El Destino De La Estrella

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Volvamos a la plaza, justo después de la aparición de los hermanos Montagne. Al poco de que Lilou se fuera con Philippe, Sébastien también se marchó. Le suplicó a Astin que cuidara a sus hermanos y se alejó corriendo en dirección al bosque, por lo que la chica estuvo jugando con Maximilien, Jacqueline y Sylvie hasta que Philippe volvió a aparecer:

—Astin, mi padre me ha dicho que tus padres te están buscando—le avisó él.

—Gracias, Phil.

El chico miró al grupo antes de girarse de nuevo hacia la mayor con expresión interrogante.

—Sébastien se ha ido hacia el bosque—le contestó a la pregunta que el otro aún no había formulado.

—Nos va a traer problemas—se lamentó Philippe.

Astin le dio un apretón en el hombro como muestra de apoyo. Ambos confiaban el uno en el otro, Astin conocía perfectamente la situación de los hermanos Montagne y cómo las rarezas de Sébastien lo empeoraban todo. Phil colocó su mano sobre la de la chica, que seguía en su hombro:

—Deberías irte. No quiero que tengas problemas en casa tú también—le sonrió.

Correspondiéndole a la sonrisa, Astin se despidió de todos y se puso en camino con la promesa de que ellos luego acompañarían a su hermana pequeña a casa.

Llegó a la zona donde vivían ella y los Montagne. Asombrada, reparó en el lujoso carruaje parado frente a la casa de su amiga, pero no le dio muchas vueltas, pues confiaba en que Lilou le contaría todo más tarde. Entró a su casa gritando:

—¡Mamá! ¡Papá! ¿Dónde estáis?

—¡Arriba!—le contestó la voz de su madre desde el piso superior.

La casa de los Lavoie, aún siendo exactamente igual que la de los Montagne, tenía una distribución totalmente distinta. En el piso de abajo se guardaban a los animales, lo que mantenía calida la casa, por lo que entre las tres habitaciones de arriba se distribuían donde comían y cocinaban, la habitación de las hijas y la del matrimonio, donde Astin encontró a sus padres.

—¿Qué pasa?—preguntó dejándose caer en la cama—. Parece que hoy todos los padres queréis hablar con nosotras—bromeó haciendo referencia a cómo Lilianne también había sido llamada poco antes.

—Astin, por favor, un poco de seriedad—le suplicó su madre—. Tenemos que hablar de algo importante.

—Dispara—contestó ella imitando el gesto del disparo con las manos.

La mujer suspiró desesperada ante la irresponsabilidad de su hija mayor y miró a su marido en busca de apoyo.

—Lo que tu madre y yo queríamos decirte, es que hemos pensado que ha llegado la hora de que te vayas de casa—intervino el hombre.

—¿Qué?—exclamó Astin, totalmente seria de golpe.

—No os lo hemos dicho antes porque no queríamos preocuparos ni a tu hermana ni a ti—retomó la conversación madame Lavoie—, pero cada vez nos resulta más difícil salir adelante. La granja no da el suficiente dinero como para vivir los cuatro y pagar los impuestos. Cada día tenemos más deudas, y de seguir así acabaremos por perder la granja.

—Y vuestra solución es libraros de mí—les encaró Astin con dolor.

—No, en absoluto—trató de aclarar monsieur Lavoie—. No vamos a dejarte en la calle sin nada, si es lo que piensas. Te enviaremos a Roussillon con la hermana de tu madre. Tus tíos han aceptado contratarte en la plantación que poseen y que vivas con ellos a cambio de una pequeña parte de tu salario.

El Lirio Y La EstrellaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora