Madame Plumes

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Probaron. Probaron la idea de Éponine y fue un éxito. Lilou fue un éxito.

Gavroche estuvo encantado de ayudar e hizo todo lo posible por correr la voz, aunque al principio sus esfuerzos parecieran inútiles. Varias semanas pasaron sin que nadie llamara a la puerta de Lilou, y ella comenzó a deprimirse. Se daba cuenta de que tal vez nadie quisiera los servicios de una chiquilla como ella habiendo médicos como Joly. Pero finalmente, sucedió.

Fue uno de los niños que habían extendido la noticia sobre la herbolaria, amigo de Gavroche, el que le pidió ayuda. Era noche cerrada y ambas amigas dormían placidamente en su colchón cuando golpes en la puerta les despertaron.

—Maldición, ¿qué pasa ahora?—se quejó Astin.

—Ni idea. Levántate a ver quién es—le pidió Lilou, medio dormida.

—Que te lo has creído—bufó la otra antes de darse la vuelta para tratar de seguir durmiendo, ignorando el ruido.

Con un suspiro exhausto, Lilianne se levantó; había sabido de antemano que sería ella la que iría a atender la puerta, pero nada se perdía intentándolo. Cuando abrió, vio ante ella a un muchachito de unos quince años.

—¿Sí?—preguntó pasándose la mano por la cara, adormilada.

—¿Es usted la herbolaria?—preguntó el chico, haciendo que Lilou despertara de golpe.

—Soy yo. ¿Qué ocurre?

—Es mi hermano. Está muy enfermo—explicó el niño, nervioso.

Lilianne asintió con gravedad:

—No te muevas—le pidió antes de cerrar la puerta—. Astin. ¡Astin!—despertó a la castaña, que volvía a estar como un tronco.

—¿Eh?

—Tengo trabajo. Me voy—le informó mientras se vestía y se colgaba el zurrón del hombro—. Volveré lo antes posible.

—Pásatelo bien—murmuró la otra, no muy lúcida en esos instantes.

Ya lista, salió del cuarto, quedando cara a cara con el chiquillo.

—Vamos.

Se pusieron en marcha con paso ligero hasta llegar a una de las zonas pobres de la ciudad. Por un momento, a Lilou se le pasó por la cabeza que tal vez no fuera buena idea ir a no sabía dónde con un completo desconocido en plena noche. Bien podría ser una trampa. Apartó esta idea de una sacudida de cabeza; era cierto que podía ser una trampa, pero también podía no serlo. Y si alguien le pedía ayuda, su deber era ayudar. Llegaron a una pequeña cabaña, de esas que se alzaban contra las paredes de edificios más grandes, hechas de telas y maderos. Lilou entró encogida, solo para encontrarse a una mujer que tomaba la mano de un pequeño niño de apenas siete años que se encontraba tumbado con los ojos cerrados, empapado en sudor y temblando al mismo tiempo.

—¿Dónde estabas, Grégoire? ¿Quién es ella?—preguntó la madre, desesperada.

—Es la doctoresse, mère. Viene a ayudar a Pierre—explicó Grégoire, arrodillándose junto al menor.

—Maldición—murmuró la mujer—. Te dije que no lo hicieras. Désolé, doctoresse, mi hijo le ha hecho perder el tiempo—se disculpó ante Lilou.

—Pero el niño está enfermo—señaló esta a la criatura que se estremecía en sueños.

—Lo sé—lágrimas caían de los ojos de la madre—, pero no podemos permitirnos pagarle. Mi pequeño Pierre tendrá que enfrentarse a esto solo.

Lilianne frunció el ceño. Pierre era un crío. No duraría otro día en ese estado, no sin recibir tratamiento. Sin una palabra, se arrodilló junto a él.

El Lirio Y La EstrellaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora