Apolo Y Dionisio

41 1 97
                                    

La historia de este suceso se expandió rápidamente por todo el barrio. Las vecinas comentaban cómo una de las misteriosas hermanas que vivían solas en uno de los cuartos más pobres parecía tener por amante a un hermoso burgués, relación que la hermana de esta parecía no aprobar. Las mujeres que habían tenido la suerte de ver lo sucedido en primera línea contaban cómo la pelinegra había regresado a altas horas de la noche acompañada de un rubio con claras muestras de haber llorado y que la castaña se había enfurecido con esto. Las marujas del lugar creían que tal vez su galán le golpeaba; aún así, la envidiaban. El maltrato era pan de cada día en las relaciones, sin embargo, esta muchacha feúcha, siendo la querida de alguien del nivel social que parecía tener el misterioso joven, viviría mejor que muchas de ellas. No comprendían qué había visto él en la joven, a la cual comparaban con un pajarillo desplumado. Esto también se lo preguntaban los miembros de Les Amis de l'ABC.

Llegó un día de fiesta a París. Los colegios, la universidad, las tiendas y las fábricas cerraron. Bares y cafés se mantuvieron abiertos, haciendo su agosto, pues se convirtieron en punto de reunión de trabajadores y estudiantes por igual. La sociedad completa de Les Amis se encontraba en el Musain desde primera hora de la mañana, celebrando. Feuilly era el que más feliz se hallaba; pocos días tenía libres. Lilianne y Astin habían dicho que irían más tarde, pues había una misa extraordinaria por la festividad a la que deseaban acudir (o, al menos, Lilou lo deseaba; Astin no parecía tener muchas ganas de ir). Así, aprovecharon que las damas no estaban presentes para hablar de ello.

—Sigo sin creerme que de todas las encantadoras damiselas que te he presentado a lo largo de nuestra vida, hayas terminado con Lilou como querida—se reía Courf.

—En primer lugar, Lilou no es mi querida—se quejó Enjolras—. Y en segundo lugar, no entiendo lo que quieres decir sobre Lilou. Vale más que cualquiera de esas burguesitas huecas que me presentas tú.

—Por supuesto que sí—se rió Grantaire—. Esa niñita silenciosa, tranquila e inocente es exactamente lo que el líder de un grupo de revolucionarios encuentra por satisfactorio. Lilou tendrá suerte si no termina muerta. Además—añadió con malicia—, como dice Courf, por simpática que sea, la muchacha no es nada del otro mundo. No entiendo que viste en ella, si ni siquiera tiene valor para tu amada causa.

Enjolras se puso en pie furioso:

—No tienes derecho a hablar de ella así, no tienes ni la más remota idea de cómo es. Además, Lilou aporta más al grupo de lo que tú lo harás nunca con tus críticas, y ni hablar de tu querida Astin, que solo cuchichea y se ríe en las reuniones—se le encaró.

La situación escaló rápidamente. Ambos comenzaron a gritarse, una pelea de gallos defendiendo cada cual a la joven que adoraban. Tuvieron que intervenir Combeferre y Bahorel para separarlos antes de que llegaran a las manos. Cuando las cosas se calmaron lo suficiente, la voz de Jean Prouvaire se oyó:

—Que Dionisio se quede con la bella Afrodita, pues Apolo solo tiene ojos para Artemisa—recitó el joven poeta de forma espontánea.

Una sonrisa nació en los labios de los muchachos; esa frase definía a la perfección la situación.

—Cambiando de tema—habló Grantaire—, ¿se puede saber qué pasó entre Lilou y tú? Astin me contó que no hace tanto la llevaste a casa llorando y habiendo ya oscurecido.

Este comentario sobresaltó a todo el grupo, que no sabía nada de esto.

—¿Qué le pasó?—se preocupó Jehan.

—Nada, de verdad—aseguró el rubio—. Solo hablamos.

—Pues algo muy grave tuviste que decirle para dejarla llorando—comentó Joly.

—Yo no dije nada—se defendió—. Me habló de su padre, su familia y de su vida, y terminó llorando.

Nadie tenía muy claro qué decir tras esto. Finalmente, fue Bossuet el que habló:

—Eso es un gran paso en las relaciones. ¿Recuerdas cuando Chetta nos habló de sus padres?—le preguntó a Joly, quien asintió con una pequeña sonrisa.

—¿Astin te ha hablado de su padre, R?—le preguntó Enjolras con cierta preocupación.

El artista negó con la cabeza:

—Ella no pregunta por mi pasado, yo no pregunto por el suyo—dijo dando un trago a su botella de vino—. Eso es algo que respetamos los dos. Aunque—añadió con una sonrisa traviesa—, hemos avanzado en otras cosas.

—¿En qué sentido?—se interesó el Don Juan del grupo.

—Digamos que la he visto desnuda—comentó él sin borrar la sonrisa.

El alboroto que se formó alarmó incluso a los clientes del piso inferior. Jehan se había caído de la silla de la impresión, Bossuet a punto estuvo de ahogarse con su bebida, Joly le daba golpes en la espalda para que dejará de toser, Courfeyrac y Bahorel gritaban pidiendo detalles, Feuilly se reía a carcajada limpia y Combeferre y Enjolras se miraban con los ojos como platos.

—¿Pero se puede saber dónde estabais para que le vieras desnuda?—soltó Combeferre.

—En mi piso—respondió con calma.

—¿Y qué hacía Astin en tu piso?—insistió el de gafas.

—Estar desnuda.

Esto hizo que las carajadas y el follón aumentaran.

A pesar de la tranquilidad y seguridad con la que hablaba el borracho, no había sido así cuando sucedió. Había sido por pura casualidad. Sucedió una de las tardes en las que Astin, aprovechando que Lilou se había ido con Enjolras a pasear, había vuelto con él a casa para dibujarla. Tras cerca de una hora de trabajo, Astin había notado que el sol estaba muy bajo, y asustada ante la idea de regresar tarde a casa, se había levantado a toda velocidad del diván, exclamando preocupada que era tarde. La muchacha había comenzado a cambiarse sin pensar en el hombre que aún continuaba en la habitación, congelado ante lo que veía. No era la primera vez que se hallaba ante una mujer desnuda. Y no era el cuerpo más espectacular que había visto. En los muelles de París había yacido con muchachas con pechos más grandes, caderas más voluptuosas, traseros más firmes, labios más sensuales... Pero ninguna se parecía a Astin. Ni siquiera Enjolras le había atraído tanto como ella lo hacía.

Grantaire era un artista, veía la belleza en cada detalle, pero también los fallos en estos. Toda obra maestra tenía errores que rompían la armonía, y aquellos que aunaban demasiada perfección terminaban convertidos en algo recargado y deforme. Esta era una belleza falsa. Lo veía en pinturas, en esculturas y en personas. Pero no en Astin. Ella tenía una belleza descuidada, una alegría loca, una rabia demoledora y una confianza absoluta. Siempre era todo o nada, no había medias verdades, ni falsas sonrisas, ni lágrimas de cocodrilo. Astin era el todo de la obra, y era real. Y también lo que sentía por ella lo era.

Enjolras veía la imagen grande; veía a una persona y la veía al completo. Hacía la media de los defectos y las virtudes de cada uno, y por eso, ante esto, algunos salían ganando y otros perdiendo. Pero en Lilou veía más que la media; veía las arruguitas que salían en las comisuras de sus ojos al sonreír, los dientes un poco torcidos que dejaba a la vista al reír, el pelo negro con el que jugaba cuando se ponía nerviosa, la manera de entrecerrar los ojos cuando trataba de ver algo que estaba lejos... Y sus ojos. Esos ojos que había visto llenos de lágrimas, rojos por el llanto, brillantes de la emoción y con una dulzura llena de cariño. Eran unos ojos repletos de matices, matices que nadie parecía notar. A parte del verde predominante, en la parte exterior de su iris había gris, y mil motitas doradas se expandían por toda la pupila. En Lilou era todo detalles, detalles que le atrapaban.

Grantaire no creía que el amor fuera para él, no se creía merecedor de este sentimiento, pero sabía que su mundo había cambiado desde que esa muchacha asustada le miró a los ojos y confió en él.

Enjolras no creía que el amor fuera para él, no creía que este sentimiento fuese más que una distracción, pero sabía que su mundo había cambiado desde que esa muchacha moribunda le miró a los ojos y le sonrió.

El Lirio Y La EstrellaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora