenido que rendir cuentas ante su jefe y no podían permitirse perder la única fuente de ingresos que les daba la labor de Astin en los establos. Se quedaron dormidas casi hasta mediodía, lo cual supuso también la pérdida de su ración de pan habitual, pero ¿qué era un día sin comer frente a la miseria que veían en las calles? Además, a Astin le preocupaba más el terrible dolor de cabeza que sufría.

Tan pronto despertaron, Astin comenzó a quejarse de este y de lo molesto que era el sol, pero Lilou también tenía sobre qué quejarse.

—Apestas a vómito—arrugó la nariz—. Ve a lavarte.

—No puedo—lloriqueó Astin tapándose la cabeza con la manta—. Me duele mucho la cabeza como para hacer nada.

Resoplando, Lilou cedió y le entregó algo de su bolsa:

—Mastica.

Poco después, bajaban al patio de la casa donde se hallaba el pozo con el cubo en sus manos. Iban en ropa interior, ajenas a los mirones que observaban. Un cubo de agua fría sobre sus cabezas cumplió el cometido de limpiarlas, aunque no sin amargura. Extrañaban los tiempos en los que se bañaban en ríos de aguas cristalinas, nadando desnudas entre las gélidas corrientes. Muy loco había que estar para hacer eso en París. Regresaban a su habitación para vestirse cuando la patrona apareció, echa una fiera, encarándoseles por haber vomitado por la ventana, dejando esa zona hecha un asco, y les amenazó con ponerlas de patitas en la calle si no lo limpiaban de inmediato. Astin lanzó una mirada suplicante a su amiga, que la miró sin expresión alguna antes de subir a su habitación. Hasta Lilianne tenía un límite de lo que aguataba que no estaba dispuesta a sobrepasar.

Horas después, tras limpiar y que Astin se diera otro baño, llegaron al Musain. Se veía que la resaca tenía a todos destrozados, y Enjolras y Combeferre estaban logrando su venganza.

Bonjour, mesdemoiselles!—les saludó Enjolras con un tono de voz bastante alto al verles entrar.

Bonjour, messieurs!—le imitó Lilou con una sonrisa divertida.

—Por favor, Enjolras, para—suplicó Courfeyrac con el rostro enterrado entre sus brazos—. Ya hemos aprendido la lección. Juro que me va a estallar la cabeza.

—¿En serio? ¿Quieres que pare? ¿De hacer qué?—se hizo el loco, aún sin bajar la voz.

—De gritar, por el amor de Dios. Deja de gritar.

—Pues la próxima vez no me hagas perseguirte por París para evitar que le propongas matrimonio a una prostituta—le encaró el rubio—. O de lo contrario, te dejaré que te cases con ella y ya te ocuparás tú de explicárselo a tus padres.

La única respuesta que recibió por parte de Courf fue un patético gemido, pero Astin, que gracias al remedio de Lilou ya se encontraba mucho mejor, no pudo cerrar la boca:

—¿Hablas en serio? ¿Tan rápido te olvidas de nuestro amor, mon cœur?—bromeó entre risas antes de detenerse abruptamente.

Lilou vio cómo su amiga, roja como pocas veces la había visto en su vida, miraba hacia Grantaire, tan sonrojado como una niñita, para a continuación apartar ambos la mirada. Comprendió que no habían estado tan borrachos como para olvidar los sucesos de la noche anterior. Si esto era bueno o no, solo el tiempo lo diría.

—¿No tendrás algún remedio mágico en esa bolsa tuya, ma cherie?—le sacó Courf de sus pensamientos.

—No debería daros nada, para que aprendáis la lección—les amenazó la joven—. Si bebéis, tenéis que estar dispuestos a afrontar las consecuencias.

El Lirio Y La EstrellaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora